domingo, 12 de febrero de 2012

Pretty blood

Pretty blood

Era viernes, el último día de la semana, el último día de mi existencia. Estaba parado junto a la boca del metro, había quedado con la chica que me gustaba, le había llamado cinco o seis veces y me encontraba escribiendo el décimo mensaje de texto, pero no había recibido respuesta alguna de ninguno de ellos. El frío invernal de finales de enero impregnaba la ciudad con una neblina gélida que ahuyentaba a cualquier osado que se atreviera a pisar la calle. Pese a eso, hacia una hora y media que esperaba junto al poste de la entrada del metro, sabía que ella no iba a aparecer, seguramente le había surgido un imprevisto y no tenía el móvil a mano, quizás me había confundido de lugar y pensando que le había dejado sola no se dignaba a responder a mis llamadas, o quizás… quizás simplemente se había olvidado de mi.
Los pensamientos negativos afloraban en mi cabeza con facilidad, mostrándome ideas que me escalofriaba imaginar. Mientras más me hundía en mi consciencia, más oscuros eran los pensamientos que a mi acudían. Empecé a notar como mis ojos se humedecían, en cuanto me dispuse a secármelos con los guantes me di cuenta de que había perdido la sensibilidad en las manos, era una sensación extraña, aunque no resultaba del todo desagradable. Empecé a frotarme las manos mientras me preguntaba porque seguía allí como un estúpido mirando la hora cada tres segundos y girándome ilusionado cada vez que oíaalgún murmullo lejano, con la esperanza etérea de ver aparecer a la chica que estaba esperando. Pero no aparecía, pese a eso, estaba dispuesto a seguir esperando, solo si existía una mínima posibilidad de que ella se presentara, yo estaba dispuesto a esperar.
De repente mi teléfono empezó a vibrar, era un mensaje de texto, la ilusión empezó a desbordar mi corazón, la esperanza de que ella estuviera a la vuelta de la esquina se presentó de repente en la puerta de mi mente casi como una realidad. Al intentar coger el teléfono, torpemente lo catapulte de mi bolsillo contra el suelo, este se deslizó estrepitosamente por la acera resbaladiza. Precipitadamente me lancé contra el suelo para descubrir que solo era un mensaje de publicidad, la noticia me sentó nefastamente, resquebrajando la poca esperanza que me quedaba. Pero instintivamente empecé a escribir otro mensaje para ella, mis guantes eran demasiado gruesos para escribirlo, así que me los quité rápidamente y empecé a escribir otro inútil mensaje con mis dedos temblorosos. De repente oí sutilmente unos pasos detrás de mí, con un vuelco en el corazón me giré rápidamente con la triste ilusión de verla salir de la boca del metro,  pero lo único que pude ver al girarme fue una chaqueta negra y algo afilado cortando la superficie de mi dedo índice. Un segundo después había chocado con algo y caído al suelo, mi dedo lucía un pequeño corte del que emanaba un diminuto riachuelo de sangre. Miré hacia arriba,ante mí se mostraba erguida una oscura figura enguantada en una larga chaqueta de cuero.
- Lo siento, creo que te has cortado con el botón de mi chaqueta, permíteme ayudarte.
Era una mujer joven, de veinte-pocos, su larga cabellera negra caía a sus espaldas ondulándose ligeramente. Su rostro era hermoso, de figuras arqueadas y piel pálida, sus cejas afiladas custodiaban unos enormes ojos castaños que me observaban con determinación. Su mirada hipnótica me cautivaba paralizando mi cuerpo, arrastrando mi esencia hacia esa mujer misteriosa que permanecía antemi alzada en mitad de la calle. Sus carnosos labios carmesí parecían cautivarme con una fuerza desenfrenada, que llenaba mi cabeza de imágenes lívidas, de deseos carnales.
-No se preocupe, no es na…
Su mirada arrancó de mi mente las palabras, dejando a mis labios entre abiertos ante esa mujer, el frio aire invernal se adentraba en mi interior a través de la comisura de mis labios embobados y mi boca entreabierta no podía más que temblar ante lo imponente que ante mí se alzaba. Mis sentidos solo podían prestar atención a esa diosa, mis ojos solo podían verla, mis oídos solo podían captar el leve sonido de su lenta respiración, un embriagador perfume endulzaba el aire a mí alrededor, un exquisito olor a deseo se extendía impregnando todo a mí alrededor, cautivando todo mi ser. Cada pálpito acelerado que daba mi corazón era un momento más para estar junto a ella. Fue entonces cuando la mujer se arrodilló junto a mí y tomó mi mano con suavidad, sin dejar de mirarme fijamente, escudriñando cada rincón de mí ser, apoderándose de toda mi existencia, adueñándose de todo lo que era mi mundo. Y sin dejar de mirarme con sus seductores ojos pardos se llevó mi dedo índice, medio ensangrentado, a sus dulces labios. Mi dedo, acolchado entre esa carnosa y fina masa carmesí, no podía si no regocijarse de placer al ser abrumado por esas carnosas fauces escarlata. Podía sentir como el simple contacto con sus labios succionaba mis fuerzas, podía sentir como esa mujer arrodillada junto a mí, se apoderaba de mí ser. Entonces cuando creí haber llegado al limbo, una húmeda masa voluptuosa rozó la punta de mi dedo índice, justo por donde lentamente emanaba un camino de sangre. Y esa lengua fuerte y flexible empezó a acariciar lentamente todo mi dedo,atrapando mis sentidos en un pozo de deseo sin fondo y mi dedo se dejó rodear por esa suave y húmeda lengua que todo lo envolvía. Podía notar cada micra de mi dedo siendo abrumada por esa erógena y untuosa lengua que envolvía mi dedo en un océano libido de deseos lascivos.Su mirada fija penetraba más en mi y cuanto más tiempo pasaba mi dedo en su interior, envuelto en esa dulce i placentera prisión de deseo, más su mirada controlaba mi ser y mas caía yo en la tentación que ella me ofrecía. Era suyo, absolutamente, y nada en el mundo me satisfacía más que serlo.
 Finalmente y sin apartar su mirada de mi,  soltó el dedo que mantenía prisionero dándole un último beso en la punta, cuando nuestros cuerpos se separaron un destello de gozo ascendió portodo mi cuerpo. Lo primero que sentí fue una abrumadora sensación de placer recorriendo todo mi ser, seguido de un deseo inagotable de probar algo más de ella, de catar aunque fuera una sola vez, esos carnosos labios de nuevo. El deseo pronto se convirtió en ansiedad, desasosiego por no alcanzar aquello deseado, angustia por cada segundo que sus labios no palpaban mi lengua, desazón por cada instante que su lengua no electrizaba mi piel con su untuoso tacto afrodisiaco. Su cercanía no había hecho más que multiplicar esa fragancia caprichosa que incrementaba mi deseo, aumentaba mi apetito y acababa con mi humanidad para convertirme en una bestia a merced de sus labios. Pero pese al deseo que se apoderaba de mi, su mirada cautivadora me mantenía inmóvil, paralizado ante el aroma caudaloso de la lujuria y el deseo.
Entonces ella se incorporó y apartó la mirada hacia otra dirección. Sentí como si algo se resquebrajara en mi mente, como si una niebla que distorsionara mis sentidos hubiera desaparecido, como si algo me hubiera estado impidiendo verlo que me rodeaba. Me sorprendió percatarme de que aún me encontraba en medio de la calle envuelto por el ese frio que superaba sin dificultades cualquier prenda que osases llevar. Me había dado la sensación de ser trasladado a otro lugar, a un mundo cálido de aromas deleitosos, un mundo sin gravedad, donde levitabas entre océanos de deseo y placer, océanos de capricho y deleito rodeados por una bruma afrodisiacaque llenaba tu consciencia de vicio y desenfreno llevándote a un limbo de lujuria y pasión. Me miré el dedo índice, donde un pequeño rasguño había dejado emanar un pequeño riachuelo de sangre, cálida y escarlata, entorné los ojos intentando recordar esos momentos, el placer sacudió por un instante a mi mente, tenue, débil, pero más intenso que cualquier otro que hubiese sentido jamás.  Miré a la mujer, estaba parada frente a mí, girada de espaldas, en una posición encorvada, desprendía un aura de tristeza, sus ojos fríos evocaban una melancolía a tiempos pasados. Entonces en el suelo junto a mí, empezó a sonar el tono de mi teléfono móvil que vibraba en el suelo a pocos pasos de mí. Me arrastré hacia él y lo recogí. Había un mensaje a medio escribir: “Por favor,  dime algo en cuanto puedas, estoy esperando”. Era un mensaje inútil, como tantos anteriores, lo borré, no quería volver a suplicar por alguien que no quería estar a mi lado. Entonces lo vi, quince llamadas perdidas y seis mensajes recibidos, miré la hora, habían pasado cuatro horas des de la última vez que había mirado el móvil. Mi madre me había llamado diez veces, el resto de llamadas y los mensajes eran de ella, la chica por la que había esperado. Me sorprendió percatarme que ya no me producía felicidad alguna ver sus mensajes, creer que se preocupaba por mí. Ahora esas sensaciones que antes me hubiesen llenado de alegría y gozocausaban en mí una total indiferencia, como si esos sentimientos que tan fuertemente oprimían mi pecho hacia solo unas horas, pertenecieran a otra vida en un mundo lejano. Al cerrar el móvil vi reflejado mi rostro en su pantalla, marchito i demacrado, enflaquecido por las hendiduras que surcaban mi piel y calavereaba mi rostro.Me sentía ligero, estaba frio y todo mi cuerpo había quedado seco y sarmentoso. Sabía que eso me lo habíahecho esa mujer y sabía que eso era el motivo por el que la melancolía se reflejaba en sus ojos.  Me dirigí hacia ella, no me importaba morir, solo quería catar el placer de sus labios una vez más.
-Perdone, señora…
En cuanto empecé a recitar la frase me percaté de que no sabía que quería decir. Pero ella se giró i volvió a mirarme fijamente, podía oler la fragancia seductora que embriagaba el aire a su alrededor, podía notar el poder seductor de su electrizante mirada, pero notaba también como era dueño de mi mismo, su mirada ya no escudriñaba en el interior de mi alma, su voluntad ya no controlaba mi débil esencia, ahora era libre de elegir mi camino, ella ya no miraba en mi interior, ahora me miraba a mí.
-Antes escribías un mensaje, ¿Para quién era?
Sus palabras eran firmes y secas, pero melódicas a su tiempo, el compás de las palabras seguía un ritmo armónico que se fusionada con el aire yencandilaba mis oídos cual bella melodía, llenándolos de gozo y placer. El elegante sonido de su vozse esparcía por el aire acompañando la dulce fragancia que la rodeaba. Pero sus palabrassonaban tristes, como si no quisiera preguntar algo cuya respuesta ya había encontrado en mi interior, como si temiera escoger el camino que ya había elegido emprender.
-Había sido la persona a quien amaba, pero, ella jamás me correspondió y jamás lo hará y aunque lo hiciera yo ya no puedo amarla. Ya no hay nada que me ate a este mundo.
Mis palabras rebutieron dentro de mi mente una y otra vez, eran palabras de alivio, me sentía libre de todas las ataduras de mi antigua vida, el tapón que la soportaba se había soltado y ahora mi mente estaba vacía de pensamientos innecesarios. Esas últimas palabras habían extirpado lo último que quedaba de mi antiguo ser, el tapónhabía sido removido y ahora mi cabeza estaba lista para ser llenada de nuevo.
-Así que tu vida ya no tiene ni significado ni valor… ¿verdad?
Asentí con la cabeza sin dudarlo un instante, rechazaba todo aquello que se me había dado hasta entonces, solo quería volver a sentir el placer de sus labios otra vez.  La comisura de sus labios se ensanchó mostrando una sonrisa traviesa, una luz parpadeante apareció en sus ojos juguetones, la fragancia que me rodeaba de pronto se hizo más intensa, el deseo si hizo más grande y la imagen del mundo empezó a distorsionarse, dejándola como el único ser ante mí. Su presencia se hizo absoluta, ella era de repente todo lo que había en mi mundo, y lo llenaba por completo sin dejar ni un rincón de duda o vacío en mi mente, solo estaba ella, una diosa de la belleza a la que alabar por la eternidad, alzada ante mí con una imponente elegancia que hacia zozobrar los pilares de la realidad. Entonces empezó a acercarse a mí, lentamente, con pasos gráciles y elegantes que invadían el espacio con el sonido harmónico de sus pisadas. Se acercó, paso a paso, cada vez más hasta que sus ojos separaron a pocos centímetros de los míos. Una profunda presión sacudió mi pecho, su mirada arrebatadora se apoderaba de mi existencia, que voluntariamente se ofrecía a ella. Mi respiración agitada interrumpía el silencio junto a los latidos de mi corazón, que marcaban el compás del nerviosismo reflejado en mis ojos. Su respiración era tenue y calmada, tan fina y suave que apenas podía notarse el aire salir entre sus labios, pero su boca estaba tan cerca de mí que podía notar en mi piel el soplido de su tenue respiración. De ella emanaba un aire frio, más frio aún que el aire que nos rodeaba. Lentamente y sin dejar de mirarme, alzó su mano hacia mi rostro y empezó a acariciarlo lentamente, la suavidad de sus fríos dedos al rozar mis mejillas me producía un placer electrizante que recorría todo mi cuerpo erizando por completo la superficie de mi piel.  Entonces lentamente, empezó a acercar sus labios a los míos, mas aún de lo que ya lo estaban, cada vez más, hasta que ambos labios empezaron a rozarse con deseo, pero su boca continuo acercándose a la mía, nuestros labios empezaron a acolcharse, el fino tacto de su lengua empezó a acariciar la cálida superficie de le mía, envolviéndola con calma en un océano de placeres, en un firmamento inagotable de deseo y pasión que se consumían llevándome a un lugar que haría palidecer cualquier elíseo, limbo, nirvana o edén jamás concebido, que haría zozobrar el concepto de perfección para ridiculizarlo ante el placer que en ese momento sentía. Fue un beso largo, aunque hubiera preferido que fuera eterno, cuando sus labios se separaron de los míos,  una terrible sensación de desasosiego inundó mi mente, causando un hormigueo de deseo en mis labios, mi lengua conservaba el sabor dulce y deleitoso de su tacto suave.La imagen del beso me encandilaba llevándome a un torrente de sensaciones placenteras. No cavia en mí de gozo, pero aunasí, quería más, quería volver a catar sus labios. Entonces ella volvió a acercar lentamente su rostro al mío, pero esta vez sus labios pasaron de largo, dirigiéndose a mis oídos, la ternura de sus labios carnosos palpó la superficie de mi oreja.Acto seguido, un lametón recorrió mi pabellón causando un grato temblor a lo largo de mi cuerpo. Finalmente, acabó mordiéndome la oreja, presionándola suavemente, acariciando con delicadeza la piel cartilaginosa de mi oído. Después de que sus dientes se separasen de mi piel, susurró unas palabras a mi oído, con una voz lenta y pausada que evocaba a mi mente el más profundo de los placeres y me guiaba a la más absoluta sumisión.
-Ahora eres mi juguete…
El suave murmullo de sus palabras, junto al significado que estas llevaban, llenó mi pecho de felicidad y orgullo, nada había llenado tanto mi corazón como lo habían hecho aquellas palabras. Entonces empecé a oír un murmullo lejano, unos gritos apagados que parecían pertenecer a otro mundo. Simultáneamente una mancha oscura apareció en mi rango de visión, un pequeño punto borroso que llamaba mi atención en ese vano paisaje. Pero mis ojos solo podían verla a ella, cosa que me impedía ver nada más. En ese momento ella se giró, una sonrisa picaresca apareció en su rostro y se lamió los labios sensualmente. Su mirada estaba fija, clavada en el punto borroso que se extendía en mi mundo. Entonces ella volvió a acercar sus labios a mi oído i susurro unas dulces palabras.
-¿Tu también lo ves verdad? Es ella la chica que estabas esperando, al final ha aparecido, pero… es un poco tarde, ¿cierto?
En cuanto ella susurró esas palabras a mi oído, esa mancha negra empezó a dibujarse, a hacerse más clara, hasta convertirse en una silueta familiar, una silueta que me saludaba enérgicamente.Esa silueta cada vez más clara,  era de una chica, de mi edad, me resultaba muy familiar, pero apenas podía recordar de quien se trataba, solo sabía que había sido importante en un pasado tan lejano que apenas podía percibir la existencia de este. Entonces la mujer que me había cautivado y apoderado de mí, me miró fijamente y acariciándome el rostro recitó unas melódicas palabras.
-Vamos, recuerda, hazlo por mí,  por favor.
Entonces un torrente de recuerdos empezó a inundar mi cabeza, parecía como si fuera a estallar. Recuerdos de tardes sonriendo, tardes escuchando llantos, de playas y montañas, recuerdos de un amor ciego que ahora no era capaz de comprender, recuerdos de esa chica que me saludaba enérgicamente des de la boca del metro. Esa chica que gritaba mi nombre, como esperando que yo respondiera a su llamada. Pero nada podía cautivar mi atención, había sido seducido por una diosa de la belleza y ya nada podía cobrar importancia mientras ella existiese. Pero aúnasí, un pequeño deseo de escuchar las palabras de esa chica enguantada en un largo abrigo pardo empezó a brotar en mi corazón. Podíaoír sus gritos, pero mi atención solo podía concentrarse en la mujer que estaba a mi lado y eso me impedía entender lo que aquella chica me decía.
-Vamos, por favor, escúchala.
Entonces las palabras lejanas de esa chica que cada vez estaba más cerca de mi empezaron a hacerse más claras y entendedoras a medida que ella se iba acercando, hasta que se parójadeando junto a mí. Era una chica sonriente, que andaba torpemente con un cierto aire grácil, su sonrisa de oreja a oreja se abría ante mí intentando contagiarme su mediocre felicidad, aparentando así que era una inocente muchacha feliz, pero sus ojos reflejaban la duda y el arrepentimiento. Su espesa cabellera anaranjada caíaarremolinada por encima de sus hombros y sus mejillas enrojecidasdestacaban sobre su pálida piel, llevaba enfundado en la cabeza un gorro de lana que le cubría hasta las orejas y unos guantes negros guardaban sus temblorosas manos. Me miraba fijamente, con una mirada que intentaba convencerme de que era una despistada y que estaba arrepentida, pero nada podía importarme más poco que los sentimientos de esa vulgar muchacha cuya belleza era ridiculizada ante la mujer que me acompañaba, en comparación, parecía más bien una flor marchita. Pero aúnasí, pese a seruna existencia hedionda, pese a que el reclamo de su presencia me impedía disfrutar de mi amada, pese a la abismal diferencia que se expandía entre ella y la mujer que yo veneraba, pese a que la encontraba una imagen fea i horrenda, ella era la imagen menos fea y horrenda que cubría ese mundo terrenal.
-Yo, lo siento mucho, yo no debíhaberte dejado aquí, pero se me olvido, lo siento, no pensé que aún estuvieses esperando, pero me llamó tu madre diciéndome que no aparecías, incluso ha llamado a la policía, es una exagerada, no hay para tanto, pero, no deberíashaberme esperado, te morirás de frio si sigues aquí.
Hablaba precipitadamente, dudando, preguntándose si las palabras que decía eran las correctas, fingiendo una alegre sonrisa que pretendía hacerme olvidar la espera que había sufrido. Su voz intentaba esconder unos actos por los que se sentía culpable y por los que no quería pagar. El silencio inundó el lugar durante varios segundos antes de que ella empezara a chismorrear de nuevo.
-De verdad que lo siento, es mi culpa, prometo que te lo compensare, ¿sí? ¿Quién es esta mujer? ¿La conoces de algo?... Oye, te ves muy pálido, pareces como chupado¿has comido algo?
El silencio volvió a reinar en la calle solo interrumpido por los ladridos lejanos de un perro. Su sonrisa empezó a desvanecerse pese a sus intentos por mantenerla en su rostro, sus piernas empezaron a temblar nerviosamente y sus manos empezaron a refregarse con inquietud, buscando un calor que le diera fuerzas para confesar una verdad incómoda. Entonces empezó a morderse la uña con los ojos llorosos, podía recordar que solía hacerlo cuando algo la preocupaba.
-¡Ya te he dicho que lo siento joder! No te quedes callado por favor, ¿Por qué no me dices nada? Venga vámonos, entiendo que estés enfadado, pero tu madre te espera, está preocupada, puedes odiarme si quieres pero volvamos por favor, te juro que lo siento.
Sus ojos se llenaron de culpa al ver que no reaccionaba, entonces intentó empezar a hablar varias veces, pero sus palabras se perdían entre dudas al pronunciar la primera letra, hasta que por fin empezó a hablar.
-¡Esta bien! Yo conocí a un chico hace poco…  y… se que yo te gusto a ti, pero, no se no quería sentirme culpable y me daba miedo decirte que no, así que… solo deje pasar el tiempo, lo siento deberíahaberte llamado o algo,  quería contestar a tus mensajes pero, solo no sabía que decir, de veras que lo siento yo no quería hacerte daño, es solo que… soy estúpida, por favor no me hagas esto, dime algo, perdóname, te lo ruego. No quería que pasase esto…
Al ver que yo permanecía inalterable ante sus palabras empezó a llorar frente a mí, ella solía llorar a menudo, siempre fingíaun par de lágrimas para que le prestasen la atención que necesitaba, aunque podía notar que, al menos en parte, esas lágrimas eran verdaderas. Pero eso no podía importarme menos en aquel momento, yo solo deseaba catar esos labios rojos otra vez. Después de llorar durante un rato me agarró con fuerza intentándome arrastrar, fue entonces cuando me di cuenta que no tenía fuerzas para resistirme.
-¡Suéltame!
Había gritado, no quería alejarme de mi amada, pero podía notar que en el fondo de mi alma una parte de ese grito no correspondía con el amor que sentía por mi ama. Una parte de ese grito estaba atado a mi vida pasada cuya existencia me costaba esfuerzos visualizar. La chica que intentaba arrastrarme con ella se quedó sorprendida ante mi grito. Pero rápidamente reacciono.
-¡Grítame si quieres! ¡Ódiame si quieres! Pero vámonos a casa de una vez ¡Joder!
Entonces la melódica voz de la que me había enamorado cruzó el aire difundiendo una ola de placer a través de todo mi cuerpo.
-El no volverá contigo, ahora es mío y digas lo que digas y hagas lo que hagas no me lo podrásarrebatar, ahora bonita, será mejor que te marches si aún queda algo en tu vida a lo que agarrarte.
Los ojos encantadores de mi diosa miraban con severa agresividad a la muchacha que estaba parada en frente nosotros, mientras una sonrisa juguetona se formaba a lo largo de su rostro, dejando entrever dos largos colmillos afilados que cautivaban mi mirada como nada lo habíahecho hasta entonces, pero en los ojos de la chica no habíaactivación, amor o veneración, había miedo, puro terror, la chica se cayó al suelo, intentando gritar, pero los gritos se ahogaban en su garganta, su mirada aterrada buscó una ayuda en mí, pero al observar mi mirada impasible sus ojos arrancaron en llanto de nuevo mientras salía huyendo despavorida, entrando de nuevo por la boca del metro que des de aqueldía aparecería en sus pesadillas. Cuando la chica hubo desaparecido bajo tierra mi amada volvió a mirarme fijamente y me dio un ligerolametón en la mejilla.
-Me gusta que aún conserves algo de humanidad.
Entonces ella se giró y empezó a andar en dirección contraria a la boca de metro, su cabellera acariciaba el aire a cada paso doblándose con un movimiento grácil, al compás de sus talones golpeando el suelo. Su larga y pesada chaqueta de cueroapenas se movía, pero incluso ese material duro y seco, se inclinaba ligeramente ante los pasos de esa diosa de la belleza, cualquier persona que la hubiera visto podría regocijarse en su tumba, y mantener el orgullo de haberestado en presencia de una diosa, cualquiera podría haber alzado su cabeza por el simple hecho de admirarla y enorgullecerse por la eternidad. Pero yo estaba destinado a algo más grande que morir con el anhelode sus besos en mis labios, yo había sido elegido para acompañarla en su camino, para ser objeto de sus caprichos, para ser su juguete y servirla por el resto de mi vida.

jueves, 2 de febrero de 2012

Un cuento en el desierto

Un cuento en el desierto
Las chispas de fuego danzaban sobre la hoguera desafiando la fría brisa del  desierto en calma. El silencio era total i absoluto, solo el silbido de la ventisca y el crujido de las llamas interrumpían la sosegada noche. El cielo plagado de estrellas se cernía sobre nosotros como un inavastable océano de oscuridad y dentro de ese océano infinito se escondían las luces más brillantes y puras que el universo hubiera concebido jamás. Eran pequeñas, diminutas pero brillaban con tal pureza que casi podías beber su tenue luz. Las grandes dunas de arena que plagaban el desierto se veían ahora reducidas a simples siluetas oscuras que con la magia de sus curvas moldeaban el paisaje para darle vida. El calor de la hoguera era lo único que nos mantenía a salvo del frio fantasmagórico que penetraba junto al silencio en ese mar de arena. El anciano decrépito que me acompañaba en esa larga travesía lucia adormecido, reposando su frágil cabeza sobre sus estriadas manos. Sus ojos entrecerrados seguían encandilados, los movimientos acrobáticos de las llamas con un aire a nostalgia. Sus párpados medio caídos reflejaban el peso de los años en sus espaldas. Su respiración ronca y entrecortada, parecía anunciar un inminente desmayo que nunca llegaba, al compas de ésta, el anciano acariciaba lentamente su larga barba blanca que le colgaba del mentón cual cascada espumosa. No sabía más de ese anciano que los granos de arena que nos rodeaban y solo un dudoso vínculo de sangre nos mantenía unidos. Mi madre me había dicho que era mi abuelo y que me fuera con él a ver mundo, pero cada vez más, la teoría que había pagado al viejo para que se me llevara cobraba más fuerza. Durante las últimas semanas mi madre había dejado insatisfechos a varios clientes importantes, había estado estresada, nerviosa, la angustia carcomía su ya debilitada mente. Nunca había temido a la muerte, al menos no a la suya, pero en cuanto se trataba de su hijo, la cosa cambiaba. Decía que yo era el hijo del único hombre al que había amado, aunque yo sabía que eso también era una mentira, como tantas. Mi madre había sido siempre, pese a su oficio, una mujer de buena fe, manipulada y usada por todos, había tratado de proteger a su hijo con mentiras, pero mentir no estaba en su naturaleza y si no podía engañar a sus clientes, menos podía hacerlo con su hijo. No me importaban las mentiras, no me importaba irme a otro lugar, lo que me atormentaba era dejar a mi madre sola.  Una ráfaga repentina sacudió el fuego, iluminó mi rostro. Las intensas llamas se vieron reflejadas en las lágrimas que se deslizaban sinuosamente a través de mis mejillas. Solo fue un instante fugaz un destello espontáneo, apenas pude darme cuenta del calor salpicando mi rostro. Pero el anciano si pareció percatarse de ello. De repente se alzó i empezó a hervir agua en una pequeña vasija, sus movimientos eran lentos y calmados como el propio desierto, pero sus pasos eran cortos y bruscos, sus piernas parecían estar a punto de desmoronarse por su propio peso, pero no lo hicieron. Cuando el agua empezó a hervir, el anciano echó unas hierbas al agua, su aroma encandilaba el ambiente con un tono místico. Acto seguido se volvió a sentar, pero esta vez a mi lado, se quedó un largo rato contemplando las estrellas, mientras la fragancia de las hierbas se esparcía en todas direcciones.
- Cuando yo perdí a mi madre, lloré durante días.
El tono amable i sereno de su voz me sorprendió, lo había imaginado como un viejo cascarrabias que se pasaba las horas quejándose y dando órdenes, pero ahora me daba cuenta de que era la primera vez que oía su voz.
-No estoy llorando
La mentira podía olerse en cada palabra, yo lo sabía, pero aún así, inducido por un orgullo absurdo, empecé a sentir rabia por ese anciano que me había llevado lejos de mi madre que tanto me necesitaba.
- Pues yo sí que lo hacía y mucho.
Sus palabras eran sinceras, su serenidad era tal que junto al aroma que se esparcía por el aire me transmitían una necesidad casi asfixiante de decir la verdad, de soltar todo el dolor que oprimía mi pecho y de unirme a la serenidad del paisaje.
-Lo siento, si que estoy llorando…
El alivio que sentí al reconocer la verdad que mi madre me había enseñado a ocultar me hizo derramar una lágrima más y otra y otra, hasta que acabé gritando a pleno pulmón, descargando toda la rabia que se había acumulado durante los últimos días de viaje. Después de eso, el anciano me ofreció un tazón de sopa que yo bebí apuradamente. Cuando se lo entregué de nuevo, dándole las gracias, él, simplemente lo agarró lo volvió a llenar y me lo entregó de nuevo junto a una amable sonrisa, él, no había comido des de hacia ya varios días, ninguno de los dos lo habíamos hecho y era lo suficiente listo para adivinar que esas eran las últimas provisiones que nos quedaban, pero yo acepte el tazón de buena gana. Pasó un largo rato en silencio, mientras yo me bebía el tazón con calma, esperaba que el anciano dijera algo, hasta que comprendí que era yo quien debía hablar.
- Mi madre, me contaba un cuento antes de acostarme cuando era pequeño… lo hacía cada noche y cada noche era el mismo, recuerdo que no me gustaba pero, era el único momento en que mi madre sonreía… daría lo que fuera por volver a oír ese cuento.
El anciano pasó largo rato mirando fijamente las estrellas, inmóvil, como meditando, cuando empezaba a convencerme de que no me había oído contestó.
- Yo sé muchos cuentos.
Durante un instante, mi rostro se iluminó y volvieron a mi mente los recuerdos de aquellas noches acurrucado en la cama de los cuartos traseros del burdel oyendo a mi madre cantar la historia de un humilde molinero que llegaba a ser rey.
- Mi madre me cantaba el mismo cuento cada noche…
El anciano se quedó unos instantes observando la arena antes de contestar.
- Hubo un tiempo en que cantaba canciones y cuentos en cortes y pueblos, pero ahora solo soy un viejo anciano cuya voz no tiene ni el cabal ni la avidez para adentrarse en esos relatos juglarescos.
Las manos del anciano arrugadas y famélicas como estaban se agarraban con fuerza a sus rodillas mientras sus ojos transmitían la nostalgia triste de tiempos pasados.
- Yo creo que aún tenéis fuerza suficiente para entonar un cuento más.
Esta vez el anciano se me quedó mirando fijamente a los ojos, como escudriñando en mi interior, leyendo mi alma, buscando la verdad detrás de mis palabras.
- Esta no es la historia de una princesa ni de un príncipe, no es la historia de un dragón o un caballero y tampoco es el relato heroico de un rey o de una dama en apuros. Esta es la historia de un joven que quería ser caballero y cuya caballerosidad le impidió serlo y de un bellaco que quería fama y poder y cuya avaricia acabó matándolo… Hace mucho tiempo en algún lugar cuyo paradero olvidé hace ya demasiado tiempo, vivía un joven que siempre había soñado con ser caballero, combatir a los malvados y proteger a los débiles, pero pese a su gran fuerza i valía, jamás había tenido oportunidad de abandonar su pueblo en busca de un nombre. Cerca de este vivía un bellaco avaricioso que se pasaba los días contando las monedas de su mísera fortuna, esperando que el destino le labrase una oportunidad para conseguir la fama y el poder que siempre había deseado. La vida era tranquila, cosecha tras cosecha en ese pequeño pueblo campestre, la guerra no había sacudido esas tierras fértiles durante decenas de años, dotando al pueblo de una paz y harmonía difíciles de encontrar en esos tiempos agitados. Era un día tranquilo, que nada parecía deparar a los pueblerinos del lugar, pero  un hombre vestido con una brillante armadura blanca se apareció en el centro de la plaza afirmando ser un importante Duque que buscaba hombres valerosos para armarlos en el oficio de caballería. Así que el hombre ordenó que se difundiera la noticia y que se buscara al hombre más fuerte y honesto de aquella región. La noticia llegó pronto a oídos del joven y del bellaco, que impulsados por sus respectivos motivos presentaron sus respetos ante el imponente Duque. Fueron muchos los muchachos valientes que acudieron a la llamada del lustroso jinete de blanca armadura, pero el Duque solo podía llevarse a uno de ellos, así que ordenó a los hombres que lo acompañaban que improvisaran unas justas para decidir cuál era el hombre cuya fuerza y valía eran más grandes. Los torneos duraron varios días, fueron días de celebraciones y fiestas donde se ofreció al Duque exquisitos manjares y la mejor cerveza de las cosechas mientras los jóvenes contendientes a caballero se debatían por alcanzar el título que tantas promesas ofrecía.  En el último combate de las justas, se enfrentaron el joven y el bellaco, cuyas fuerzas y habilidades estaban muy equilibradas. Tras varios asaltos ambos contendientes cayeron exhaustos al suelo, por lo cual se decidió posponer el combate unas horas. Pocos minutos antes de que este se retomara, el bellaco se acercó al joven y le contó que necesitaba convertirse en caballero para partir en busca de los bandidos que habían asesinado  a toda su familia mientras él estaba labrando el campo, le contó que deseaba partir en su búsqueda y cobrar venganza para recuperar el honor perdido de su familia e impedir que más familias sufrieran el horror que el había pasado. El joven, conmocionado por la historia, consideró que su contrincante poseía más derecho sobre el título de caballero que él  y sus eterios sueños, así que se dejó tumbar al primer asalto. Al día siguiente, el Duque y su compañía partieron junto al bellaco  para armarlo caballero. Pocos días después montado en un corcel blanco y con el jubón del rey gravado en el pecho, apareció un mensajero que declaraba que una banda de bandidos se hacían pasar por un Duque y su compañía en busca de valientes contendientes a caballeros para celebrar festines y atiborrarse en los pueblos de buena fe. Pocos días después encontraron al cadáver del bellaco desollado en un bosque de las cercanías. Poco después el falso Duque y su compañía fueron arrestados por las fuerzas del rey en un pueblo de los alrededores.  Pese a los sucesos vividos, el joven no se rindió en su sueño de convertirse en caballero, aunque eso, es otra historia que quizás me aventuraré a contar en otra ocasión. Ahora muchacho cúbrete bajo las mantas y recobra fuerzas, el viaje de mañana será duro y largo.

Después de que el viejo contara su historia me quedé un largo rato pensando en ella recordando sus escenas y imaginando a sus personajes.
- La caballerosidad del muchacho le salvó la vida y la avaricia y las mentiras del bellaco lo llevaron a la muerte. El camino de la rectitud logrará salvarte, ¿eso es lo que trata de decir el cuento?
El anciano sonrió con entusiasmo, la alegría podía adivinarse en sus ojos cansados.
-Los cuentos son solo cuentos, la realidad es siempre más compleja, debes sacar tus propias conclusiones muchacho, es la única forma de seguir adelante.
Después de eso, me estiré junto al fuego y me cubrí con una tela gruesa para resguardarme del frio, mientras un silencio pausado se esparcía bajo ese enorme cielo estrellado.

domingo, 1 de enero de 2012

Pesadilla


Dicen que los sueños son a menudo los reflejos de nuestros más profundos temores. Cuando un sueño cumple esta condición, suele ser llamado “pesadilla”.

Cuando tenía cinco años mis padres solían alquilar una casa junto al lago. Era una casa vieja y chirriante, echa de madera carcomida por los años. Recuerdo que en las noches tempestuosas el viento soplaba con fuerza a través de las paredes vacías, susurrando voces fantasmas en idiomas perdidos. Solía andar descalza por ese astillado suelo, estaba frio, los tablones crujían a cada paso y la superficie áspera de la madera rasgaba la suela de mis pies. La casa tenía una iluminación pobre, que le daba un cierto aspecto fantasmagórico. La madera vieja, tenía un color oscuro rugoso gastado por el tiempo y las pocas lámparas que la casa ofrecía daban una luz tan débil y atenuada que parecía extinguirse antes de atravesar el cristal de la ya desgastada bombilla. El único elemento que ofrecía luz natural eran los grandes ventanales que había colocados por toda la casa. Pero el cristal viejo i polvorienta, rasgada por las ramas en las noches de ventisca y agrietada en varios lados, dejaban filtrar una luz que casi oscurecía la casa en lugar de iluminarla. Pese a su claro mal estado, mis padres alquilaban esa casa una vez al año a finales de otoño, cuando los arboles, moribundos, se inclinaban hacia el suelo con humildad dejando caer sus últimas hojas muertas que medio podridas se incorporaban al suelo mohoso y enfangado por las aguas del lago. La casa se encontraba rodeada por matojos y hierbajos que cubrían de manera desordenada lo que antaño había sido un jardín. Esa selva grisácea de malas hierbas esparcidas por el terreno apantanado que era la entrada a la casa se veía frenado bruscamente por una zanja negra de estacas de metal. Que custodiaban cubiertas por enredaderas el límite de aquella propiedad, manteniéndose erguida, firme e inamovible, apuntando siempre al cielo.
Cerca de la casa, a poco mas de 500 metros había un lago, con aguas turbias de un color azul oscuro, no recuerdo haberme bañado nunca allí, en realidad no recuerdo mucho del lago, solo su cautivador azul tenebroso que parecía absorber tu alma hacia un pozo sin fondo. Al parecer, durante los ochenta un grupo niños se ahogó nadando en esas aguas, pese a los esfuerzos por parte de los equipos de rescate, los cadáveres jamás fueron encontrados, el misterioso fenómeno se atribuyó a unas corrientes submarinas que tampoco fueron encontradas. Des del incidente, bañarse en esas aguas quedó totalmente prohibido. Pese a esto el hermoso paisaje del valle siguió atrayendo a visitantes, que de vez en cuando, desaparecían bajo extrañas circunstancias. Las autoridades concluyeron que los desaparecidos habían muerto ahogados por las extrañas corrientes que no fueron encontradas jamás. Después de esto, el lugar empezó a ganarse la fama de valle maldito y el turismo desapareció por completo dejando abandonados  varios edificios. Mis padres, vieron en la mala fama del valle una oportunidad para conseguir unas vacaciones a muy bajo precio. Y yo ignorante de los peligros del mundo, vi en ese lugar un mundo nuevo por descubrir.
No recuerdo nada de la última vez que pisé esa casa a excepción de un pequeño fragmento de los acontecimientos que en ese fatídico día cambiaron mi vida. Recuerdo estar acurrucada en las mantas, intentando protegerme del mal inexistente que mi padre había metido en mi cabeza a base de cuentos de terror. Me sentía alegre i protegida bajo esas sabanas que me alejaban del gélido ambiente que cargaba el aire de esa noche otoñal. El sueño empezaba a balancearse sobre mi cuerpo, llevándome lentamente a un país de sueños, pero  un ruido estremecedor destripó el aire y despertó la curiosidad de aquella pequeña niña de mejillas enrojecidas. Había sido un sonido desgarrador, como el grito de agonía de una bestia en su último aliento. Recuerdo mis pies descalzos cruzando la casa entera, recuerdo como mis pequeños pies se ponían de puntillas para alcanzar el pomo de la puerta, recuerdo mis manos tocando el frio metal del pomo, recuerdo como chirriaba la puerta al abrirse, recuerdo como des de la entrada de mi casa y con la puerta abierta una corriente de aire frio acarició mi rostro, recuerdo como una luz misteriosa entre la espesura del bosque me seducía, recuerdo una vocecita en mi cabeza diciéndome que siguiera caminando, lo último que recuerdo de esa noche, es el tacto de las hojas húmedas bajo mis pequeños pies.
No fue hasta nueve meses después que fui encontrada en una granja cientos de quilómetros al sud de donde había desaparecido, junto al cadáver de una vaca devorada por las bestias. Al parecer, el equipo de rescate se rindió a las pocas semanas de mi desaparición, dándome por ahogada. A los pocos meses mis padres no pudieron aguantar la tensa relación que ya de antemano había entre ellos y aturdidos por la pérdida de lo único que les había mantenido unidos, decidieron separarse, cuando me encontraron mi madre había sido asesinada por un novio narcotraficante, quien jamás fue detenido. Mi padre se hizo cargo de mí. Pero mi presencia, solo hizo que refrescarle el dolor de aquellos nueve meses y cayó en una depresión. Empezó a frecuentar los bares i acabó por convertirse en un alcohólico que apenas lograba estar sobrio varias horas al día. Pese a su caótico estado psicológico, logró triunfar en el mundo del arte, pintando unos cuadros que le llevaron fama i riqueza, alargándole el brazo a un mundo de drogas y perversión. Pero mi padre no fue el único que cambio durante los nueve meses de mi ausencia. Cuando me encontraron junto al cadáver del bovino, fui ingresada en un hospital inmediatamente, permaneciendo en coma cerca de un año. Cuando desperté mi forma de ver el mundo había cambiado, lo último que recordaba era estar caminando descalza por el bosque siguiendo una seductora luz parpadeante, pero ahora casi dos años más tarde todo era diferente. Conseguí recuperar sin ningún problema los dos años de carencia escolar, no solo volviendo al curso que correspondía a mi edad si no consiguiendo los mejores resultados académicos en todos los campos. Logré llevar mi vida social a lo más alto, sacar las mejores notas y triunfar en varios deportes casi sin esfuerzo. Ahora diez años después de despertar del coma, un escalofrió recorre mi cuerpo. Durante años he mentido a toda persona que me preguntase sobre el tiempo en que había estado desaparecida,  diciendo que no recordaba nada. Lo cierto es que ciertos fragmentos de lo vivido me atormentaban noche tras noche en mis pesadillas. Siempre el mismo sueño, día tras día, no hay noche que se salvase de repetir las mismas sensaciones gravadas en mi mente.
Una niebla densa me rodeaba, el aire olía a humedad, a hongos, a hojas secas y a carne fresca. Podía sentir un terreno rocoso y agrietado bajo mis pies, la frescura del viento acariciaba mi cuerpo, un viento con olor a carne. Varias veces mis pernas pasaban por un arroyo salpicando todo mi cuerpo, por alguna extraña razón, durante todo el sueño corría sin cesar, persiguiendo un objeto invisible entre las angostas paredes luminiscentes de una cueva cristalina.  Mi cuerpo se sentía ligero, casi como volando, solo el constante contacto con la superficie me recordaba que solo las aves podían hacerlo. Mi cuerpo estaba empapado por el sudor y el fango, despojado de las ropas que alguna vez me habían cubierto. Pero no estaba cansada, al contrario, deseaba seguir corriendo, cada vez más rápido, cada vez con más energía, cada vez deseando mas catar la carne fresca. Entre todo lo que sentía cuando soñaba, solo había una cosa que podía notar con total claridad, casi como si lo estuviera disfrutando en aquel momento. Era el sabor, ere sabor rebosante inundando mi boca,  ese sabor dulce, delicioso, que nublaba mis sentidos, que me llevaba al éxtasis, ese sabor eterno que me prometía gloria y me llevaba al paraíso, un sabor húmedo e intenso que despertaba mis instintos más salvajes, ese sabor a sangre.
La pesadilla siempre acababa de la misma forma: parada frente a una vaca, mirándola fijamente a los ojos, dándole el presagio de su muerte, mientras mi paladar se derretía por volver a probar el sabor de la sangre. Cuando el sueño terminaba siempre despertaba en la cama, sudando y temblando de miedo, pese a la satisfacción que sentía mientras dormía, el mundo se invertía al despertar y todo ese placer se transformaba en terror, me daba miedo, mucho miedo, un terror inexorable se apoderaba de mi llevándome a un infierno de angustia. Siempre tardaba varios minutos en calmarme, después, me daba una ducha fría para quitarme de encima esa amargura que pesaba sobre mi corazón. Y por mucho que intentara mantenerme despierta, el sueño siempre volvía a mí, siempre.
Hoy hace una noche tranquila, serena, puedo notar como el viento se filtra por la ventana para acariciar mi cuerpo, la luna brilla hermosa en el firmamento, tan llena, tan grande. Acabo de despertar, pero hoy mi cuerpo no está sudado, hoy no siento temor alguno, hoy más bien siento hambre. Un sonido desgarrador ha destapado el aire, como el grito de agonía de una bestia en su último aliento. Saco la cabeza por la ventana admirando el paisaje nocturno de la ciudad. A lo lejos en las montañas, se puede distinguir una luz que se oculta entre los árboles, una luz seductora que embriaga mi cuerpo con una curiosidad satírica. El viento lleva un olor extraño, un olor suculento, un olor a sangre.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Maria


Maria, Maria es el nom de la donzella que un dia els meus ulls va encisar, va aparèixer del no res, com un Angel, davant meu. Jo, meravellat per la seva bellesa, m’hi vaig acostar, sigil·losament, tement que amb el silenci, es trenquessin també les seves plomes. Era tan bella, una pell llisa com el marbre, delicada, pura, translúcida, quasi podia veure sortir la llum del seu cos, quasi podia distingir el color escarlata de la vida fluir a través de les delicades corbes del seu cos. Estava allà postrada davant meu, innocent, inconscient de la meva existència quan vaig gosar acostar-m’hi per dirigir-li la paraula, es va girar, i em va mirar. Amb aquells ulls radiants, aquells dolços ulls captivadors que irradiaven un esplendor tant gloriós que quasi cremava els meus ulls. Era una mirada pura, bella, que hem captivava com res mai ho havia fet, però era una mirada que no mostrava interès per mi, i això em produïa el més gran terror que mai hagués imaginat sentir, ni tan sols la coneixia, no l’havia vist mai, havia aparegut del no res, com un raig de llum que em guiava en aquest món de tenebres. Feia escaços minuts que aquella figura divina s’havia aparegut davant meu,però ja s’havia apoderat completament del meu cor. Hem captivava, m’embruixava, aquella mirada felina atrapava la meva anima al ritme de la seva respiració tranquila. El temor de perdre-la era tal que ja podia sentir la fredor de l’altre món nomes d’imaginar la seva pèrdua. Llavors les teves elegants pestanyes van parpelleja portant-me a la realitat, retornant-me d’un letarg del que podria mai no haver tornat, un encanteri produït pels seus ulls, que m’hauria captivat per l’eternitat. Em mirava fixament, podia notar la calor a les meves galtes, la meva presencia havia captat la seva atenció. Les seves celles arquejades, els seus ulls parpellejants el petit somriure amagat darrere la comissura d’aquells llavis carnosos, tot indicava que començava a mostrar senyals de curiositat cap al meu humil individu. Volia parlar, volia expressar amb paraules allò que en aquell moment sentia, però em resultava impossible, ¿com narrar amb paraules una bellesa tan suprema, tan eterna, tan inesgotable? ¿Com descriure tan sols una ínfima part d’aquesta brillantor que encegava els meus ulls fins al punt de no veure res mes? ¿Com explicar un sentiment tan fort, tan intens, que ni en els límits de l’existència es podria tornar a sentir? No podia, simplement era impossible triar les paraules adequades, les úniques i especials paraules que la farien meva. Si no trobava aquelles paraules, tenia la certesa de que desapareixeria dels meus ulls per sempre i no em veia capaç d’afrontar-ho, abans preferia restar immòbil observant la seva gràcil silueta, el seu contorn majestuós, la seva elegància innata. Abans preferia morir amb la seva imatge gravada a la retina, que veure-la marxar.
 D’alguna manera, que ni avui ni mai podré explicar i de la qual estaré eternament agraït, alguna cosa va cridar la seva atenció. Un somriure perfecte es va desplaçar al seu rostre mostrant les seves blanques dents, entornant els ulls lleugerament amb un sotil moviment de pestanyes mentre les seves celles afilades s’arquejaven lleugerament. Tot era elegant en el seu rostre. El seu nas em captivava, les seves corbes elegants em recordaven al coll d’un signe. Aquelles petites orelles arraulides entre una fina cabellera castanya, no feien sinó afegir equilibri i elegància a aquell caparro. Els seus cabells, reflectien la llum del sol transmetent una calidesa embriagadora que s’apoderava de mi, eren fins i llisos, queien sensualment per darrera de l’espatlla per acabar ondulant-se lleugerament una mica més avall. Podia resseguir perfectament les línies elegants d’aquell coll de cigne, que relliscaven suaument cap a unes espatlles nues i suaus que captivaven la meva ment com res ho havia fet. Una samarreta de ratlles blaves i blanques es deixada caure fins  a mig braç i deixava entreveure les subtils corbes de la seva gràcil cintura. Una faldilla provocativament curta, de blau texà, desenfocava en dues cames perfectes,  agraciades, majestuoses, amb unes corbes perfectes que desprenien una noble elegància, que harmonitzava  la seva figura. Resseguint aquelles cames de pell fina i suau podies arribar fins a uns peus descalços que desafiaven tota lògica, mostrant una bellesa encisadora que mai hagués sigut capaç d’imaginar, cada petit dit d’aquells petits peus, estava en perfecta consonància amb el següent d’una manera tant natural i perfecte que quasi podies sentir una melodia en el seu ordre.
Finalment, sense saber com, dels meus llavis van sortir les paraules, paraules lentes i maldestres que se m’entortolligaven a la gola. Tenia por, molta por, por de no dir el correcte, de tartamudejar, de no ser prou interessant, tenia por de tantes coses, però abans de poder-me’n adonar aquell àngel caigut del cel havia començat a riure. No recordava res del que havia dit, però la felicitat que sentia al veure aquell somriure que jo havia provocat era per res comparable a cap sensació anterior. Llavors la seva mirada va canviar, un calfred va recórrer la meva esquena, havia fixat la mirada en mi, em mirava fixament, com si aquells ulls encisadors volguessin veure la veritat dintre meu, llavors es va portar la ma a la boca i va deixar anar un somriure picar, acompanyat d’una mirada entremaliada. Varem romandre uns segons amb tensió de mirades, els seus ulls captivadors em tenien atrapat, quasi podia notar com si la llum dels seus ulls em fulminessin. Vaig quedar-me immòbil, afrontant aquella mirada embruixadora, fins que mossegant-se suaument el llavi inferior, amb mirada sensual es va acostar cap a mi amb elegants passes. Ho havia aconseguit, allà començava l’aventura.

domingo, 20 de noviembre de 2011

HELLEN (8)

X

-Era un día lluvioso, los cielos se arremolinaban en torbellinos negros que presagiaban una gran tormenta. Samhuel, como cada día, se había alejado del poblado para ir a recoger agua al pozo, que se encontraba a medio día de camino. Era una travesía larga y agotadora, que seguía un camino arduo y pedregoso. Cuando el sol estaba en lo más alto, las piedras ardientes abrasaban los pies del pobre Samhuel. Pero ese día el cielo estaba oscuro y encapotado, se olía la lluvia en el aire,  y con la lluvia el agua llegaría al pueblo sin necesidad de ir en su busca. Pero pese al regalo que los cielos le enviaban, el padre de Samhuel ordenó al muchacho partir hacia el pozo como cada día, temeroso de que el agua no se dignase a caer. Samhuel, fiel a la palabra de su padre, cumplió la orden sin osar contrariar a su protector. Y emprendió el camino angosto como lo hacía cada día.
Cuando llegó junto al pozo y alzó la vista al cielo, diviso ante sí un mar de nubes negras que todo lo engullían, como una bestia mandada por los dioses para consumir este mundo, el rugido de la bestia rugía acompañado de relámpagos fugaces que se adentraban en el suelo cual espadas de luz. Pudo divisar un millar de rallos junto a un millar de truenos que los acompañaban. Samhuel no podía regresar a su hogar, un océano de relámpagos se interponía en el único camino de vuelta. Solo le cavia esperar a que la tormenta cesase y el camino de vuelta quedase despejado para su retorno. Pero la tormenta no hacía más que crecer, acercándose más i más con cada minuto que pasaba. Finalmente, un rayo irrumpió frente a Samhuel, atravesando el suelo entre sus piernas. Entonces Samhuel comprendió que esa espada de luz que se había cruzado ante él, era un aviso de los dioses, que apiadándose de su pobre existencia le habían lanzado una advertencia. Si se quedaba en ese lugar, acabaría siendo pasto de la furia de los dioses.
Samhuel, ante el peligro inminente de perder su vida no tuvo más remedio que alejarse del pozo para adentrarse en tierras inhóspitas más allá de donde sus pies habían osado pisar jamás. Alejándose cada vez más y más de su hogar, siempre hacia delante huyendo de la tormenta, pasaron a su lado montañas y valles, ríos y lagos, días y noches, el tiempo pasaba ante sus ojos, con la tormenta pisándole los talones. Hasta que por fin cuando su cuerpo estaba a punto de desfallecer, la tormenta se desvaneció del mismo modo en el que había aparecido. La alegría invadió los ojos del pobre Samhuel que acabó desplomándose por los suelos.
Cuando volvió en sí, después de dormir por un largo periodo, no sabía dónde estaba ni por donde había llegado, se encontraba perdido en medio de una tierra desconocida. Mirase donde mirase solo lograba ver arena a su alrededor, ante él se extendía un mar de muerte, sin alimentos ni agua con los que abastecerse, temeroso de una muerte inminente, Samhuel pensó durante todo el día una solución al problema que se le planteaba, pero al caer la noche, ninguna solución había acudido a su cabeza. Viendo que llegaba su fin, alzó la vista al cielo y agradeció a los dioses la vida que le habían dado hasta el momento. Entonces, la diosa de la noche, consternada por su bondad, encendió en el cielo, una estrella que apuntara siempre hacia su hogar. El muchacho, agradeciendo la oportunidad que se le había concedido, se alzó y emprendió el largo camino de vuelta, siguiendo la luz de esa estrella.
Cuando por fin Samhuel pudo regresar a su hogar, nadie reconoció su apariencia, todo el mundo lo había olvidado. Cuando el muchacho empezaba a perder las esperanzas, apareció su ya anciano padre. Este, le miró a los ojos durante un largo silencio, y pudo reconocer en aquel hombre adulto, el que había sido su pequeño hijo al que antaño había mandado ir en busca de agua. Fue entonces cuando el padre de Samhuel derramó su última lágrima de felicidad, antes de  que la diosa de la noche se lo llevara al otro mundo en pago por la estrella que había encendido en el cielo para salvar la vida de su hijo. Samhuel, no se quejó por esa acción de los dioses, ya que podía intuir que su padre, arrepentido por haber mandado a su hijo a la muerte, l había estado esquivando a la espera que un milagro le devolviera aquello que había perdido. 
Samhuel vivió muchos años más, había partido como un niño y había regresado como un hombre, contrajo esposa y tuvo hijos, defendió a su familia hasta el final procurando ayudar siempre a los desfavorecidos. Y cuando le llegó el momento de partir, volvió a agradecer a los dioses la vida plena que le habían dado. Dicen los antiguos manuscritos, que antes de morir, en reconocimiento a su bondad, los dioses le concedieron a Samhuel un último deseo. Él, con una sonrisa en los labios, pidió que se encendiera una estrella en el cielo que indicara a los viajeros perdidos el camino como volver a su hogar. Los dioses, como recompensa a su benevolencia, cumplieron su deseo nombrándolo protector de la estrella para custodiara por la eternidad y procurar que su luz nunca se atenuara. Des de entonces encendida en lo más alto del firmamento, más brillante que todas las demás, se encuentra la estrella que guía a los viajeros hacia el camino de vuelta.
 Esta, mi querida muchacha, es la historia de esa estrella que des de antaño ha guiado a viajeros y comerciantes como yo para que encontraran el camino de vuelta a casa, por eso cada vez que mires al cielo, debes agradecer a esa pequeña estrella. Puede que algún día salve tu vida.

 Esa era la historia tal y como la había contado el gran Absalom, la imagen de ese anciano decrépito se yacía cada vez más borrosa en mi mente, pero el legado de sus historias se mantenía intacto en mi cabeza. Absalom había muerto, pero aún después de eso, seguía mostrándome el camino para lograr escapar de ese desierto. La más brillante en el firmamento, Absalom la había señalado con sus manos, no había duda de cuál era la estrella que debía seguir. Ahora solo quedaba esperar, esperar hasta dejar atrás el desierto. Mi mayor temor era morir antes de lograr salir de esa inmensidad de arena. Aunque ese no  era mi único temor, había partido de mis tierras, dejando todo atrás, en busca de aquello que más deseaba, pero podía notar como las pistas que llevaba persiguiendo por años se desvanecían en mis manos como la misma arena, mientras me alejaba cada vez más de mi objetivo.

Según la historia de Absalom, la estrella me llevaría de vuelta a mi hogar, pero ¿Cuál era mi hogar? Mi casa se hallaba lejos, muy lejos, más allá del océano. Era un lugar al que no podía regresar. La noche en la que partí de lo que había sido mi hogar, dejando atrás las llamas que lo consumían para partir en busca de mi amado, abandoné todo lo demás, esa noche perdí mi casa y mis tierras. Ese lugar ya no podía ser llamado mi hogar. Solo había una cosa, algo que aún podía nombrar como mío, algo a lo que aún tenía esperanzas de regresar, la única cosa por la que me había mantenido viva todos estos años, Joshua.


viernes, 4 de noviembre de 2011

HELLEN (7)

IX
Yacía junto a mí el cadáver de el hombre que había tratado de mancillar mi cuerpo con su esencia, mi corazón seguía latiendo al ritmo intrépido de una lluvia torrencial, pero solo llovían mis ojos. Mi boca aún conservaba el sabor ferroso de su sangre, un sabor desagradable y amargo que me impedía olvidar lo ocurrido, quería deshacerme de ello, dejarlo a un lado y seguir adelante, pero simplemente no podía hacerlo. A pesar de que ese hombre había intentado violarme, no sentía despecho por él, había salvado mi vida y de algún modo debía agradecérselo. La sangre continuaba brotando de ese cuerpo inerte, pero yo me sentía demasiado débil para hacer algo al respeto. Mi cuerpo pesaba, pesaba demasiado, más de lo que nunca me había pesado, el cansancio se apilaba sobre mi substrato a substrato, hasta que el peso del agotamiento hizo que abandonara mi cuerpo para volver a recuerdos lejanos.
Las llamas se alzaban frente a mí como el espectro de todo aquello que había sido,  el candente espectáculo de luces que se ultimaba en el edificio que acababa de abandonar para siempre se reflejaba en las últimas lágrimas de mi niñez. Mi rostro abrasado por el calor de las llamas no se despegaba de la imagen de aquella villa ardiendo,  los chillidos de las llamas se reflejaban en el cielo y congelaban mi alma. Todo lo que había vivido, todo lo que había sentido, todo lo que había sido, se estaba carbonizando junto a la madera de lo que había sido mi hogar. El panorama solitario de aquella colina, amenazaban con hundirme en la desesperación, mientras pasaba los últimos momentos en esas tierras mirando hipnotizada el candor escarlata del fuego. El ruido ignifugo de las llamas se vio interrumpido momentáneamente por un extraño bramido parecido al ruido de un ave rapaz. El estrépito surcó los cielos, como anunciando la llegada de algo, pero lo único que lo precedió fue el continuo chisporroteo de las llamas. Poco después, me sorprendió el crujido de unas ramas a mi espalda y al girar la vista, pude vislumbrar ante mí a la atrocidad que me perseguiría en sueños durante varios años después.  Una criatura deforme y grotesca,  erguida sobre dos famélicas piernas que precedían a un demacrado tórax con la espalda encorvada hacia delante, sus larguiruchos brazos que rozaban el suelo, acababas en afiladas zarpas ennegrecidas. Su piel, lucía un pálido grisáceo descolorido que recordaba más a la piel de un pescado que a la de un hombre, los huesos se le marcaban sobre la piel, mientras las venas violáceas reseguían todo su cuerpo.  Su cabeza, era pequeña y redonda, con unas orejas enormes, solo comparables al tamaño de sus ojos, unos agujeros negros encavados en el cráneo sin nariz de aquella escuálida criatura. En su cabeza colgaban unos escasos cabellos de un color mohoso que alcanzaban la altura de sus rodillas. Me quedé mirándolo a los ojos y él se quedó mirando los míos, carecía de párpados, pupilas y cejas, solo tenía su profunda mirada, sin nunca pestañear, siempre con esos enormes ojos abiertos, eran unos ojos tristes.  Sus pálidos labios, escondían una hilera de dientes triangulares que esperaban ansiosos catar una presa, un pequeño riachuelo de sangre fresca brotaba de sus fauces, tenía hambre y podía intuir que era lo que esa criatura homínida devoraba en sus banquetes, pero por algún motivo que aún hoy no alcanzo a comprender, la bestia desapareció entre los arbustos en cuanto parpadeé.  Fue entonces cuando se secaron mis lágrimas y eché la última ojeada a lo que había sido mi vida hasta aquel momento.
Cuando pude darme cuenta de que había empezado a andar ya me encontraba lejos de mi antigua casa, la humareda de polvo y humo se alzaba en el cielo tiñendo el azul de negro. Mi padre se había hecho construir una villa en lo alto de un montículo, una casa hecha de madera, vulnerable al ataque de los enemigos, el resto de los señores de las tierras cercanas se encerraban en castillos de piedra, fortificados hasta los dientes, alzados sobre montañas inexpugnables, temerosos de una guerra que ya había acabado. Pero mi padre decidió escapar de su castillo y criar a su única hija en una casa de madera en lo alto de un montículo, creía que su hija era una princesa como la de las canciones de gesta, bella como la luna y dulce como la miel, quería que fuera su princesa bonita, quería que algún día acudiera un caballero para pedir mi mano, pero yo no era una mujer bella como la luna y dulce como la miel, no tenía los ojos azules ni los cabellos de oro, los caballeros no combatían por mi belleza y los trovadores no me escribían canciones. Lucía una larga cabellera negra como la noche y unos ojos del marón más oscuro, lucía un busto digno de una tabernera, no de una princesa y sobretodo, mi corazón pertenecía a un aldeano corriente, no a ningún príncipe o caballero sacado de una canción. Pero, pese a todas las evidencias que negaban el destino que quería que viviese, mi padre se empeñaba en llamarme princesa y en cantarme canciones de amor. No sabía dónde estaba mi padre, no sabía dónde estaba nadie, tras despertar después de la gran explosión, simplemente habían desaparecido, sin dejar mas rastro que las llamas que calcinaban la casa. Cuando por fin logré divisar el pueblo, noté como mis débiles piernas empezaban a flaquear,  caí al suelo de rodillas, la imagen que se mostraba ante mi me llenaba de nuevo de desesperación, el silencio espectral que cubría la aldea solo era cortado por el sonido de las llamas, que abrasaban los techos revestidos de paja de las casas de aquel poblado. Allí descubrí el fin de mis fuerzas y empecé a caer en el mundo de los sueños mientras una voz ronca gritaba mi nombre, mientras una silueta borrosa se acercaba corriendo.
***
Desperté con el amargo gusto a sangre reseca en mi boca, mi garganta me pedía agua y el reciente recuerdo del incendió que acabó con mi hogar años atrás no hacía más que incrementar esta falta. Un fuerte olor putrefacto cubría el aire a mí alrededor. Cuando giré mi cabeza pude admirar el cadáver lleno de moscas del hombre que había matado tiempo atrás, ¿durante cuando había estado durmiendo? El mercader había muerto con una expresión de ahogo en el rostro, tenía la espalda adolorida y me dolía cada vez que intentaba mover mis piernas, pero el cansancio se había atenuado y me encontraba con fuerzas para seguir mi camino. Alargué mi brazo hasta la daga que atravesaba el pecho de aquel individuo que yacía a mi lado, las moscas se apartaron zumbando por el aire cuando arranqué el puñal, para volver a colocarse sobre la piel del cadáver pocos segundos después.  Después de limpiar el puñal de la sangre reseca y guardármelo en mi fajín, me arrastré hasta la puerta y apoyándome en la pared donde conseguí incorporarme. Aparté el cáñamo que cubría la entrada para dejar que la luz del sol acariciara mi piel. Me constaba esfuerzos mantenerme erguida, pero tras apoyarme en la pared durante varios minutos y apoderarme de un bastón que reposaba en la pared, conseguí alejarme lentamente de la choza.
El intenso calor que el sol del desierto me ofrecía me cogió de improvisto, me costaba trabajos caminar incluso con la ayuda del bastón. Me sentía como si estuviese muy alta, como si mi cabeza estuviera más arriba de lo normal, eso mas el calor, producían en mi un mareo sofocante que drenaba rápidamente las pocas fuerzas que había conseguido recuperar. Finalmente conseguí acercarme al pozo del poblado y llevarme a la boca algo de agua que apaciguara mi sed. Una vez me hube hartado de agua, me tumbé junto a la pared del pozo a contemplar mí alrededor. Los cadáveres de la batalla aún permanecían inertes sobre la arena, como si nada hubiera pasado des de entonces, solo el hecho de que estaban medio cubiertos de arena indicaba que había pasado el tiempo. Las moscas y demás animales carroñeros hacían su trabajo, el lugar desprendía un hedor a muerte tan fuerte que casi resultaba vomitivo, pero era quizás el hecho de haber dormido junto a un cadáver, la razón por la cual ese hedor no me afectaba tanto.  Había muchos muertos, juzgando por los cadáveres en el suelo no sabría decir quién fue el vencedor, pero le resultaba bastante fácil adivinarlo considerando que yo permanecía con vida, al parecer, fuesen quienes fuesen, los ganadores habían decidido abandonar ese lugar y dejarlo a la suerte del olvido. Solo yo y mi salvador nos habíamos quedado y ahora solo quedaba yo.
El silencio del desierto me ofrecía una paz interior, que nada antes, había sabido darme. La placidad de sus susurros se adentraba en mí vaciándome de todo aquello que no quería recordar, dejando caer mi mente en un estado de letargo. El berrido de un camello llamó mi atención, no había planeado aún cómo salir de aquel pueblo abandonado infestado por el odio y la muerte. Me acerqué hacia el ruido y pude alegrar mi vista al ver a dos camellos aprovisionados. Pero aunque tuviera camellos, aunque tuviera comida, no sabía a dónde ir, Absalom había prometido llevarme a la ciudad Blanca de Basha, pero ahora él estaba muerto, yo lo había matado. No tenía ningún medio para adivinar la dirección que debía seguir,  nadie podía guiarme, tenía un pozo, tenía alimentos y transporte, pero estaba igual de pérdida que cuando el gran Guh me encontró cubierta por la arena del desierto. Sin saber qué hacer ni a donde ir, logré llegar a la conclusión de que si no había ningún vivo que pudiera darme la respuesta, quizás algún muerto podría hacerlo. Registré uno por uno los cadáveres que se hallaban repartidos por el poblado, estaba claro que después del combate los supervivientes habían saqueado a los muertos indefensos para llevarse todas sus pertenencias. Solo fui capaz de hallar un par de mapas escritos en árabe, pero dejando a un lado que no podía entender nada de lo que había escrito, me resultaba imposible situarme. En los mapas el desierto aparecía como una enorme extensión vacía con algún que otro topónimo en árabe repartido por el papel. Solo en la costa cerca del mar, había una inmensidad de nombres, nunca debí haberme adentrado en el desierto. Después de dar un par de vueltas por los alrededores para ver si podía hallar una pista que me orientara me senté junto a los camellos, el frio de la noche empezaba a penetrar en el desierto y el calor de sus pieles me reconfortaba. El sol empezaba a caer en el mar de arena tiñendo el cielo de un color anaranjado que empezaba a teñirse de oscuro y colgada en medio del cielo, había una estrella, una única estrella que brillaba con todas sus fuerzas, tan brillante y tan lejana, la única estrella que se divisaba en el firmamento. Entonces fue cuando recordé una de las historias del viejo Absalom, la historia de un niño que fue capaz de regresar a su hogar siguiendo la luz de una estrella, una luz brillante y firme colgada en el firmamento, la luz que me guiaba hacia mi destino mientras me adentraba de nuevo en el mar de arenas.