lunes, 29 de agosto de 2011
sábado, 27 de agosto de 2011
Los Hombres de Hierro
Los hombres de hierro
Era agradable sentir la fresca brisa nupcial acariciar su tersa piel, a ella siempre le había gustado pasar las noches dejándose acariciar por el viento, pero ese día había asuntos más importantes que atender. Sus pasos eran silenciosos, como lo habían sido los de sus maestros y los maestros de estos, un paso tras otro, pasando por el suelo sin estorbar su superficie. La humedad de las hojas muertas y la tierra mojada se resbalaba entre sus dedos, mientras las pequeñas gotas de rocio bañaban su piel cuando rozaba la maleza. Faltaban pocas horas para que el sol honorara a los hombres con su presencia, pero la oscuridad y el silencio invadían la jungla sin dejar espacio a nada más. Sus ojos verdes del color del árbol madre se tornaban amarillos bajo la luz de la luna, podía ver a través de la oscuridad siempre que su iris portara el color del sol. Rash’had significaba “Pantera que ve en la oscuridad” en el antiguo idioma de los sabios muertos, que les susurraban palabras a los nuevos sabios a través de las hojas del árbol madre. Rash’had era su nombre y también era su esencia. Su piel era tersa y oscura por el sol, sus ojos rasgados ahuyentaban a sus enemigos junto a su afilada sonrisa. Sus hombros felinos se movían al unísono con su cadera, con unos pasos elegantes que recorrían el bosque. más rápido que cualquier otro animal, pero pese a la velocidad de sus movimientos, el ruido que producían sus pisadas al rozar el suelo era tan leve que podía pasar junto a una gacela sin que esta se percatara de su presencia, aún y eso, cuando atacaba su rugido era estruendoso y sus ataques potentes, le gustaba el tacto de las ramas rasgando suavemente su piel desnuda, además las hojas dejaban en su piel la fragancia de la selva, un perfume natural, que la hacía invisible frente al resto de fieras. Su larga melena color carbón emitía una reflejo azulado bajo aquella luz, ese día la llevaba trenzada hasta la cintura, en la punta colgaba su daga atada cuidadosamente a su cabellera. Esa noche, debía cortar una garganta. Saltar de árbol en árbol era una tarea algo más complicada que correr por la espesura, pero había entrado en el territorio del Rash’ah “la gran pantera” y no debía retrasar su marcha para enfrentarse a ella. Entonces el sonido de una rama rompiéndose la hizo detenerse al acto. Y tras varios segundos de olfatear el aire saltó al suelo. Con pasos lentos y silenciosos se dirigió a un claro bañado por la luna, allí debía librarse su lucha, pero debía darse prisa, tenía una tarea que cumplir y los espíritus no esperaban. Agarró el puñal sin desatarlo y se puso en posición defensiva acercando su cuerpo al suelo y caminando de lado sin dejar de mirar los puntos amarillos que surgían de entre la oscuridad de la selva. Pronto la pantera gigante apareció, Rash’ah había llegado. Su rostro lucia demacrado por los años y una cicatriz atravesaba su ojo derecho, pero aún así era impresionantemente feroz. Aunque el también había adoptado la posición defensiva y la miraba con toda su furia, para llegar hasta la altura de sus ojos hacían falta dos hombres derechos uno encima del otro. Pero su gran tamaño no la intimidaba, estaba dispuesta a morir, aunque no estuviera tan dispuesta a acabar con una vida inocente, en ese momento su estómago no estaba vacío, la madre naturaleza no quería que Rash’ah fuera al otro mundo, no aquel día. Aunque quizás a ella era otro el destino que le deparaba la naturaleza. Estuvieron mirándose durante un largo periodo, si alejaba la vista habría perdido cualquier posibilidad de sobrevivir, el temor le oprimía el pecho y sus pies querían escapar de ese duelo, pero girar la espalda significaría su muerte. Rash’ah fue el primero en mostrar sus colmillos, ese duelo ya estaba decidido, si el gran Rash’ah había mostrado sus colmillos significaba que estaba intimidado y eso significaba el fin para aquella bestia. Entonces Rash’had dio un paso al frente y lanzo un fuerte rugido con una mirada agresiva y unos dientes feroces. El gran felino sin dejar de mirarla a los ojos fue retrocediendo por el mismo camino por donde había llegado. Cuando la presencia de la gran bestia hubo desaparecido por completo ella soltó su daga que quedó colgando en su espalda de nuevo. Había logrado llegar a la cima de La Sierra de Más Allá cuando el sol empezaba a venerar las tierras con sus primeros rallos de luz, la luna empezaba a empalidecer como un espectro colgando en el firmamento. Su mejor oportunidad para cumplir su tarea había pasado, pero aún no era tarde, debía lograr volver al pueblo con la cabeza de su enemigo antes de que el sol llegara al punto más alto. Más allá de la Sierra del Mas Allá vivían los hombres de hierro, que vestían pieles de hierro y luchaban con dagas más largas que un brazo, además hacia pocas lunas contaban los Agaas’shagash “los que hablan con los pájaros” que los hombres de mas allá habían descubierto palos de acero que disparaban fuego, decían que algunos tenían el tamaño de un tronco y otros el de una rama, pero el fuego que lanzaban estaba envenenado y cualquiera que resultara herido por él moriría lentamente. Pero Rash’had no le temía a los hombres de hierro ni a cualquier arma que viniera de más allá de las colinas, los hombres de hierro podían destruir montañas, pero eran sordos y ciegos, no podrían verla jamás, además eran torpes y lentos jamás lograrían atraparla. Cuando llegó al sitio donde los espíritus le habían encomendado cumplir sus tareas, el silencio aún reinaba en el aire. El calor de una hoguera apagada se expandía por el ambiente cargado, que había entre les chozas de pieles suaves y finas pintadas de colores. Pasó junto a los guardias sordos y ciegos que permanecían medio dormidos apoyados en sus palos de fuego. La estrella de los espíritus era difícil de apreciar en el cielo que había perdido casi toda su oscuridad, pero aún podía distinguirse justo encima de la más grande de las chozas, los espíritus se lo indicaban, allí se encontraba el sujeto que la madre naturaleza le había pedido eliminar, los hombres de hierro no hacían caso a la madre naturaleza, por eso ahora ella quería recibir sangre a cambio. Entró silenciosamente en la choza, estaba oscura, aunque no tanto como la noche, pero sus ojos no estaban bañados por la luna. Debía apresurarse a acabar con su presa antes de que su presa acabara con ella. Entonces agarró su daga y la desató de su cabellera. Se acercó lentamente al hombre que yacía postrado encima de un saco relleno de hierbas secas y le acarició la garganta suavemente con la daga, con pulso decisivo pero sin acabar con él. Aunque fuera un hombre de hierro era un hombre, y un hombre tiene derecho a ver los ojos de su asesino antes de morir, así lo cantaban los sabios. Acercó su rostro al del hombre de hierro, su rostro lucia tan diferente como había imaginado, su piel era más blanca sus rasgos más alargados y fríos y su cabellera también le cubría la barbilla, era de un extraño color rojizo, pero lo extraño no era su rostro, eran los atuendos que llevaba, había visto hombres que tapaban sus sexos en honor a los dioses, pero los hombres de hierro ocultaban todo su cuerpo, solo las manos y la cabeza sobresalían de esas extrañas pieles. El hombre de hierro no despertaba pese a que ya caía un riachuelo de sangre a lo largo de su cuello, podía sentir su respiración en el rostro, ¿Por qué no despertaba? ¿Acaso los hombres de hierro habían perdido también el tacto? Entonces con un movimiento rápido los labios de aquel hombre se juntaron con los míos y su lengua se adentró en mi boca. Me aparte rápidamente de un empujón, podía sentir latir mi corazón ferozmente, ¿Por qué temía a un hombre de hierro? Pero ese miedo era diferente al que sentía cuando se enfrentaba a las bestias de la jungla, su corazón latía de un modo más cálido, ese ataque casi había parecido una agradable sensación ¿Eran esas las artes oscuras de los hombres de hierro? Entonces el hombre de hierro se fregó los ojos y se incorporó lentamente. Sus ojos castaños brillaban en la oscuridad y la miraban fijamente con fascinación ¿acaso era ella solo un juego para las artes de los hombres de hierro? Podía notar la muerte en su mirada ¿pero porque esa muerte era tan cálida y agradable? Podía sentir como el calor subía por sus mejillas. Su mirada no cesaba la estaba examinando, cada rincón de su cuerpo, sentía como si fuera su posesión y pudiera hacer con ella lo que quisiera. Entonces dio un paso al frente y se lanzó contra el tumbándolo al suelo, y le cortó la garganta. Pero no salió sangre de su garganta, miró a su alrededor y se dio cuenta de que la daga le había resbalado cuando el hombre de hierro la había atacado con su lengua. Volvían a estar uno encima del otro pero ahora esos ojos no estaban cerrados y esa mente no estaba en el mundo de los sueños. Ahora él la miraba fijamente con sus bellos ojos castaños y ahora era ella quien tenía una respiración rápida y entrecortada, su cuerpo estaba paralizado. De repente notó como una mano rozaba dulcemente su pecho, no parecía haber ninguna intención agresiva en ese ataque ¿Qué pretendía ese hombre de hierro? Entonces él cerró los ojos mientras acercaba lentamente sus labios hacia ella, esa era su oportunidad para recuperar la daga, para cortarle el cuello. Pero su cuerpo no quería moverse y sus pensamientos empezaban a rendirse ante los hechizos de aquel hombre de hierro. Dejó que sus labios se acolcharan contra los suyos y que su lengua explorara cada rincón de su boca y se apoderara de su alma. Durante las siguientes horas, el hombre de hierro estuvo acariciando cada rincón de su cuerpo con sus dedos y su lengua, incluso el sexo y los pezones. Después empezó a embestirla primero suave y después bruscamente, al principio un dolor agudo se extendía en sus entrañas y su sexo sangraba, pero en cuanto se acostumbró esas sacudidas empezaron a resultarle placenteras. En cuanto el sol llegó a su punto más alto el hombre de hierro había regado su interior con la semilla de la vida. Entonces dos hombres de hierro más entraron en la tienda. Rash’had no comprendió sus palabras, pero ahora solo una cosa llenaba su corazón y era la magia de ese hombre.
-Pero… ¡una salvaje! ¿Qué hacemos con ella mi príncipe?
-Solo matadla.
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