
Cuando desperté, me dolía el costado, justo donde me había dado al caer del caballo. Todo mi torso me escocía, el motivo parecía estar relacionado con el color rojizo que había tomado mi piel, el mismo color que el de los jirones de carne que colgaban junto a mí, podía notar como varias costras se distribuían irregularmente por mi piel enrojecida. Pero donde más me dolía era en el pecho, donde el chaleco de cuero me había estado oprimiendo des del día en que lo robé, no tardé mucho en arrepentirme de habérmelo puesto, pocas horas después de haberlo robado el picazón que me producía era insoportable, pero había decidido no quitármelo, tenía el presentimiento de que si lo hacía mi vida terminaría, empezaba a arrepentirme de haber pensado de ese modo. Estaba desorientada, mi cabeza daba vueltas y no podía pensar con claridad, varios minutos después logre alzar una mano y llevármela al pecho, un ungüento muy pegajoso y pestilente cubría todo mi torso, además de los brazos que habían sufrido graves quemadas bajo el sol. Intenté levantarme, pero no encontraba fuerzas para hacerlo, traté de reunir todas mis fuerzas, pero el único resultado que conseguí, fue un fuerte tirón en la parte interior de mis muslos. Cuando logre incorporar la cabeza lo suficiente para poder ver esa zona, solo pude distinguir un mar de costras. A los cinco días había dejado de pensar en ello, pero al principio me dolieron mucho los muslos al cabalgar, era normal, nunca antes lo había hecho, sentía esa zona tan aturdida que me veía incapaz de mover las piernas. Sin duda alguna, hubiera muerto en aquel desierto abrasador, pero estaba a salvo y dudaba seriamente que mi caballo fuera el responsable. Seguramente algún mercante me hubiera encontrado en su travesía, además de ellos, los únicos que se atrevían a cruzar el desierto eran los pueblos nómadas. Unos salvajes que no hubieran dudado en violarme allí mismo para devorar mis entrañas posteriormente, aunque con el mar de costras que descansaban entre mis piernas, dudaba que fueran muchos los salvajes que hubieran querido utilizarme. El edificio donde me encontraba era rudimentario, hecho de barro y paja, con unas vigas de madera que sostenían el techo de donde colgaban hierbas medicinales y jirones de carne seca, era un edificio bajo y pequeño, sin más objetos que la cama donde me encontraba y un pequeño agujero en el suelo con restos de cenizas. Mi decisión de permanecer despierta a la espera de mi salvador era fuerte, pero cedí bajo la pesada insistencia de mis parpados. Una sensación húmeda en mis labios me despertó de nuevo, cuando abrí los ojos, no pude evitar soltar un grito, un anciano arrugado y maloliente fue lo primero que vi al despertar, agachado a pocos centímetros de mi rostro. Sin ni siquiera darme cuenta de ello, había golpeado al anciano en la nariz con mi cabeza. Me quedé unos segundos mirándolo mientras un pequeño hilo de sangre le brotaba de la nariz. Me lleve una mano a los labios, estaban húmedos, mire a mi alrededor, el anciano sostenía un trapo con una mano y un recipiente con agua en la otra, estaba humedeciendo mis labios, para que no secasen. Al darme cuenta de mi error acote la cabeza en forma de disculpa, a lo que contestó con una sonrisa alegre. Después del pequeño incidente, examinó mis heridas y me dio de beber. Después, me ofreció algo de comida, la rechacé con una sonrisa en el rostro, a lo que él me contestó dejando un plato de carne junto a mí. No pude superar esa tentación y engullí la carne rápidamente, era carne de caballo. Después de comer, volví a dormirme instantáneamente, cuando volví a despertar las costras y irritaciones habían desaparecido, junto con el anciano. Frente a la cama, yacían todas mis posesiones, un chaleco de cuero, una cota de malla, un mandoble de acero, un par de guanteletes, unos pantalones de tela basta y unas botas de montar de color negro lustroso. Agarré el chaleco, parecía que el anciano me había ofrecido otro regalo, había abierto un tajo en la delantera del chaleco para que pudiera ponérmelo de nuevo sin tener que dejar de respirar, después de todo un chaleco de hombre no era lo más indicado para una mujer. Sabía que toda esa vestimenta era una carga muy pesada para mí, pero también sabía que si no la llevaba conmigo, no sería capaz de emprender ese viaje. Así que me vestí con mis únicos atuendos y me colgué mi mandoble en la espalda. Al salir por la puerta, una luz cegadora acogió mi llegada, tardé varios segundos en acostumbrarme, cuando conseguí ver con claridad, la primera gota de sudor ya empezaba a caer por mi frente. Cerca de la cabaña, conseguí encontrar una vieja capa de viajero, con ella conseguiría alejar el calor y huir de las quemaduras. Un incansable desierto se mostraba ante mí, parecía no tener fin, pero yo sabía que al final de ese horizonte se encontraba mi objetivo. Y de este modo, antes de que empezara a darme cuenta, logre marcar mis primeras pisadas en la arena
II
Un sonido lejano rescató mi conciencia de los recuerdos devolviéndola a la cruda realidad del desierto inagotable. En cuanto miré al horizonte supe que mi fin había llegado. Una nube de polvo se alzaba en la lejanía, pero no tardaría en aparecer frente a mí y cuando lo hiciera sería mi fin. Hasta que no miré hacia atrás por segunda vez, no me di cuenta de que había empezado a correr, pero mis muslos aún me dolían, en realidad me escocían a cada paso, no lo había notado al caminar, pero al correr un intenso dolor aturdía mis piernas. Antes de darme cuenta deje de correr, deseando que mis perseguidores no me hubieran visto, pero al girarme, pude distinguirlos a pocos centenares de metros. Iban montados en camellos, con largas túnicas de color azul y pañuelos del mismo color con los que tapaban su cabeza. Además portaban unas largas lanzas que levantaban amenazadoramente avisándome del destino que corría si intentaba defenderme. Sin ni siquiera pensarlo desenfundé mi espada, era pesada, mucho más de lo que había imaginado, nunca había sostenido ninguna, pero estaba dispuesta a usarla. Pronto me tuvieron rodeada, apuntándome con sus lanzas, uno de los hombres me habló en un dialecto que no logré comprender, como única respuesta solté un rugido y aparté una de las lanzas con mi espada. Entonces uno de los hombres dijo algo y los otros empezaron a reírse. Después uno bajó de su camello y se acercó hacia mí con una espada curvada en la mano. Yo instintivamente alcé mi espada y descargué todo su peso contra él, el hombre esquivó el golpe ágilmente con un salto hacia atrás y todos empezaron a reírse. En cuanto apartó la vista un instante, empujé con fuerza la espada hacia él, levantando una nube de polvo y arena. Antes de que pudiera saber que había ocurrido, vi mi espada atravesada en su pecho. Lo siguiente que pude sentir fue un duro golpe en la cabeza. Cuando recobré la conciencia estaba atada de manos y pies bajo la sombra de un Imahan. Mis ropas habían sido cambiadas por las mismas túnicas que llevaban esas gentes. Dejando a un lado el fuerte dolor que sentía en la cabeza, allí donde me habían golpeado, no parecían haberme infligido ningún daño. A duras penas, logré arrastrarme hasta la salida de la choza y sacar la cabeza al exterior, el sol empezaba a caer por el horizonte y el cielo estaba teñido de un rojizo precioso, el asfixiante calor del día empezaba a disiparse dando paso a una brisa fresca, pero pronto llegaría la helada noche. Frente al Imahan donde me encontraba se alzaba uno de más grande, debía apresurarme a escapar, si las leyendas eran ciertas, esa noche me convertiría en la cena de esos salvajes del desierto. Conseguí arrastrarme por la arena hasta la choza de enfrente, tuve que tragar algo de arena para conseguirlo, pero me parecía un precio insignificante si con eso lograba salir de allí. Tras varios intentos, conseguí escabullirme por debajo de las telas de la cabaña. Por dentro era una estancia acogedora, estaba repleta de alfombras y telas de diferentes colores. Todo estaba bastante oscuro, pero de algún modo logré ver brillar el filo de una daga, me acerqué a ella tan rápido como me lo permitieron las cuerdas que me amarraban y me las ingenié para lograr cortarlas. No tardé mucho en levantarme, al hacerlo, noté como el corazón se me salía del pecho, un hombre yacía a mi lado, tapado con varias telas sin emitir el menor ruido. Por un momento me había dado la sensación de que iba a abalanzarse sobre mí para comerme, pero ese súbito espanto dio lugar a la calma. El hombre estaba desarmado y yo aún sostenía una daga entre mis manos. Me acerqué sigilosamente al hombre hasta poder notar su respiración, una respiración lenta i calmada, tan silenciosa como el desierto. Alcé la daga dispuesta a atravesar su corazón, pero algo me impedía ejecutar a aquel hombre, no podía matarlo, no mientras durmiese. Entonces el hombre abrió los ojos y me agarró el brazo, antes de que pudiera darme cuenta le había cortado la garganta y la sangre brotaba a borbotones desparramándose por el suelo. Intenté alejarme rápidamente, asustada, pero su brazo seguía agarrándome con fuerza, no fue hasta pocos instantes después que logré quitármelo de encima. Acababa de matar un hombre y me había asustado, pero solo al principio, ahora una completa serenidad me llenaba. Sin soltar ni un momento la daga, asomé mi cabeza al exterior. A veinte metros, los camellos descansaban sobre la arena, eran mi única opción de salir de ese lugar. Solo logré ver a un guardia, vigilando junto a una pequeña hoguera con su lanza apoyada en el hombro, estaba de espaldas a mí, pero no podía llegar junto a los camellos sin que me viera, la única opción era matarlo. No me gustaba la idea, en realidad me aterrorizaba, pero mi cabeza de mantenía fría y sabía que esa era mi única alternativa. Así que empecé a acercarme cuidadosamente, procurando no hacer ruido alguno, paso tras paso sin apresurarse demasiado. Entonces el hombre me dirigió unas palabras, eso me heló el alma, temblaba de terror, pero no tardé en darme cuenta que no me había reconocido. Seguramente pensaba que era uno de sus compañeros, debía aprovechar eso o sería mi último día de vida. Por suerte, el hombre continuo hablando sin molestarse en girarse para ver con quien hablaba. No entendía nada de lo que decía, pero sabía que en algún momento esperaría una respuesta. Conseguí colocarme detrás del hombre, pero me quedé bloqueada, no podía hacerlo, ya había matado a dos hombres, pero me veía incapaz de matar al siguiente. Pero cuando el hombre se giró todas mis dudas se desvanecieron en un instante y le corté la garganta con un tajo limpio. Sabía perfectamente que si no lo apuñalaba en el lugar correcto el hombre podría suponer un peligro. Sentía un terror enorme antes de matar a un hombre y un terror incluso mayor después de matarlo, pero mientras lo hacia mi mano no temblaba y mi cabeza se mantenía fría, eso era lo que más me aterraba. Cuando llegué junto a los camellos, me dispuse a montar uno y marcharme a toda prisa. Pero aquellos hombres no dudarían en perseguirme y ellos conocían el desierto mucho mejor que yo, me habrían atrapado antes de que pudiera dar unos pasos. Así que me acerqué hacia las otras criaturas y le corté la garganta justo uno a uno como había hecho con los dos hombres que acababa de matar. Pero el último de los camellos soltó un gemido escalofriante que me heló las venas, era un grito de dolor, y mi perdición. Me subí rápidamente al único camello que quedaba vivo y lo espoleé con todas mis fuerzas, pero noté como algo me agarraba de la pierna y tiraba de ella. Lo siguiente que noté fue el impacto contra la arena. Un hombre grande y musculoso se encontraba ante mí y a lo lejos más hombres se acercaban. El hombre me agarró por la cabellera y me levantó del suelo yo sin dudarlo ni un instante empujé mi daga hacia su corazón. El hombre me soltó inmediatamente y agarró la daga que llevaba inyectada en el pecho con las dos manos. Yo aproveché la oportunidad para huir hacia el camello que se había parado unos metros más lejos. El resto del poblado me perseguía, pero si lograba llegar al camello antes que ellos, aún tendría una oportunidad. Cuando me subí al camello giré la cabeza para ver como el hombre que me había tirado al suelo caya muerto en la arena, los demás hombres estaban demasiado lejos como para alcanzarme. Así que piqué espuelas y me alejé rápidamente de esos hombres que gritaban y maldecían mi huida. El sol desaparecía en el horizonte cuando dejé de ver las chozas de aquellos hombres. El frio empezaba a inundar el desierto con suavidad, adentrándose en todos sus recovecos. Me daba demasiado miedo pararme, así que me abrigué con una manta de lana que llevaba el camello y seguí cabalgando en la oscuridad dirigiéndose hacia un futuro incierto.
III
- ¿Me entiendes ahora?
Yo me afané a asentir con la cabeza, mis ojos estaban llorosos, aunque no sabía la razón.
Dijo el viejo mientras señalaba al hombre que me había rescatado, hablaba la lengua de las tierras altas con fluidez, aunque su acento estaba gravemente marcado por las lenguas del desierto, cuando hablaba, daba la sensación de que estuviese escupiendo las palabras una detrás de la otra.
- Encantado señorita, mi nombre es Absalom, comerciante reconocido des de las montañas de Kahal hasta los dominios del rey muerto, como ya te he dicho este hombre es Guh mi esclavo personal. Le debes tu vida, y por ello debes pagarme a mí. Tengo un trato que ofrecerte.
Después de decir esto hizo una larga calada en su pipa y me soltó una bocarada de humo en la cara. Yo intenté toser, pero mi garganta seca no me permitió hacer-lo.
-Entiendo.
Dijo mientras bajaba la cabeza como si pensara en algo complicado. De golpe, levantó la cabeza y le dijo algo a Guh que desapareció entre los camellos para reaparecer con una vasija llena de agua. Yo bebí un largo trago, pero en cuanto me dispuse a tomar un segundo el viejo me arrebató la vasija de las manos y mirándome con una sonrisa maliciosa empezó a hablarme lentamente.
- No beberás más agua hasta que hayamos negociado, ¿Cuál es tu nombre muchacha?
Me quedé con la mente en blanco unos segundos, hacia tanto tiempo que no oía mi nombre, entonces recordé la voz de Joshua, tenía la rara costumbre de susurrármelo continuamente.
- Hellen
Dije con la voz todavía seca.
-Bien, mi trato es muy sencillo, no te puedes negar, podría matarte aquí mismo y quedarme tu camello, pero preferiría no manchar mi reputación en algo tan banal como esto, así que a cambio de tu camello, te ofrezco transporte y avituallamiento hasta la próxima ciudad. Puede que mis servicios no sean generosos, pero te aseguro que son preferibles a una muerte en el desierto, entonces ¿Aceptas?
No dude en asentir con la cabeza, entonces el hombre me acercó la vasija de agua, yo bebí afanosamente refrescando mi reseca garganta con aquel líquido milagroso. Cuando terminé Guh me llevó hasta el camello que había robado y me ayudó a montar en él, entonces el grupo retomó la marcha, yo no tuve más remedio que seguirlo avanzando lentamente hacia el sol que empezaba a ponerse entre las dunas del horizonte. Ahora el cálido aliento del desierto me llevaba una esperanza, casi podía oír la voz de Joshua en los susurros del viento.
Continuara.....(o no?)