Buscando la Paz
Los cascos de caballos hacían temblar el suelo, el miedo se acercaba hacia el pueblo mientras los aldeanos se refugiaban en sus casas, los valientes se plantaban en la plaza del pueblo con la esperanza de lograr derrotar a las decenas de jinetes que se aproximaban en la penumbra, los gritos de los demonios montados eran cada vez más próximos, el terror acechaba. La luna estaba siniestra aquella noche, iluminaba los hombres que se reunían en la plaza con armas improvisadas, sus rostros pálidos pronto se reunirían con los de sus ancestros. Lo único que podía hacer Helena era contemplar el horror des de su escondite, la sangre pronto tiñó el suelo y las llamas no tardaron en iluminar el cielo a través de los tejados. La chica exprimía la cruz contra su pecho sin obtener respuesta a sus oraciones, dos niños sollozaban en sus faldas llorando a sus madres, en realidad casi no los conocía, pero era lo único que aquella pobre muchacha pudo salvar. Ya no tenía familia, la cabeza de su padre y sus hermanos rodaban por el mugriento suelo mientras su madre era raptada por esos hombres sin rostro y sin alma. Paralizada por el miedo permaneció en sepulcral silencio toda la noche solo sus plegarias la mantenían en vela. Al salir el sol las llamas empezaron a extinguirse dejando paso a las cenizas, solo los cadáveres permanecían en el suelo. No había quedado nada, no encontró ningún otro superviviente, tampoco pudo enterrar a los muertos, el peligro aún no había pasado. Ahora dependían de ella dos niños, debía ponerlos a salvo de inmediato, así que después de haber logrado reunir algunas escasas provisiones partieron hacia algún lugar, allí donde los llevara el camino. Pasaron horas andando por los caminos, solo el cotorreo de los pájaros les mostraba que aún seguían viviendo. De repente, se rompió el hielo.
-¿Perdone señora podríamos descansar y comer algo? – Era la menor de los hermanos que Vanessa había acogido bajo su protección.
- Muy bien bonita ¿cómo te llamas? – Preguntó la chica.
-Su nombre es María, y el mío es Eduardo. –Contestó el hermano mayor, que apenas debía alcanzar los siete años.
- Muy bien, os prometo que dentro de un rato pararemos a comer algo. – Dijo mientras se le empañaban los ojos. El viaje fue largo, por el camino encontraron varias poblaciones arrasadas, Vanessa las esquivaba siempre que podía pero, ero el único lugar donde podía encontrar algún vívere. Dos semanas después, encontraron en el camino a un hombre extraño, iba tapado bajo una vieja capa la cual ocultaba su rostro. El hombre los acompañó en silencio, los niños parecían tenerle miedo, ahora ya la trataban como a una madre, siempre iban arrapados a sus faldas temerosos a que volvieran los jinetes sin alma. Pasaron varios días y el silencio permanecía intacto, sin perturbar. Así que Helena decidió hacer algo para remediar esa situación su escasa experiencia en tratar con hombres le hizo dudar unos instantes.
- Perdone señor sus ropas están muy sucias, yo podría remendarlas si me diese su permiso.
El hombre permaneció en silencio después de esas palabras, hasta llegar a una pequeña charca donde pararon a reposar.
- Ahora señorita, si aún sigue su oferta en pie, ¿le importaría lavar mis ropas? - Su voz era áspera pero joven, el hombre se sacó la vieja capa y se la entregó. Bajo aquella vieja capa lucía un hombre de pelo castaño y larga cabellera. Sus ojos azules le mostraban el dolor que había sufrido, el hombre se quitó también el resto de los ropajes y se zambulló el la pequeña charca, su cuerpo era musculado y cubierto de cicatrices, seguramente habría participado en alguna guerra. Helena lavó sus ropas y las dejó a secar el hombre salió del agua cubriendo su cuerpo con un manto esperando a que sus ropas se secaran. Esa noche misma encendieron una hoguera para asar a un conejo que el hombre había cazado. El viajero vio el fuego reflejado en las lágrimas de la chica. Los dos niños dormían tumbados sobre sus faldas.
- Perdone señorita, ¿Le importaría decirme de donde viene y a dónde se dirige? – Dijo el hombre mordiendo el muslo del conejo.
- Vengo de un lugar que ya no existe y me dirijo a paradero desconocido para poner a salvo a estos dos niños huérfanos. – Dijo la chica con la mirada serena.
- Perdone mi grosería al no haberme presentado hasta ahora, no había encontrado el momento. Mi nombre es Héctor, vengo de un lugar que por desgracia si existe y me dirijo a un lugar del cual empiezo a dudar.
- Mi nombre es Helena, tengo 16 años. – Dijo dudando la chica, entonces hubo un silencio de unos cuantos minutos antes de que el caballero volviera a hablar.
- Veo en sus ojos un abismo de tristeza, déjeme contarle una historia que aliviara su mente y que me contó un viejo amigo. Esta historia cuenta la historia del lugar hacia donde me dirijo. Según cuenta la historia hay un lugar donde solo los bondadosos y puros de corazón pueden entrar, un inmenso castillo que nadie ha conseguido conquistar, dicen que ese lugar está cubierto de rosas, y que es gobernado por un señor que no pide a sus vasallos que paguen la tierra que cultivan. Ese señor trata de igual a todos e incluso se relaciona con los campesinos, el no acepta regalos ni dinero, él come lo que logra cultivar, igual que todos, el posee una enorme fortuna pero él la gasta para hacer mas cómoda la vida de sus vasallos. Según dicen en su reino no hay lugar para el hambre y la guerra, solo para el bien y la prosperidad, la abundancia aflora en sus campos y todo el mundo aprende a leer y escribir. Según dicen su señor era antes un vagabundo que mendigaba por las calles y contaba historias de paz , también dicen que fue él quien venció al antiguo señor y lo hechó de sus tierras, dicen que tuvo que enfrentarse a todo un ejército y que ese ejército fue vencido por sus palabras de paz, por sus promesas, ahora ya cumplidas. También cuentan que fue el mismo señor de estas tierras el que venció al terrible dragón que custodiaba el castillo de Strungs y que se marchó de allí sin recibir recompensa alguna, rechazando así riquezas y poder además de la mano de la bella princesa que el dragón tenía bajo su custodia. Este es el lugar que yo ando buscando un lugar del cual empiezo a dudar la existencia. Ahora Helena os invito a vos y estos dos niños a buscar este lugar de ensueño, solo me queda esperar a vuestra respuesta. – Las lágrimas de la chica habían cesado, ahora solo la esperanza se reflejaba en sus ojos, hubo un prolongado silencio antes de que Héctor pudiera obtener su esperada respuesta.
-Cuando estos niños despierten quiero que vos les contéis la historia de este gran señor y de sus tierras doradas para que así puedan saber el lugar hacia donde nos dirigimos. – Héctor y Helena jamás encontraron la tierra prometida per vivieron felices buscándola junto a María y Eduardo.
Según dice la leyenda un chico llamado Eduardo que había crecido con cuentos de paz puso fin a las guerras que agitaban el mundo, pero eso, solo es algo que dicen.
Otro de los relatos que he conseguido rescatar de entre mis redacciones en el instituto, disfrutenlo
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