sábado, 19 de febrero de 2011

Cut-sama

Kishimoto

Porfavor comenten

Recuerdo que este blog fue creado para recibir comentarios de parte del publico, les pido  que comenten y critiquen mis obras, a poder ser tambien les agradeceria que siguiesen la pagina, gracias

Ironia

Algunas veces creemos que la muerte es algo lejano, que estamos a salvo, que nuestras almas no serán usurpadas por la guadaña del guardián. Pero a veces,  el destino, está más cerca de lo que creemos.

Era un 30 de Agosto muy extraño, la temperatura de los últimos días se paseaba por la cifra cuarenta, como una mosca molesta; como único matamoscas,  los ventiladores ya estropeados que te ofrecían el encanto hipnótico de sus vueltas sumadas al calor y al aburrimiento. La playa y la piscina estaban cerradas a mis posibilidades, nada mas podía hacer que contemplar el cero de ese aparato sin alma. Pero ese día era diferente, miles de perlas translucidas caían del cielo bajo un triste manto de color borrador. Nada más que estar sentada,  al lado de la ventana contemplando el movimiento rectilíneo de las gotas cayendo al azar, mientras  sonaba la novela de las tardes en una televisión ya aburrida en épocas de vaguez; consolaba mi espíritu.
Era como un vampiro al que no podían tocar los rayos del sol, esa enorme bola de fuego me apuntaba con lanzas ardientes preparado para dañar mi piel de seda. Nada calaba más hondo en mi corazón que la tristeza que me provocaba el alegre sol. No hay nada que más deseemos que aquello que no podemos tener, sobre todo si todos los que te rodean disfrutan plenamente de ello. Notar la cálida luz del sol era para mí, notar el calor de un rayo en mi piel. El tormento de no poder ir a ningún sitio, nunca salir de ese pequeño apartamento cerca de la clínica del doctor que visitaba una vez por semana. Ver  los niños jugar y sudar a la luz del feliz astro. Todos esos pequeños detalles eran una tormenta para mi frágil corazón, la muerte me acechaba.
Pero ese día era diferente, las tristes nubes cubrían al alegre sol, permitiéndole a mi corazón una excepción. Podía lanzar la rutina al vertedero, pero sabía el amargo sabor de volverla a recuperar.  Aunque ese triste día era alegre para mí, me encontraba en una extraña excepción dentro de la excepción que yo conformaba. Ese día, no tenía ganas de salir a la calle, tampoco quería restar en ese apartamento, el cual seguía viendo después de cerrar los ojos. Solo quería pensar en mi vida mientras esperaba mi inminente muerte.
-Piiiiiiiiiiiiiiiiip.-De repente sonó el timbre. ¿Era mi madre? No, llegaba demasiado pronto. Quizás era uno de los vendedores de seguros de vida que agarrotaban a diario las puertas de mi casa. Abrí la puerta dispuesta a lanzar una negativa rotunda y rutinaria, pero al abrir la puerta me encontré con la ironía más grande de mi vida, yo era débil y pálida con un cuerpo hecho de huesos y poco más, padeciente de multitud de enfermedades, la rara del barrio. El era apuesto alto y robusto, de piel morena y pelo largo, el típico deportista popular que siempre está activo, no como cierta rata de biblioteca. Aunque si buscabas en el diccionario la palabra antónimo, salían nuestras fotos, él era mi novio.
Estuvimos un rato hablando, el me había traído un ramo de flores que había traído de la montaña, decía que era para notar la fresca brisa del exterior. Y aunque éstas me recordaban mi desdichada vida, alumbraban mi corazón con la imagen de mi ser querido. El venía sudado de una competición de BTT, con su típica sonrisa que elevaba mi alma a la felicidad y que era mi elixir de vida, su presencia, mi auténtica medicina. El me pidió apresurado que lo acompañara a un lugar que quería mostrarme.  Yo le impuse antes que borrara el rastro de su latente olor a sudor. El acepto con su típica sonrisa.
Después de recuperar su fresco aroma me cogió en sus brazos y se me llevó, dejando a medio escribir la nota para mi madre. Me bajó como a una princesa por los escalones de mi triste apartamento y me subió a su coche caro. Otra ironía se encantaba en nuestra relación, la de un rico príncipe y una pobre plebeya. La de un hombre libre y una mujer prisionera. Nada más podía hacer que contemplar su bello rostro al conducir por las calles lluviosas de la ciudad, llena de paraguas de colores, como luces en un cielo nocturno.
Paramos quince minutos más tarde en las ruinas de una fábrica abandonada en las afueras de esa ciudad.  La triste lluvia borraba el rastro de los espectros del pasado que ocultaba ese lugar. El me abrió la puerta sujetándome un paraguas. Él no llevaba ninguno, le gustaba la sensación de libertad que producía el tacto de las gotas de agua. Me llevó por las galerías de ese laberinto de paredes derrumbadas hasta llegar a una pequeña cueva que provocaban los muros derrumbados. Se internó en ella, señalando que me quedara allí, segundos después reapareció con dos crías de jabalí en sus musculados brazos, eran pequeñas y tenían  un angelical e inocente rostro, su hermoso pelaje lucía brillante bajo las gotas del agua, mientras ellos se acurrucaban al calor del muchacho, acaricié su áspero pelaje bajo ese triste manto que era mi felicidad. A partir de ese momento todo fue muy rápido una descomunal bestia embistió la imagen de mi amante borrando en mi la felicidad de los días sin sol dejándome con un vacio infinito cual los giros de un ventilador. La cabeza del muchacho impactó con el duro hormigón creando un triste lago escarlata que se diluía con el agua, la madre de esas dos crías, miró fijamente mis ojos de terror, soledad y desesperación, no sé lo que vio en ellos, seguramente a un débil y moribundo animal, ya que cogió a sus dos crías y se internó en la lejanía del bosque. Dos días pasaron antes de encontrar mí deshidratado cuerpo que por desgracia mía consiguieron  salvar. Pero mis ojos nunca olvidaron esa ironía que se sumaba a una delicada colección. El más enérgico y fuerte cruzó el umbral y el más débil y triste se quedó en la soledad de la vida. Una soledad peor que cualquier muerte.
Algunas veces creemos que la muerte es algo lejano, que estamos a salvo, que nuestras almas no serán usurpadas por la guadaña del guardián. Pero a veces,  el destino, está más cerca de lo que creemos.