viernes, 21 de octubre de 2011

HELLEN (5)


VII
Por algún motivo, el frio inundaba mi cuerpo, por mucho que me acercase a la hoguera de mi habitación. Era un frio silencioso, que se adentraba en mi cuerpo como un espíritu, sentía un extraño cansancio recorriendo todo mi ser, pese a que había descansado durante todo el día. La noche era silenciosa y fresca, podía contemplar las estrellas brillar en el firmamento, tenían un brillo triste. Solo había una cosa que pudiera aliviar el extraño desazón que oprimía mi pecho. Deslicé los dedos por mis labios, mis mejillas se ruborizaron y no pude evitar soltar una sonrisa, deseaba un beso.
Bajar por el árbol y escabullirme entre los matojos del jardín fue algo fácil, llevaba años haciéndolo, la luna estaba enorme ese día. Salté por la pequeña ventana que llevaba a la cocina y me escabullí al almacén por la minúscula puerta que des de allí se abría, bajé las escaleras cuidadosamente procurando que nadie pudiera verme, luego me escondí entre un montón de toneles y cajas, allí donde siempre lo hacía, era un lugar húmedo, olía a vino y a carne seca, a especies y a pescado y a sudor, era un olor agradable, un lugar agradable, un lugar donde no debería bajar la futura heredera de esa enorme mansión. Cuando juntaba mis manos y soplaba, para imitar al sonido de un búho, yo siempre esperaba temiendo que no acudiera, pero el siempre aparecía con el rostro radiante y el pecho impregnado de sudor, con esa sonrisa de oreja a oreja que ponía cada vez que me miraba, era casi como un niño. Yo me lancé a sus brazos, el sonrió me agarró de la cintura y tras agarrarme dulcemente la barbilla, me dio un largo beso apasionado, estar entre sus brazos era lo único que necesitaba para seguir viviendo, siempre me decía que tenía una cara de boba cuando nos besábamos, pero, esa vez se quedó mirándome, me miraba a los ojos, no podía resistirlo, lo deseaba, deseaba otro beso. Nuestros labios se volvieron a acercar lentamente, podía notar el hormigueo de la pasión recorriendo mi delicado cuerpo, esas ansias de amor que no podía resistir. Pero pocos milímetros antes de que nuestros labios se juntaran el sonido de una explosión precedió a un temblor que agitó toda la mansión, note el frio impacto del suelo golpeando mi trasero. Cuando pude volver en mí ya era tarde, Joshua había desaparecido y el almacén estaba en llamas. Mi corazón estaba agitado, me encontraba desorientada, no sabía que había pasado, las cajas habían caído y me encontraba rodeada por el fuego, busqué un camino entre las llamas para llegar a la salida, pero las cajas amontonadas por el suelo servían de puente al fuego para cortar todas mis salidas, entonces conseguí divisar un pequeño agujero entre dos cajas, un estrecho hueco que podía llevarme a la salvación. Intenté escurrirme ente él, sentía como el aire me faltaba, mi cuerpo sudado me impedía moverme con agilidad, dificultando la ya difícil tarea de escurrirse por ese pequeño hueco. El agujero se estrechaba por el final y mi pecho, demasiado grande para aquella salida, se aplastaba contra las paredes de esas enormes cajas de madera, impidiéndome avanzar hacia delante. Finalmente me decidí a mirar hacia delante para encontrar algo a que agarrarme y lo vi, el fuego se extendía por una lona acercándose peligrosamente a unos barriles de pólvora. De algún modo me las apañé para retroceder por el agujero y esconderse tras unas cajas antes que la pólvora estallara, me llevé las manos a la cabeza intentando combatir el terror que mi corazón sentía. El rugido de la explosión zumbó en mis oídos incluso cuando esta hubo terminado, algo me golpeó la sien, era un objeto pequeño pero me había golpeado con fuerza, sentía un intenso dolor en la cabeza, me llevé las manos a la frente, logre palpar algo húmedo, cuando aparte mi mano para ver que era, esta estaba empapada de sangre, solté un grito desgarrador que cruzó la sala, pero nadie acudió a mí, estaba sola frente al fuego, la sangre empezaba a caer sobre mi vestido y sentía que la cabeza iba a explotarme, respiraba de forma agitada, rápidamente, pero por mucho que respiraba siempre continuaba faltándome aire, la desesperación acudía a mí, me tumbé en el suelo jadeando, no podía hacer nada, no encontraba fuerzas para seguir adelante. La sangre continuaba brotando, se deslizaba entre los surcos de mi rostro buscando un lugar donde caer, unas pocas gotas se deslizaron hacia mis labios jadeantes, esos labios, que querían un beso. El recuerdo de Joshua consiguió tranquilizarme, logré atarme un pañuelo en la cabeza para frenar la sangre que caía sobre mi rostro. Me levanté para observar a mi alrededor, la sala entera ardía, el fuego se había extendido mucho más que antes, pero la explosión había abierto un camino entre el montón de cajas caídas, me apresuré a correr hacia las escaleras, pero tropecé y me caí de bruces contra el suelo, cuando logré incorporarme de nuevo, mi costado me dolía intensamente. Me quité los zapatos de talón y los lancé furiosa contra el fuego, yo solo quería ser hermosa, solo por él. Entonces sin darme cuenta empecé a llorar, las lagrimas caían mezclándose con la sangre que bañaba mi rostro. Debía continuar, conseguí escapar del fuego y subir las escaleras que llevaban a la cocina, pero cuando crucé el umbral de la puerta, me sorprendió encontrar el mismo escenario que reinaba en el almacén, la cocina entera ardía, estaba aterrada y cada vez tenía más miedo. Un intenso ardor en mi pierna me hizo reaccionar, el fuego había trepado por las escaleras y empezaba a prender la falda de mi vestido. Me  revolqué por el suelo asustada, esa situación era más de lo que podía soportar, más de lo que podía sufrir, no quería vivir eso, deseaba estar en otro lugar, donde fuese, pero estaba allí, era parte de mi vida y debía aceptarlo. Conseguí arrancarme el pedazo de falda que ardía y lanzarlo contra el suelo. Me quedé inmóvil contemplando como ardía ese pedazo de tela, era ropa cara, siempre me habían gustado los vestidos, me pasaba tardes probármelos, los tenía a montones en mi enorme armario, aunque Joshua siempre prefería verme desnuda a mi me hacía ilusión aparecer cada vez con unas ropas diferentes, aunque él no se diera cuenta, quería, quería ser la más hermosa, para que el la quisiera mas y mas. Pero esos recuerdos no hacían sino alimentar mis lagrimas y hundirme en la desesperación, la angustia que la comía por dentro, era de algún modo, lo que le daba fuerzas para seguir adelante, no quería quedarse sintiendo ese terror, quería escapar para volver junto a su amado. Las paredes de la mansión ardían, había pasado cientos de veces por aquellos pasillos, pero esa era la última, jamás volvería a pisar aquella alfombra ni a ver esos cuadros que decoraban la pared. Conseguí salir al patio y arrastrarme con mis escasas fuerzas hacia el camino donde las llamas no podían alcanzarme, y entonces me giré para verlo, para ver como el lugar donde había nacido y crecido, donde había amado y sufrido donde había pasado su vida, ardía, ardía y se sumía en las llamas para no regresar jamás. Pero a pesar de las intensas llamas que la rodeaban sentía un intenso frio, un frio sereno como el de una noche, como, como el de un desierto, entonces un susurro lejano me hizo despertar de esa pesadilla para regresar a la realidad.
Abrí los ojos, mis miembros estaban completamente entumecidos, no podía moverlos lo mas mínimo, la costra de sangre seca que me cubría los ojos me impedía abrirlos con claridad, aunque de nada hubiese servido, la cabeza del gran tuareg reposaba sobre mi impidiéndome ver nada más. Estaba viva, pero no iba a estarlo por mucho mas, los primero rayos de sol empezaban a iluminar la escena, había logrado sobrevivir al frio de la noche pero dudaba que el día fuera tan benévolo, sentía la garganta reseca y lo único que aún tenía fuerzas para hacer era mantener los ojos abiertos, porqué sabia que en cuanto los cerrase, no se volverían a abrir. Entonces volví a oír un ruido, el mismo ruido que me había despertado, el ruido de unos pasos, unos pasos que se acercaban, me hubiera gustado gritar, gritar pidiendo ayuda, pero mi garganta no respondía, no debía lucir diferente a un muerto. Pero los pasos continuaron acercándose, lentamente, entonces pude apreciar una silueta, y noté como el peso del tuareg caído sobre mi se desvanecía. Algo húmedo y caliente cayó sobre mi cabeza, parecía un pañuelo, o un trapo, pero no tenía fuerzas como para levantar la mano y comprobarlo, la noche me había usurpado las pocas que me quedaban. Entonces apareció ante mí un rostro, de piel morena y oscuros ojos, era un rostro que ya había visto antes, unos rasgos que recordaba haber visto recientemente, entonces advertí su mirada y recordé quien era, esos ojos, no me miraban como una persona, me miraban como a una mujer.

domingo, 16 de octubre de 2011

HELLEN (4)



VI
El color opaco de la sangre me cubría los ojos nublando mi visión. El aturdimiento recorría mi cuerpo acercándome a la muerte y un gran peso aplastaba mis piernas impidiéndome escapar. No podía ver nada, y apenas lograba distinguir entre los sonidos de recuerdos lejanos y  el murmullo de la batalla. Me encontraba indefensa, expuesta, sentía como si mi vida hubiese acabado allí, para eso había servido sacrificar al avaricioso Absalom, unas lágrimas recorrían mis mejillas, no estaba triste, no sentía nada especial, simplemente lloraba, lloraba por… ¿Por qué lloraba? Decidí luchar y acabé vencida, ese era el destino que me había tocado vivir, pero no lograba conformarme con él. Intenté salir arrastrándome de ese lugar, pero mis escasas fuerzas se desvanecían en la arena, el único lugar donde podía agarrarme. Todo había acabado mal, no, más bien todo había empezado mal…
Cuando Guh paró de golpear contra la pared aquel pedazo de carne que había sido su amo una sonrisa triste se dibujó en su rostro, su cautiverio había cesado, pero las pesadillas lo perseguirían de por vida. Mientras Guh cometía su masacre los jinetes del desierto, montados sobre sus grandes camellos no habían esperado en vano, se habían organizado, se habían reagrupado y ahora empezaban a cabalgar contra el pueblo en busca de una masacre. Entre las cuatro chozas que lucían erigidas retando a los vientos del desierto los hombres y mujeres se habían quedado quietos sin saber que contemplar,  el terrorífico asesinato del comerciante Absalom, o el aún más terrible grupo de tuaregs preparándose para la batalla. Los hombres de Absalom fueron los primeros en ponerse en movimiento, en cuanto se dieron cuenta que no había posible negociación, que los jinetes del desierto atacaban con intención de llevarse consigo todas las vidas del lugar, empezaron a correr. Algunos intentaron huir llevándose consigo al camello más cargado que encontraran, pero la avaricia los llevó a la muerte, esos fueron las primeras vidas que segaron los hombres del desierto. La mayoría pero, se acercó a los camellos para agarrar, dagas, cuchillos, espadas o cualquier cosa afilada con la que matar. Después de ver sus movimientos, muchos de los aldeanos siguieron sus pasos adentrándose en sus chozas para volver a salir con armas rudimentarias con las que poder evitar la muerte. Pero algunos eligieron quedarse asomados en las ventanas de sus casas rezando a algún dios o simplemente paralizados ante el escenario que ante ellos se mostraba. Cuando Guh recobró su ser, y se dio cuenta del escenario que le rodeaba, la batalla ya había empezado a desarrollarse, primero los jinetes habían atacado sin piedad a los que habían intentado huir, atravesándolos con sus largas lanzas procurando no dañar a sus camellos. Habían sido muertes rápidas i crueles. Los tuaregs se lo habían tomado como un juego, atacar a unos desertores que habían escogido huir antes que luchar, no tenía la menor dificultad para ellos. Sus camellos eran ligeros y rápidos. Pero los que habían decidido huir montaban bestias de carga, recubiertas por una pesada armadura de valiosas mercancías. Ninguno de los que intentó huir de aquel poblado logró sobrevivir. Después de eso, los tuaregs empezaron a dar vueltas alrededor del poblado, escaneándolo, buscando aperturas, sonriendo, eran guerreros del desierto y se enfrentaban a un puñado de aldeanos y comerciantes que apenas sabían empuñar una arma. Cuanto más tiempo tardaban los jinetes en atacar, más nerviosa se ponían las gentes del lugar. Algunos soltaron las armas y empezaron a correr incluso antes de que estos atacaran. Pese al tiempo que habían tardado en atacar, cuando lo hicieron arrasaron, pillando por sorpresa a su enemigo, que no estaba preparado para el asalto, ellos eran un grupo de guerreros sobre sus monturas y luchaban contra unos hombres que apenas se sostenían en pie y les costaba trabajos empuñar correctamente sus armas. El primer ataque fue corto y letal, atacaron a discreción, agitando sus largas lanzas y clavándolas en sus enemigos, después de eso se retiraron para volver a atacar pocos segundos después, esta vez el pueblo respondió mejor a su ofensiva, así que al tercer asalto empezaron a atacar sin discreción acabando con tantos como pudieran. Fue entonces cuando Guh se dio cuenta de lo que estaba pasando a su alrededor. Al ver el panorama que lo rodeaba, no tardó ni un segundo a acercarse a su montura y agarrar una enorme espada curvada a juego con su colección de músculos. Yo me había quedado junto a él, observando su masacre y después observando su silencio. Era consciente de la situación que me rodeaba, pero por algún motivo, me había quedado allí junto a aquel hombre. Un jinete se acercó a Guh apuntando su lanza hacia el corazón de su enemigo. Pero con un salto Guh se puso fuera del alcance del arma, al otro lado del camello y golpeando con todas sus fuerzas rebanó la pierna del camello. La bestia y su jinete cayeron a los pies de aquella musculosa sombra, que no dudó en hundir su espada en el cráneo del jinete caído. Ese gesto me hizo reaccionar a mí también, la batalla se estaba desarrollando de una forma negativamente inesperada, los hombres del desierto estaban masacrando a los lugareños sin dificultades y parecía que el único en ese pueblo capaz de rivalizar contra ellos fuera Guh y eso no sería suficiente. Cuando Guh fue corriendo en busca de otro enemigo al que abatir yo me dirigí corriendo hacia el hombre tendido en el suelo y agarré la espada que el guerrero había dejadado sin desenvainar. Era una espada curva, no demasiado pesada y suficientemente grande para mi, entonces guardé mi daga, que hasta aquel momento había agarrado firmemente. Por algún motivo tenerla guardada en el cinto me proporcionaba una seguridad que en esos momentos necesitaba. Entonces observé a mí alrededor y me dirigí hacia un jinete aislado que perseguía a una mujer que corría desesperadamente tratando de salvar su vida. Cuando llegué frente a él, esa mujer yacía muerta en el suelo con un agujero atravesando su pecho, la arena del desierto succionaba su sangre mientras el guerrero que había acabado con ella me contemplaba con ojos de depredador. Yo simplemente coloqué mi espada frente a mí en posición de defensa. El hombre agitó su lanza con la intención de cortarme el cuello, yo logré desviarla con mi espada, pero el filo rasgó mi pierna. En cuanto lo intentó por segunda vez interpuse mi espada en el ataque, como resultado caí al suelo junto a un pedazo de lanza. El hombre lanzó al suelo los restos de su lanza y desenfundó su espada, algo más grande que la que yo sostenía. Casi instintivamente, agarré el  pedazo de lanza que había logrado cortar y lo lancé contra mi enemigo, muy lejos de acertar la punta de la lanza se clavó en el estómago del camello, haciendo que se tambalease hacia el suelo. El jinete, cayó al suelo, pero se incorporó rápidamente, mirándome con su espada en la mano. Entonces uno de los comerciantes de Absalom se acercó por detrás intentando cortarle la cabeza, pero este paró su ataque, entonces yo me acerqué y hundí mi espada en el costado del guerrero que cayó al suelo gimiendo de dolor. El hombre de Absalom le rajó el cuello al jinete, me miró un instante y salió corriendo hacia otro enemigo. Su mirada no contenía odio, ni siquiera parecía haberle molestado el hecho de que hubiera provocado toda esa situación, el me miraba como a una mujer.
El viento empezaba a soplar por el norte y la arena se levantaba formando una espesa neblina de arena que escondía los últimos reductos de la batalla, había matado a tres hombres, pero mi herida en la pierna me dolía a cada paso y no paraba de sangrar. No sabía quién ganaba y quien perdía, apenas podía oír los murmullos de la batalla, los últimos rayos de sol caían entre la neblina de arena apenas iluminando el escenario, entonces lo vi, cortando la cabeza de un hombre, el líder de los tuaregs, montado sobre su camello blanco. Primero me asusté, pero luego me di cuenta de que no podía verme, y el viento tampoco le permitiría oírme si me acercaba, tanto su ojo inservible como el viento jugaban a mi favor, además la escasa luz y la neblina de arena que se alzaba a escasos metros del suelo parecían ser un escondite  idóneo para acercarse sin ser visto. Esa era mi oportunidad, entonces empecé a correr contra él, cuando estuve a menos de un metro del camello blanco, el hombre giró su cabeza hacia mí, pero ya era demasiado tarde, agarré la espada con fuerza y la hundí en el vientre del animal. El camello soltó un gemido agudo y cayó sobre mi aplastándome las piernas, tras él, cayó su jinete, justo encima de mí. Nuestros rostros apenas estaban separados por unos escasos centímetros, el hombre parecía aturdido, le había pillado por sorpresa, intenté buscar mi espada, pero estaba completamente hundida en el vientre del animal. Entonces el hombre recobró el sentido, una de sus piernas también había quedado atrapada bajo su montura, así que tenía dificultades para moverse, su espada había caído demasiado lejos como para agarrarla, así que rodeó mi cuello con sus manos, estrangulándome, su rostro dejaba intuir una sonrisa rabiosa que mostraba una fila de afilados y amarillentos, dientes que parecía que fueran a devorarme. Pude agarrarlo, mi daga. Con un movimiento rápido logré inyectar la daga en su garganta, una cascada de sangre regó mis ojos nublando mi visión, mientras intentaba respirar desesperadamente, pero pese a que el hombre estaba muerto, sus manos continuaban agarrando mi cuello con fuerza. Finalmente, reuniendo mis últimos esfuerzos logré despegar sus manos de mi cuello. No podía ver nada, apenas podía oír algo, el peso del camello me impedía escapar y el cadáver de ese hombre me impedía moverme, el aturdimiento de la batalla empezaba a caer sobre mi impidiéndome pensar con claridad, a la vez que un profundo desazón invadía mi cuerpo, sentía una sensación similar a cuando el hombre me estaba estrangulando, casi sentía como si no pudiese respirar. El sonido de los granos de arena repicando a mí alrededor era lo único que me indicaba que seguía con vida, pero mi cuerpo se sentía sin fuerzas y mis pensamientos empezaban a trasladarse a otro lugar.

martes, 11 de octubre de 2011

HELLEN (3)




V
Empecé a correr tan rápido como las piernas me lo permitieron, hacia un camello, pero una piedra me hizo tragar la arena, una arena seca y amarga. Cuando me levanté me di cuenta que no tenía a donde huir: si escapaba, ellos me atraparían; si me escondía, ellos me encontrarían y si luchaba… si luchaba ellos me matarían. El sonido de los granos de arena crujiendo entre mis dientes no hacía más que aumentar mi desazón, algo húmedo se deslizaba por mi barbilla, me llevé la mano a los labios, la sangre me brotaba caudalosamente llenando mi arenosa boca con el líquido escarlata. No pude evitar tragar y limpiarme la boca con la manga. Cuando me volví a mirar, el grupo de tuaregs se había parado a unos doscientos metros del poblado. Uno de ellos se había acercado y estaba hablando a gritos con Absalom que se mantenía firme con su gran siervo a su lado. El hombre que se había acercado, era imponente con su gran camello blanco y su colección de dagas encintadas  en el pecho sobre su túnica azul y su larga lanza que apuntaba a Absalom amenazante. Lucía una piel morena y demacrada por el sol y un poblado bigote carbonizado bajo su afilada nariz, su ojo derecho lucía una cicatriz que lo atravesaba por completo, pero esta se veía compensada por el trozo de carne que le faltaba en la comisura izquierda, un pedazo de labio había sido arrancado, la carne aún mantenía su color rojo, aunque la cicatriz parecía antigua, a través del agujero, podían verse claramente sus amarillentos dientes. Su túnica era más limpia y elegante que la de todos sus compañeros, pero los tonos azul y blanco  continuaban siendo dominantes. Pero por muy imponente que pareciera ese hombre, montado sobre su enorme camello blanco, empalidecía al lado de Guh tan alto que casi podía mirar al jinete a los ojos, tan oscuro que parecía que para él solo existiese la noche y tan musculoso que daba la sensación de que podría haber levantado al camello de haberlo querido. El hombre en el camello, intentaba disimularlo pero yo podía ver perfectamente como el gigante negro lo intimidaba. Absalom, tan pequeño y encorvado apenas lograba llegar a las rodillas de su esclavo. Si no fuera por su constante parloteo, pasaría desapercibido, no podía entender nada de lo que estaban hablando, pero si entendía algo, de esa conversación dependía mi futuro. El hombre del camello hablaba a gritos como si cada palabra tuviera que ser más alta que la anterior, escupiendo a lado y lado del camello cada vez que Absalom acababa una frase y blandiendo su lanza cual dedo señalándome continuamente. Contrariamente, Absalom hablaba con un tono de voz que inspiraba respeto y educación, con frases largas y solemnes que parecían rozar la perfección del diálogo. Finalmente terminaron de hablar, hubo unos segundos de silencio, entonces el hombre del camello giró su cabeza hacia mí y me miró con su ojo bueno, de un color amarillo arenoso, su mirada era contundente y agresiva, casi parecía poder matarme con ella. Mientras tanto su otro ojo, completamente pálido, colgaba mirando hacia abajo con una pupila casi borrada por el blanco que parecía perderse entre las arenas del desierto. Absalom se giró hacia mí. Yo agarré el puñal con fuerza, me había acostumbrado a llevarlo apegado día y noche, éste era más grande que el que había perdido en el pecho  de uno de los compañeros de aquel hombre que me miraba fijamente, pero no dudaría en usarlo si mi vida volviese a estar en peligro. Cuando Absalom logró colocarse a unos pasos de mi hizo una mueca que imitaba a una sonrisa, entonces lo supe, supe que no iba a morir.
- Ya puedes estar contenta, he tenido que dar cinco camellos para salvar tu vida, he conseguido engañarles para pagarles lo mismo que tú les quitaste.
Desvió su mirada, hacia como si no le importase, pero se notaba que en realidad lo había hecho por mí. Entonces miré al hombre del camello otra vez, estaba sonriendo, algo andaba mal. Entonces sentí un golpe en la cadera y antes de que pudiera darme cuenta, Guh me había agarrado de tal forma que no podía moverme.
-¿Pero?
No entendía lo que estaba pasando, ni se me pasó por la cabeza que Absalom pudiera haberme mentido.
- Niña ilusa, no habría dado ni una moneda por ti, si te mantuve con vida es porque tenía la esperanza de poder prostituirte en cuanto llegáramos a Basha, pero al parecer no podré hacer ni eso.
¿Me había mentido? Eso no entraba en mi cabeza, me parecía imposible, por sus movimientos, su tono de voz, en ese momento me estaba diciendo la verdad. Pero en cuanto recordé la sonrisa malévola del hombre del camello todo encajó.
- ¡Maldito!
- Maldice lo que quieras, pero he conseguido arrancarles veinte Kahs a cambio de tu cabeza, me parece un precio más que razonable. Mira bonita, no me mires así, el arma de un guerrero es su espada, la de un juglar sus canciones, la de una mujer son sus tetas, la de un comerciante son las mentiras y no basta mentir con palabras, debes aprender a mentir con el rostro y con el cuerpo. Debes creerte tu propia mentira, de lo contrario, algún día serás descubierto. Si tienes algo de suerte te violaran antes de matarte, lo siento por ti pero lo único que puedo decirte es que tú ya estabas muerta cuando entraste en este desierto.
Absalón había movido sus fichas de la mejor manera posible, había logrado vender algo que ni siquiera era suyo, era un trato perfecto, pero yo no pensaba conformarme con ser una de las fichas de su juego. Yo también podía mover mis fichas, solo tenía que encontrar la jugada que me permitiese salir de ese aprieto. No podía escapar, en el caso que lograse deshacerme de los robustos bíceps de Guh, no podría ni andar dos pasos antes de que este pudiera volver a atraparme. Y aunque no lo hiciera, lo haría el hombre del camello blanco y aunque por un golpe de suerte lograra matarlo no tenía ninguna posibilidad de lograr salir victoriosa contra sus compañeros que aguardaban varios metros atrás. Solo había una posibilidad y era enfrentar a los dos grupos, si todos los que había en el poblado luchaban contra los Tuareg existía la posibilidad de  sobrevivir. Pero Absalom jamás movería un dedo por mí, eso lo había aprendido. Sabía que si alguien atacaba a los hombres de los camellos, estos no dudarían en acabar con todo el pueblo y esa era mi única oportunidad de ofrecer batalla, pero no sabía cómo instigar a esos hombres apavoridos que miraban la escena escondidos tras los edificios. Sabía que uno sería suficiente para desencadenar la tormenta, solo uno. Empecé a pensar en las Historias que me había contado Absalom, en alguna de ellas podía haber alguna situación similar, una pista, pero nada parecía servirme. Entonces me vino a la cabeza, como un rayo de luz una voz en el recuerdo, una frase que lo cambiaba todo.
-No pienso dejar que ese inútil me salve la vida, lo veo en sus ojos, en cuanto ese zopenco me devuelva el favor que tanto espera, me arrancará la cabeza, me odia más que a cualquier cosa en el mundo.
Entonces todo estuvo claro, la jugada perfecta, pude sentir como si mi cuerpo se llenase de energía y contorsionándome con un movimiento rápido logré escurrirme entre los brazos de Guh. Entonces empecé a correr mientras me llevaba la mano al cinto, cuando mi daga abrazó el cuello de Absalom Guh apenas había logrado girarse.
- ¿Se puede saber qué haces?
Absalom parecía asustado, aunque había aprendido de mis errores, no podía estar segura ni siquiera de eso.
- Sobrevivir.
Mi respuesta había sido rápida y fugaz, no me interesaba el parloteo del anciano, sabía que si lo escuchaba, podría acabar cayendo en sus artes del engaño. Mi mirada estaba fija, en los ojos de Guh, esos ojos fríos, casi podía ver un destello de alegría en ellos.
- Vamos cálmate mujer, veo que eres más lista de lo que creía, convenceré a los Tuareg para que te dejen libre.
Apreté el cuchillo contra su cuello, una gota de sangre empezó a brotar por la hoja de la daga.
- De acuerdo, ya lo entiendo, si hace falta les entregaré todas mis mercancías, si hago eso no podrán negarse.
Su voz era seductora, casi me dejé llevar por sus ideas, pero ¿cómo iba a aceptar unas condiciones que se firmarían en un lenguaje que no entendía? Entonces agarré con fuerza al viejo Absalom y dejé deslizar mi cuchillo a propósito, el cuchillo cayó suavemente sobre la arena, y antes de que pudiera recogerlo Guh había saltado frente a mí y me había arrancado de las manos a su amo. Entonces el hombre se me quedó mirando con el puño alzado y esos ojos tan fríos, casi vacíos. Yo me agaché lentamente y recogí la daga del suelo. Absalom empezó a balbucear unas palabras mientras se palpaba el rasguño que le había hecho en el cuello. Sabía lo que estaba diciendo, aunque no entendiese su lengua, no me hacía falta. <¡Matala!> eso decía, lo repetía una y otra vez, con distintas palabras, lo gritaba, lo ordenaba.  Miré los ojos de ese gigante negro, eran unos ojos agradecidos, los ojos de un hombre libre. Cuando Guh se giró hacia el que había sido su amo, Absalom supo que había perdido, simplemente se quedó observando con horror a aquel hombre negro al que había apodado Guh, más tarde descubrí que esa palabra significaba escupir en el idioma que Guh hablaba y que Absalom se lo había puesto para recordarle su valor.  El rostro de Absalom, mostró entonces lo que seguramente era la primera expresión verdadera des de que lo había conocido, un rostro lleno de pánico y horror, paralizado frente a la muerte inminente. Entonces Guh agarró al viejo enclenque por la cabeza, con una sola mano. Acercó esos ojos a pavoridos a esa mirada libre y llena de rabia, para Absalóm esa mirada fue mucho más terrible que su sanguinario final. Cuando Guh hubo descargado toda su mirada en su víctima, agarró el cráneo del hombre con fuerza y lo estampó contra la pared, en él se abrió una brecha y empezó a brotar sangre, que más tarde regaría las arenas de ese pueblo. Entonces Guh se quedó un instante mirando el rostro agonizante de su antigua pesadilla y empezó a golpear esa cabeza contra el muro una y otra vez, cada vez con más fuerza que la anterior, un golpe, tras otro, tras otro. Hasta que en su mano solo quedaron recuerdos de una vida pasada.

domingo, 9 de octubre de 2011

HELLEN (2)

La travesía del desierto estaba resultando ser más dura de lo que había imaginado, pese a que estaba suficientemente abastecida y podía dormir junto a una hoguera, el agotamiento acumulado de todo el viaje estaba cayendo sobre mí, al final de cada jornada acababa exhausta, deseando acurrucarme junto a una hoguera y dormir plácidamente sobre el lecho de arena, pero Absalóm no me trataba diferente que a los demás trabajadores, mientras el fumaba los demás corrían de un sitio para otro cargando mercancías de aquí para allá,  asegurando la zona, alimentando a los camellos y haciendo un sinfín de tareas para prepararlo todo para el día siguiente. En cuanto a mí, Absalom me obligaba a darle masajes y lavarle los pies. Me había convertido en una especie de asistente personal, que debía cumplir todos los deseos de ese viejo encorvado.
- Eres la única con algo de delicadeza aquí, aunque sigues siendo una bruta.
Le decía siempre que ella intentaba negarse a sus peticiones. Pocos días atrás, Absalom le había contado mientras recibía un masaje como había conocido a Guh, al parecer en el pueblo de Guh se creía que si un hombre te salvaba la vida debías servirlo hasta devolverle el favor.
-No pienso dejar que ese inútil me salve la vida, lo veo en sus ojos, en cuanto ese zopenco me devuelva el favor que tanto espera, me arrancara la cabeza, me odia más que a cualquier cosa en el mundo.
Guh permanecía siempre callado e impasible, obedeciendo sin rechistar las tareas que le mandaba su amo, pero en sus ojos podía verse un destello de odio cada vez que miraba a Absalom. Me costaba imaginarme a ese viejo canoso, que se pasaba el día borracho, salvándole la vida al pobre de Guh. Pero cuando las palabras brotaban de los labios del gran Absalom, lo increíble se hacía creíble y la realidad pasaba a ser un mundo lejano.
- Hace más de veinte años viajé desamparado por las lejanas tierras de Kalajan, en un desierto cien veces más grande y ardiente que este, donde según la leyenda, el gran guerrero Kagh Azzul tiñó las arenas con la sangre de sus enemigos. Yo lo he comprobado en persona y esas arenas huelen a sangre y portan el mismo color que el que corre por nuestras venas. Se dice que el odio de sus enemigos desolados aún vaga por el desierto buscando venganza y llevándose consigo las vidas de los viajeros que osan cruzar su tumba. Yo mismo pude comprobar cómo los espíritus se llevaban mis mercancías una a una junto a los hombres que las transportaban. Fue una travesía arriesgada y peligrosa y a excepción de mi vida perdí todo lo demás, más de cien camellos y cincuenta hombres con sus respectivas mercancías, una perdida que aún hoy me entristece. Viajamos durante semanas, aunque más bien parecieron siglos. Los hombres fueron cayendo uno tras otro, incluso los camellos se desorientaban, puede que alguno lograra salir de ese infierno de arenas escarlatas, aunque apostaría 500Kahs a que fui el único superviviente en ese viaje al mismísimo infierno. Finalmente después de haber perdido a todos mis hombres y mercancías, habiéndome comido varios días atrás al último de mis camellos, logré alcanzar con unas pocas monedas en los bolsillos, el pueblo de ese malnacido de Guh, esos malditos caníbales querían devorarme, pero conseguí engañarles. Un buen comerciante debe conocer las costumbres y leyendas de los lugares que visita, fui capaz de convencerles de que era un enviado de los dioses que venía a comprobar el buen corazón de las gentes de esos rincones del mundo. Pero los muy desgraciados solo adoraban al dios de la batalla y así que para comprobar mi identidad me dieron una espada para que luchara contra el hombre más fuerte de su tribu, un gigante más negro que la noche, con unas manos tan grandes que con una sola, podría aplastar una sandía. Consciente de que me era imposible vencer a semejante monstruosidad, les sugerí, astutamente, realizar una celebración por mi victoria antes del combate. Los ignorantes aceptaron mi propuesta, solo tuve que añadir unas gotas de veneno en la bebida de ese gigante para que se quedara inmovilizado en medio combate, en el estado en que se encontraba desparramar sus vísceras por el suelo fue más sencillo que cortar una zanahoria. Esos idiotas me adoraron y me dieron todas sus riquezas, demasiado pocas para mi gusto. Y de regalo con todo lo necesario para recuperar mi fortuna vino este estúpido de Guh. Al parecer, al matar a ese gigante de nombre impronunciable evite la muerte del chico que había sido condenado por acostarse con la esposa del gigantón, al acabar con este yo salvé su vida y a cambio el me dio su servidumbre. No tardó mucho en darse cuenta de mi juego sucio, pero cuando lo hizo  yo ya estaba lejos de aquel maldito desierto y él ya había jurado servirme. Aunque admito que a veces es escalofriante oír como maldice mi nombre en sueños.
Me había contado decenas de historias, algunas de fantásticas, con dragones centauros y un sinfín de seres mágicos. Otras de amores imposibles y otras de hazañas increíbles. Cuando pensaba en ello podías darte cuenta de que esas historias estaban más basadas en sus fantasías que en sus vivencias. Pero mientras Absalom hablaba no había palabra que tuviera espacio fuera de la realidad, su historia pasaba a ser la realidad y la realidad pasaba a ser un sueño lejano. Le gustaba contar historias, aunque siempre hiciese como si fuera un estorbo hacerlo. La última historia que oí de él fue la de una bella princesa con ojos como la luna y cabellos como la noche a la que logró enamorar, la chica planeó una fuga para marcharse con Absalom, pero al parecer su guardia de confianza, la única persona a quien contaba sus intimidades, estaba secretamente enamorado de ella y prefirió matarla y luego suicidarse antes que verla partir. Absalom contó esa historia con una voz triste y amarga, casi parecía que esa historia también fuera real.
Era un atardecer precioso y el grupo de mercantes se había aposentado en un pequeño pueblo  en los límites del desierto. Según Absalom, ya quedaban pocos días para llegar a la gran Basha, la ciudad de blanco. Decía que sus edificios eran una mancha blanca en el desierto, construida alrededor de un gran Oasis. Era una esperanza para muchos viajeros y según Absalom una inspiración divina para muchos profetas. Pero esa ciudad aún estaba lejos de nuestro alcance. Tanto los camellos como los hombres estaban agotados tras la larga travesía y Absalom había ordenado  guardar reposo durante tres días. Llevábamos allí des de la mañana,  la cual me había pasado durmiendo, ahora el sueño había huido de mi cuerpo y su vacío había sido llenado por una extraña sensación de incertidumbre. El sol empezaba a caer por el horizonte, hundiéndose en el mar de arenas, me quede mirando ese precioso paisaje anaranjado. El desierto era aterrador sin duda, lo había experimentado. Pero ahora, ahora solo podía admirar su belleza.
Entonces frente al sol poniente aparecieron varias manchas negras, cada vez más y más cercanas, extrañas siluetas abultadas con largos palos tambaleantes. Eran unas formas familiares, el terror empezó a inundar mi cuerpo. Entonces un hombre gritó algo, me pareció oír la palabra “tuareg”. Los tuaregs se acercaban, cada vez más grandes, cada vez más cercanos, venían y eran muchos y venían a por mí.


domingo, 2 de octubre de 2011

HELLEN


El cuero curtido de mi chaleco se apegaba a mí como una segunda piel, adherido por el pegajoso sudor que impregnaba mi cuerpo tras el largo día de cabalgata. Bajo un sol bochornoso, que convertía la vida en desierto y el desierto en fuego, la cota de malla pesaba demasiado para esa contienda, sentía como se desvanecían mis fuerzas. Mi guantelete de acero agarraba con fuerza las riendas, aunque mis dedos, demasiado pequeños para aquel reluciente guante metálico, empezaban a escurrirse hacia el exterior. Pero más que mi cota de malla; mis guanteletes; o mi gigante mandoble de acero, casi tan grande como yo; eran mis parpados los que más me pesaban, llevaba días cabalgando, junto con todas sus noches.  Pasando hambre bajo el sol agotador de aquel desierto, o congelándome a través de las heladas montañas,  siendo cazada a través de los espesos bosques y empapándome bajo las lluvias torrenciales. Cabalgaba sobre mi quinto caballo des del inicio de mi viaje, todos muertos por cansancio y todos robados a media noche, igual que mi improvisada armadura y mi enorme espada. Solo mi chaleco de cuero se ajustaba a mis medidas, pero me oprimía el pecho como un corsé. Dos pájaros carroñeros surcaban el cielo trazando círculos sobre mi cabeza, esperando a que o yo o mi montura les ofreciéramos el banquete que llevaban días esperando. Empecé a bajar mi cabeza, mis parpados se habían cerrado y mi cabeza colgaba de mi cuello arrastrando consigo a mi cuerpo. El sonido del yelmo repicando contra el suelo precedió al aturdimiento que sentí pocos segundos después.
Cuando desperté, me dolía el costado, justo donde me había dado al caer del caballo. Todo mi torso me escocía, el motivo parecía estar relacionado con el color rojizo que había tomado mi piel, el mismo color que el de los jirones de carne que colgaban junto a mí, podía notar como varias costras se distribuían irregularmente por mi piel enrojecida. Pero donde más me dolía era en el pecho, donde el chaleco de cuero me había estado oprimiendo des del día en que lo robé, no tardé mucho en arrepentirme de habérmelo puesto,  pocas horas después de haberlo robado el picazón que me producía era insoportable, pero había decidido no quitármelo, tenía el presentimiento de que si lo hacía mi vida terminaría,  empezaba a arrepentirme de haber pensado de ese modo. Estaba desorientada,  mi cabeza daba vueltas y no podía pensar con claridad, varios minutos después logre alzar una mano y llevármela al pecho, un ungüento muy pegajoso y pestilente cubría todo mi torso, además de los brazos que habían sufrido graves quemadas bajo el sol. Intenté levantarme, pero no encontraba fuerzas para hacerlo, traté de reunir todas mis fuerzas, pero el único resultado que conseguí, fue un fuerte tirón en la parte interior de mis muslos. Cuando logre incorporar la cabeza lo suficiente para poder ver esa zona, solo pude distinguir un mar de costras. A los cinco días había dejado de pensar en ello, pero al principio me dolieron mucho los muslos al cabalgar, era normal, nunca antes lo había hecho, sentía esa zona tan aturdida que me veía incapaz de mover las piernas. Sin duda alguna, hubiera muerto en aquel desierto abrasador, pero estaba a salvo y dudaba seriamente que mi caballo fuera el responsable. Seguramente algún mercante me hubiera encontrado en su travesía, además de ellos, los únicos que se atrevían a cruzar el desierto eran los pueblos nómadas. Unos salvajes que no hubieran dudado en violarme allí mismo para devorar mis entrañas posteriormente, aunque con el mar de costras que descansaban entre mis piernas, dudaba que fueran muchos los salvajes que hubieran querido utilizarme.  El edificio donde me encontraba era rudimentario, hecho de barro y paja, con unas vigas de madera que sostenían el techo de donde colgaban hierbas medicinales y jirones de carne seca, era un edificio bajo y pequeño, sin más objetos que la cama donde me encontraba y un pequeño agujero en el suelo con restos de cenizas. Mi decisión de permanecer despierta a la espera de mi salvador era fuerte, pero cedí bajo la pesada insistencia de mis parpados. Una sensación húmeda en mis labios me despertó de nuevo, cuando abrí los ojos, no pude evitar soltar un grito, un anciano arrugado  y maloliente fue lo primero que vi al despertar, agachado a pocos centímetros de mi rostro. Sin ni siquiera darme cuenta de ello, había golpeado al anciano en la nariz con mi cabeza. Me quedé unos segundos mirándolo mientras un pequeño hilo de sangre le brotaba de la nariz. Me lleve una mano a los labios, estaban húmedos, mire a mi alrededor, el anciano sostenía un trapo con una mano  y un recipiente con agua en la otra, estaba humedeciendo mis labios, para que no secasen. Al darme cuenta de mi error acote la cabeza en forma de disculpa, a lo que contestó con una sonrisa alegre. Después del pequeño incidente, examinó mis heridas y me dio de beber. Después, me ofreció algo de comida, la rechacé con una sonrisa en el rostro, a lo que él me contestó dejando un plato de carne junto a mí. No pude superar esa tentación y engullí la carne rápidamente, era carne de caballo. Después de comer, volví a dormirme instantáneamente, cuando volví a despertar las costras y irritaciones habían desaparecido, junto con el anciano. Frente a la cama, yacían todas mis posesiones, un chaleco de cuero, una cota de malla, un mandoble de acero, un par de guanteletes, unos pantalones de tela basta y unas botas de montar de color negro lustroso. Agarré el chaleco, parecía que el anciano me había ofrecido otro regalo, había abierto un tajo en la delantera del chaleco para que pudiera ponérmelo de nuevo sin tener que dejar de respirar, después de todo un chaleco de hombre no era lo más indicado para una mujer. Sabía que toda esa vestimenta era una carga muy pesada para mí, pero también sabía que si no la llevaba conmigo, no sería capaz de emprender ese viaje. Así que me vestí con mis únicos atuendos y me colgué mi mandoble en la espalda. Al salir por la puerta, una luz cegadora acogió mi llegada, tardé varios segundos en acostumbrarme, cuando conseguí ver con claridad, la primera gota de sudor ya empezaba a caer por mi frente. Cerca de la cabaña, conseguí encontrar una vieja capa de viajero, con ella conseguiría alejar el calor y huir de las quemaduras. Un incansable desierto se mostraba ante mí, parecía no tener fin, pero yo sabía que al final de ese horizonte  se encontraba mi objetivo. Y de este modo, antes de que empezara a darme cuenta, logre marcar mis primeras pisadas en la arena



II
Mi cabeza daba vueltas, el calor me mareaba llevando a mi conciencia a los rincones más felices de mi memoria. Los chapuzones veraniegos en el rio,  las carreras por los prados,  las noches bajo las estrellas, las tardes construyendo cabañas con palos y peleando en el fango, todo eso lo había hecho con Joshua. Esos recuerdos eran lo más preciado para mí, ahora apenas lograba recordar su voz, y los rasgos de su rostro empezaban a oscurecerse en mi memoria. Pero lo que jamás podría olvidar serían esos recuerdos. Los más preciados los guardaba enterrados lo más profundo de mi corazón, esperando poder volver a revivirlos. Bajo la cascada, desnudos uno frente al otro, fue donde nos dimos nuestro primer beso, éramos pequeños muchachos que ignoraban la importancia de aquel hecho, pero yo atesoraba ese momento como el más preciado de todos. El segundo beso fue en la cima de un montículo, junto a un manzanero, en una noche estrellada. El tercero fue pocos días después en la bodega donde Joshua trabajaba, podía recordar todos y cada uno de nuestros besos con total claridad, los guardaba en mi memoria como una colección de trofeos, de los que recordaba el día y el lugar donde había logrado unirlos a mi colección, pero entre aquella colección de felices recuerdos, uno destacaba por su amargura, el último beso.
Un sonido lejano rescató mi conciencia de los recuerdos devolviéndola a la cruda realidad del desierto inagotable.  En cuanto  miré al horizonte supe que mi fin había llegado. Una nube de polvo se alzaba en la lejanía, pero no tardaría en aparecer frente a mí y cuando lo hiciera sería mi fin.  Hasta que no miré hacia atrás por segunda vez, no me di cuenta de que había empezado a correr, pero mis muslos aún me dolían, en realidad me escocían a cada paso, no lo había notado al caminar, pero al correr un intenso dolor aturdía mis piernas. Antes de darme cuenta deje de correr, deseando que mis perseguidores no me hubieran visto, pero al girarme, pude distinguirlos a pocos centenares de metros. Iban montados en camellos, con largas túnicas de color azul y pañuelos del mismo color con los que tapaban su cabeza. Además portaban unas largas lanzas que levantaban amenazadoramente  avisándome del destino que corría si intentaba defenderme. Sin ni siquiera pensarlo desenfundé mi espada, era pesada, mucho más de lo que había imaginado, nunca había sostenido ninguna, pero estaba dispuesta a usarla. Pronto me tuvieron rodeada, apuntándome con sus lanzas, uno de los hombres me habló en un dialecto que no logré comprender, como única respuesta solté un rugido y aparté una de las lanzas con mi espada. Entonces uno de los hombres dijo algo y los otros empezaron a reírse. Después uno bajó de su camello y se acercó hacia mí con una espada curvada en la mano. Yo instintivamente alcé mi espada y descargué todo su peso contra él, el hombre esquivó el golpe ágilmente con un salto hacia atrás y todos empezaron a reírse. En cuanto apartó la vista un instante, empujé con fuerza la espada hacia él, levantando una nube de polvo y arena. Antes de que pudiera saber que había ocurrido, vi mi espada atravesada en su pecho. Lo siguiente que pude sentir fue un duro golpe en la cabeza. Cuando recobré la conciencia estaba atada de manos y pies bajo la sombra de un Imahan. Mis ropas habían sido cambiadas por las mismas túnicas que llevaban esas gentes. Dejando a un lado el fuerte dolor que sentía en la cabeza, allí donde me habían golpeado, no parecían haberme infligido ningún daño. A duras penas, logré arrastrarme hasta la salida de la choza y sacar la cabeza al exterior, el sol empezaba a caer por el horizonte y el cielo estaba teñido de un rojizo precioso, el asfixiante calor del día empezaba a disiparse dando paso a una brisa fresca, pero pronto llegaría la helada noche.  Frente al Imahan donde me encontraba se alzaba uno de más grande, debía apresurarme a escapar, si las leyendas eran ciertas, esa noche me convertiría en la cena de esos salvajes del desierto. Conseguí arrastrarme por la arena hasta la choza de enfrente, tuve que tragar algo de arena para conseguirlo, pero me parecía un precio insignificante si con eso lograba salir de allí. Tras varios intentos, conseguí escabullirme por debajo de las telas de la cabaña. Por dentro era una estancia acogedora, estaba repleta de alfombras y telas de diferentes colores. Todo estaba bastante oscuro, pero de algún modo logré ver brillar el filo de una daga, me acerqué a ella tan rápido como me lo permitieron las cuerdas que me amarraban y me las ingenié para lograr cortarlas.  No tardé mucho en levantarme, al hacerlo, noté como el corazón se me salía del pecho, un hombre yacía a mi lado, tapado con varias telas  sin emitir el menor ruido. Por un momento me había dado la sensación de que iba a abalanzarse sobre mí para comerme, pero ese súbito espanto dio lugar a la calma. El hombre estaba desarmado y yo aún sostenía una daga entre mis manos. Me acerqué sigilosamente al hombre hasta poder notar su respiración, una respiración lenta i calmada, tan silenciosa como el desierto. Alcé la daga dispuesta a atravesar su corazón, pero algo me impedía ejecutar a aquel hombre, no podía matarlo, no mientras durmiese. Entonces el hombre abrió los ojos y me agarró el brazo, antes de que pudiera darme cuenta le había cortado la garganta y la sangre brotaba a borbotones desparramándose por el  suelo. Intenté alejarme rápidamente, asustada,  pero su brazo seguía agarrándome con fuerza, no fue hasta pocos instantes después que logré quitármelo de encima. Acababa de matar un hombre y me había asustado, pero solo al principio, ahora una completa serenidad  me llenaba. Sin soltar ni un momento la daga, asomé mi cabeza al exterior. A veinte metros, los camellos descansaban sobre la arena, eran mi única opción de salir de ese lugar. Solo logré ver a un guardia, vigilando junto a una pequeña hoguera con su lanza apoyada en el hombro, estaba de espaldas a mí, pero no podía llegar junto a los camellos sin que me viera, la única opción era matarlo. No me gustaba la idea, en realidad me aterrorizaba, pero mi cabeza de mantenía fría y sabía que esa era mi única alternativa. Así que empecé a acercarme cuidadosamente, procurando no hacer ruido alguno, paso tras paso sin apresurarse demasiado. Entonces el hombre me dirigió unas palabras, eso me heló el alma, temblaba de terror, pero no tardé en darme cuenta que no me había reconocido. Seguramente pensaba que era uno de sus compañeros, debía aprovechar eso o sería mi último día de vida. Por suerte, el hombre continuo hablando sin molestarse en girarse para ver con quien hablaba. No entendía nada de lo que decía, pero sabía que en algún momento esperaría una respuesta. Conseguí colocarme detrás del hombre, pero me quedé bloqueada, no podía hacerlo, ya había matado a dos hombres, pero me veía incapaz de matar al siguiente. Pero cuando el hombre se giró  todas mis dudas se desvanecieron en un instante y le corté la garganta con un tajo limpio. Sabía perfectamente que si no lo apuñalaba en el lugar correcto  el hombre podría suponer un peligro. Sentía un terror enorme antes de matar a un hombre y un terror incluso mayor después de matarlo, pero mientras lo hacia mi mano no temblaba y mi cabeza se mantenía fría, eso era lo que más me aterraba. Cuando llegué junto a los camellos, me dispuse a montar uno y marcharme a toda prisa. Pero aquellos hombres no dudarían en perseguirme y ellos conocían el desierto mucho mejor que yo, me habrían atrapado antes de que pudiera dar unos pasos. Así que me acerqué hacia las otras criaturas y le corté la garganta justo uno a uno como había hecho con los dos hombres que acababa de matar. Pero el último de los camellos soltó un gemido escalofriante que me heló las venas, era un grito de dolor, y mi perdición. Me subí rápidamente al único camello que quedaba vivo y lo espoleé con todas mis fuerzas, pero noté como algo me agarraba de la pierna y tiraba de ella. Lo siguiente que noté fue el impacto contra la arena. Un hombre grande y musculoso se encontraba ante mí y a lo lejos más hombres se acercaban. El hombre me agarró por la cabellera y me levantó del suelo yo sin dudarlo ni un instante empujé mi daga hacia su corazón. El hombre me soltó inmediatamente y agarró la daga que llevaba inyectada en el pecho con las dos manos. Yo aproveché la oportunidad para huir hacia el camello que se había parado unos metros más lejos. El resto del poblado me perseguía, pero si lograba llegar al camello antes que ellos, aún tendría una oportunidad. Cuando me subí al camello giré la cabeza para ver como el hombre que me había tirado al suelo caya muerto en la arena, los demás hombres estaban demasiado lejos como para alcanzarme. Así que piqué espuelas y me alejé rápidamente de esos hombres que gritaban y maldecían mi huida. El sol desaparecía en el horizonte cuando dejé de ver las chozas de aquellos hombres. El frio empezaba a inundar el desierto con suavidad, adentrándose en todos sus recovecos. Me daba demasiado miedo pararme, así que me abrigué con una manta de lana que llevaba el camello y seguí cabalgando en la oscuridad dirigiéndose hacia un futuro incierto.


III
Me despertó la suave caricia de los primeros rayos solares sobre mi piel, era una sensación agradable, aunque no faltaba mucho para que esa brisa cálida se convirtiera en un infierno ardiente de arenas infinitas. Mis miembros estaban entumecidos, la noche helada del desierto no me había tratado con amabilidad. Llevaba cuatro días de viaje deambulando por el desierto con un camello robado, aunque había agotado todas mis provisiones, comer no era algo esencial para mi, el camello iba cargado de agua cuando lo robé, pero el agua era un tesoro que desaparecía rápido en aquellas tierras, demasiado rápido, antes de darme cuenta, me encontré sin nada para poder aliviar mi sed. Mi único consuelo era que mis perseguidores no tenían medios para atraparme. De algún modo u otro, logré aprender a dormirme sobre el camello en marcha, por las noches abatida por el cansancio y reconfortada por el calor de la bestia me dormía a sus lomos, avanzando hacia lo desconocido, pero cuando despertaba, el camello siempre se había detenido y yo me encontraba acurrucada junto a su pecho tumbada sobre la arena. El frio de la noche agarrotaba mis miembros, era un gran esfuerzo lograr levantarme para retomar la marcha, el cansancio se acumulaba día tras día y cada vez me llevaba más tiempo lograr moverme al despertar. Pero la calma de la mañana no duraba, pronto los rayos del sol que me habían salvado de morir congelada se multiplicaban a miles y convertían las arenas silenciosas en un horno viviente. Mi cabeza se mareaba con el calor, caía inconsciente unos instantes para despertar a los pocos segundos, a menudo en el suelo. Había visto un par de charcas en el horizonte, pero estas desaparecían al aproximarme, sentía como mis fuerzas se desvanecían, mi garganta reseca me pedía aquello que no podía ofrecerle. Empezaba a caer en la locura, me di cuenta de ello cuando la voz del desierto empezó a susurrarme palabras incomprensibles, pero podía entender el mensaje, se acercaba mi fin. Cuando llegué al límite de mis fuerzas una sombra oscura se abalanzó sobre mí, dirigí mi mirada al horizonte y lo vi, una nube  inmensa  tapaba al sol, un soplo de esperanza se abrió en mi corazón, hasta que pude distinguirlo, esa nube no se alzaba en el cielo, era una nube de polvo, una nube de polvo y viento. Había oído hablar de ella en las tierras blandas, antes de adentrarme en el desierto, tormentas de arena. Sabía el peligro que representaban, sabía que no tardaría mucho en llegar a mí, sabía también como lograr una oportunidad de salir viva de ella, pero ¿realmente valía la pena? ¿No era preferible eso  a morir de sed? Finalmente aposté por la esperanza de una nueva oportunidad. Logré encontrar unas rocas a poca distancia, cuando llegué allí, la tormenta empezaba a abalanzarse sobre mí. Rápidamente me coloqué entre el camello y la pared y me escondí bajo todas las telas que tenía. Pronto empecé a notar el repiqueo incesante de los miles de granos de arena que golpeaban intensamente las telas que me protegían, era un sonido como de tambores un sonido parecido al de aquella noche, la noche donde ocurrió todo. Una noche fría, los primeros copos de nieve habían empezado a regar las tierras altas,  impregnando el ambiente de una fría humedad. Esa noche había escapado de mis aposentos saltando por la ventana hacia el cerezo que crecía junto a ella, era un árbol enorme, inclinado y fácil de trepar. La noche me protegía de ser descubierta, era fácil escabullirse entre los matorrales sin ser vista, daba la vuelta al patio y me escurría por la ventana de las cocinas, que permanecían desiertas y silenciosas a esas horas de la noche. Luego abría la minúscula puerta que llevaba hasta el almacén y bajaba silenciosamente por esas oscuras escaleras, hasta llegar a esa estancia maloliente llena de cajas y barriles colocados de forma desordenada. Y allí siempre estaba él, medio dormido cargando cajas de allí para allá, junto a unos cuantos hombres fornidos que realizaban la misma labor. Joshua me había enseñado a imitar el sonido de un Búho, era la señal para avisarle. El acudía de inmediato, con el rostro sucio y húmedo por el sudor, su cuerpo desprendía un olor fuerte, pero me gustaba ese olor, todo lo que fuese estar junto a él era placentero para mí. Cuando apareció entre las columnas de cajas no pude evitar soltar una sonrisa, el me agarró de la cintura y me abrazó con fuerza, yo alcé la cabeza ligeramente y me quedé mirándole a los ojos unos instantes, luego el me dio un largo y dulce beso, apasionado lleno de amor, cuando me besaba, me sentía como si flotase en el aire, pero ahora ese beso era un recuerdo amargo. Entonces se hoyó el ruido de una explosión y un temblor agitó el edificio, yo caí al suelo y cerré los ojos durante unos instantes. Cuando los volví a abrir, todo estaba oscuro y hacía mucho calor, cerca de mí se oían los murmullos de unos hombres en una lengua que no lograba comprender, encima de mí un enorme peso me impedía levantarme. Sentía el pecho oprimido, como si no tuviera aire para respirar, entonces noté como algo se agitaba encima de mí y una débil luz empezó a filtrarse, pocos segundos después un hombre musculoso de piel morena retiró unas telas que me cubrían, noté como el aire me llenaba y volvía a respirar con normalidad, mi cuerpo desprendía un tremendo olor a camello. Me puse de pié y miré a mi alrededor, por un momento había pensado que aún estaba en casa, con Joshua, pero continuaba en aquel árido desierto, la tormenta había cesado y me hallaba medio enterrada en la arena, a mi lado el camello yacía tranquilamente mirándome con sus grandes ojos calmados, como si nada hubiese pasado, entonces me fijé en el hombre, su piel era de un color muy oscuro, como la noche, su torso era ancho y musculoso igual que sus brazos, tenía la cabeza rapada, resplandeciente bajo el sol. Llevaba pendientes de oro en las orejas y la nariz, en cada brazo lucía un brazalete también de oro. Su torso estaba completamente desnudo, igual que sus pies. En las piernas llevaba unos anchos pantalones blancos que brillaban levemente con el sol. El hombre llevaba en el fajín un enorme cuchillo curvado, aunque por su tamaño quizás se trataba de una espada pequeña.  Me acerqué al hombre e intenté pedirle agua, pero mi reseca garganta no me respondía. Intenté indicárselo con gestos, pero el hombre no dio ningún indicio de advertir  mi presencia. Entonces me miró durante un segundo y con una sola mano me agarró de la cintura y me cargó sobre su hombro. Entonces pensé en los hombres del desierto a quien había robado el camello, quizás lo habían enviado para matarme, intenté alcanzar mi cuchillo, pero recordé que lo había dejado en el camello. Entonces el hombre agarró las riendas del animal y empezó a avanzar. Al mirar al frente, me percaté de un grupo de camellos que estaba a pocos cientos de metros de donde nos encontrábamos, pronto llegamos al lugar, varios grupos de hombres estaban abrevando a los camellos o registrando las mercancías que estos cargaban. Entonces el hombre grande me soltó y caí al suelo con un golpe seco. Un viejo que yacía sentado bajo una especie de sombrilla y  fumaba apaciblemente una pipa, le dijo algo al hombre que me había llevado, este le contestó con un tono que indicaba una disculpa. Entonces el hombre viejo me miró unos instantes y empezó a dirigirse a mí en varios dialectos, finalmente dijo algo que pude comprender.
- ¿Me entiendes ahora?
Yo me afané a asentir con la cabeza, mis ojos estaban llorosos, aunque no sabía la razón.
-Bien, has tenido suerte de que Guh te haya encontrado, de no ser así seguro que hubieras muerto.
Dijo el viejo mientras señalaba al hombre que me había rescatado, hablaba la lengua de las tierras altas con fluidez, aunque su acento estaba gravemente marcado por las lenguas del desierto, cuando hablaba, daba la sensación de que estuviese escupiendo las palabras una detrás de la otra.
- Encantado señorita, mi nombre es Absalom, comerciante reconocido  des de las montañas de Kahal hasta los dominios del rey muerto,  como ya te he dicho este hombre es Guh mi esclavo personal. Le debes tu vida, y por ello debes pagarme a mí. Tengo un trato que ofrecerte.
Después de decir esto hizo una larga calada en su pipa y me soltó una bocarada de humo en la cara. Yo intenté toser, pero mi garganta seca no me permitió hacer-lo.
-Entiendo.
Dijo mientras bajaba la cabeza como si pensara en algo complicado. De golpe, levantó la cabeza y  le dijo algo a Guh que desapareció entre los camellos para reaparecer con una vasija llena de agua. Yo bebí un largo trago, pero en cuanto me dispuse a tomar un segundo el viejo me arrebató la vasija de las manos y mirándome con una sonrisa maliciosa empezó a hablarme lentamente.
- No beberás más agua hasta que hayamos negociado, ¿Cuál es tu nombre muchacha?
Me quedé con la mente en blanco unos segundos, hacia tanto tiempo que no oía mi nombre, entonces recordé la voz de Joshua, tenía la rara costumbre de susurrármelo continuamente.
- Hellen
Dije con la voz todavía seca.
-Bien, mi trato es muy sencillo, no te puedes negar, podría matarte aquí mismo y quedarme tu camello, pero preferiría no manchar mi reputación en algo tan banal como esto, así que a cambio de tu camello, te ofrezco transporte y avituallamiento hasta la próxima ciudad. Puede que mis servicios no sean generosos, pero te aseguro que son preferibles a una muerte en el desierto, entonces ¿Aceptas?
No dude en asentir con la cabeza, entonces el hombre me acercó la vasija de agua, yo bebí afanosamente refrescando mi reseca garganta con aquel líquido milagroso. Cuando terminé Guh me llevó hasta el camello que había robado y me ayudó a montar en él, entonces el grupo retomó la marcha, yo no tuve más remedio que seguirlo avanzando lentamente hacia el sol que empezaba a ponerse entre las dunas del horizonte. Ahora el cálido aliento del desierto me llevaba una esperanza, casi podía oír la voz de Joshua en los susurros del viento.

Continuara.....(o no?)