martes, 1 de noviembre de 2011

HELLEN (6)


VIII
La calidez de su cuerpo se fundía con el mío, recordaba perfectamente esa primera noche en el viejo molino, el roce de sus manos, sus besos, sus caricias, imágenes de esa noche bombardeaban mi cabeza en aquel sueño, sabía que era un sueño y que acabaría en cuanto despertase, pero la lujuria recorría mi cuerpo como si Joshua aún estuviera allí, pero no estaba, y yo lo sabía. El placer y el dolor se fueron apagando silenciosamente mientras una lágrima caía por mi mejilla para ver su rostro sumirse de nuevo en la penumbra.
Me desperté súbitamente en medio de la habitación, de vuelta a una realidad que me resultaba difícil de aceptar, sabía que el momento de despertar acabaría llegando, sabía que nada lo podía retrasar, era plenamente consciente de ello, pero solo quería seguir soñando con la felicidad un poco más. Aún podía sentir los labios de Joshua contra los míos, aún podía sentir su lengua acariciar mi cuerpo, aún podía sentir sus dedos reseguir mis curvas, podía recordarlo todo, cada detalle, cada sensación, pero, ¿pero porque me costaba tanto recordar su rostro? Permanecía oculto tras las sombras, difuminado por la oscuridad, estaba allí, pero no podía verlo con claridad, ese rostro que tanto había admirado, estaba empezando a caer en el olvido. La frustración me corroía por dentro, una pérfida angustia empezaba a apoderarse de mi corazón, mientras el desasosiego surcaba los mares de mi alma en busca de un amor perdido que parecía estar cada vez más lejos. Fue entonces cuando me di cuenta que estaba llorando, mis mejillas ardían, pero no de tristeza o dolor, lloraban de rabia e impotencia, por aquello que no fui capaz de proteger. Me llevé las manos a los ojos, no quería llorar, quería ser fuerte, debía ser fuerte, si ni siquiera era capaz de eso jamás podría encontrarlo, nunca podría encontrar a Joshua.
Pase horas llorando, hasta que mis lagrimas se secaron, incluso después, seguí llorando por dentro. No sabía dónde estaba, lo último que recordaba era haber caído enterrada bajo un camello en una batalla que nunca debí haber librado. Todo estaba oscuro, solo unos finos rayos de luz se filtraban entre unos cáñamos entrelazados que parecían servir de puerta para entrar en la habitación vacía donde me encontraba. Descansaba sobre un montón de paja maloliente que me producía picazón en la espalda. Lo único que me venía a la cabeza era que alguien me hubiese salvado tras la batalla, pero después de haberla causado me resultaba difícil de creer que alguien se hubiera apiadado de mi, solo el gran Guh se aparecía en mi cabeza como un posible salvador. Pero algo en mi interior me decía que si hubiese sido él, todavía estaría junto a mí, pero en esa sala no había nadie, solo estaba yo. Mi cuerpo estaba adolorido, mis brazos, mi pecho, mi cabeza, la garganta, los muslos, pero sobretodo me escocían las piernas, me costaba esfuerzos intentar moverlas, reunía todas mis fuerzas, pero lo único que conseguía era un grito de dolor. El dolor me sacudía y yo gritaba, pero nadie acudía a mí, parecía que el desierto había regresado a mí, era una calma tensa y amenazante, como la anterior a una tempestad. 
Un rayo de luz irritó a mis ojos cuando ya estaban a punto de caer en el cansancio, la puerta de cáñamo se había abierto y una silueta oscura se vislumbraba de pie en la entrada, des de mi perspectiva parecía alto, muy alto, demasiado alto, ni siquiera podía levantarme del suelo y el estaba allí, alzado, con esos familiares ojos clavados en mí, no podía distinguir bien la persona, pero por alguna razón me infundía un miedo que desarmaba completamente mis fuerzas. Era una figura delgada, nada parecida al fuerte Guh que habría deseado encontrar.  Se quedó parado, en silencio, en el umbral de la puerta, mirándome, resiguiendo mi cuerpo con la mirada, después volvió a cerrar la puerta tras el dejándome de nuevo en la oscuridad. Pero ahora no estaba sola, mucho peor, estaba con él.
Podía oír el sonido de sus pasos mientras su silueta opaca se tambaleaba lentamente acercándose cada vez más. Los escasos rayos de luz que se filtraban entre la puerta me permitían ver la oscura y amenazadora silueta que me acechaba. Yo permanecía inmóvil, paralizada por un pánico irracional que se apoderaba de mi cuerpo cada vez más rápido, sabía lo que venía a continuación, lo sabía, pero lo negaba, no quería aceptar la verdad que ante mí se mostraba y eso solo hacía que alimentar el pánico que devoraba mis fuerzas. Quise decir algo, pero de nada servía, ese hombre no hablaba mi lengua, ni yo la suya. El hombre se arrodilló frente a mi mirándome a los ojos y entonces lo vi, ese era el hombre que me había encontrado en media batalla, el me había ayudado a matar a un tuareg, me había salvado y me había mirado, también era él el que me había sacado de debajo el camello y me había vuelto a mirar, me había mirado con esos ojos lascivos, con esa mirada obscena, siempre acompañada de esa sonrisa lívida que dejaba ver sus amarillentos y puntiagudos dientes. El me había rescatado de morir bajo aquel camello y me había llevado allí, me había salvado la vida y esperaba algo a cambio. Su mirada lujuriosa vaciaba mi alma y hacia recorrer un hediondo escalofrió a través de todo mi cuerpo. Me desnudaban con la mirada, ese hombre quería mi cuerpo y no pararía hasta conseguirlo. Colocó su mano en mi cintura delicadamente a la vez que desprendía el repugnante hedor de su aliento sobre mi rostro. Sus manos eran ásperas y callosas,  la piel de sus resecas yemas reseguía mi piel ascendiendo lentamente hacia mis pechos, con dulzura y delicadeza, más de la que hubiese podido esperar. Por un instante pensé en entregar mi cuerpo, en abandonar todo por lo que había recorrido tanto camino para satisfacer los deseos de ese hombre que había salvado mi vida, por un momento considere la posibilidad de abandonar mi viaje en la busca de un amor perdido, para quedarme a satisfacer los deseos del hombre que me estaba tocando. Pero enseguida pude darme cuenta de que estos pensamientos no me pertenecían, pertenecían al miedo que poblaba mi alma, miedo a no ser lo suficiente fuerte para seguir mi camino, miedo a no encontrar lo que buscaba. Mis dudas se desvanecieron por completo cuando las manos de ese hombre agarraron furiosamente mi pecho, estrujándolo entre sus dedos. Intenté darle una patada, pero mis piernas no respondían, parecían ser un fantasma del pasado. Le agarré el brazo con las dos manos intentando quitármelo de encima, pero me faltaban fuerzas para impedir que me manoseara. Entonces pude vislumbrar como su rostro se acercaba peligrosamente a mí otro pecho, siseando su viscosa lengua hacia mí. Instintivamente golpeé su rostro con mis manos, entonces el golpeó el mío y todo quedó en silencio, mientras una lagrima se derramaba por mi mejilla.
El silenció no hizo más que incrementar mi miedo, me había pegado y yo había cayado, no podía hacer mas, no quería mirar su rostro, tenía miedo de hacerlo, dejé la mirada perdida en la pared, intentando pensar en algo que me alejase de esa amarga realidad, pero nada acudía a mi cabeza. El áspero tacto de sus dedos rozó mi barbilla, agarrándola con fuerza y girándola hacia él, obligándome a mirarlo mientras susurraba unas dulces palabras que no podía comprender. Lentamente, acercó su rostro a mi cuerpo y empezó reseguir la línea de mi cuello con su húmeda y sebosa lengua, era una sensación pútrida y amarga, muy desagradable. Quería gritar, pegar y huir de allí, tan lejos como las piernas me llevaran, pero no tenía piernas, ni voz, ni fuerzas. Lentamente, dejé que esa bestia se apoderase de mi ser, pero cuando su lengua bífida rozó la comisura de mis labios, reaccioné e inmediatamente agarré su rostro intentando apartarlo de mi, pero él me agarró ambos brazos y me los sujetó contra el suelo, mi respiración era agitada , quería volar a otro lugar, quería desaparecer, quería morir. En un movimiento rápido sus labios se acolcharon contra los míos, mientras su untuosa lengua penetraba en mi interior, profanando aquello que solo mi amado había podido alcanzar. Entonces guiado como un rayo de luz en las tinieblas, se aparecieron en mi mente los recuerdos de todas las vidas que había quitado,  de cómo había cortado cuellos y atravesado corazones, como había acabado fríamente con las vidas de ocho jinetes del desierto y ni siquiera recordaba los rostros de la mayoría de ellos. Quizás era débil, una mujer pequeña en tierras extrañas, pero había matado y podía volverlo a hacer. Instantáneamente cerré mi mandíbula ferozmente, mordiendo labio y lengua.  El hombre  empezó a gemir,  revolcándose por el suelo, maldiciendo mi nombre con palabras austeras que no podía entender. En mi boca bañada por su sangre se hallaba un pedazo de lengua, un pedazo de aquel hombre que vociferaba en el suelo, su sangre inundaba mi paladar,  la sangre de aquel hombre que había osado mancillar mi cuerpo. Entonces el hombre me miró, sus ojos estaban anegados de cólera y de sus fauces brotaba sangre a arcadas formando un pequeño charco a su alrededor, el hombre cegado por su rabia desenfundo rápidamente una daga que resplandecía vivamente en la oscuridad.  Empecé a buscar algo que agarrar, algo con que defenderme, pero el oscuro suelo de esa estancia no me ofrecía mas que polvo y silencio. El hombre se abalanzó sobre mí lanzando un extraño grito ahogado por la sangre que brotaba de su lengua. Sin nada con que defenderme decidí  esquivar el golpe, milagrosamente, mis piernas acudieron a mi llamada y se movieron justo a tiempo para alejarme del frio puñal. El hombre volvió a abalanzarse sobre mí, yo interpuse mi mano en su camino y logre agarrarle la muñeca antes que la daga atravesara mi corazón. Sus ojos me miraban con rabia, con ira, deseaban matarme y estaban dispuestos a hacerlo,  sin tiempo a pensar, arrojé mis dedos contra su rostro hundiéndolos en sus ojos, durante unos instantes el hombre afligido por el dolor, dejó de agarrar con fuerza el puñal, ese instante fue suficiente para agarrarlo y hundirlo en su pecho, acabando así con el hombre que había salvado mi vida.