jueves, 2 de febrero de 2012

Un cuento en el desierto

Un cuento en el desierto
Las chispas de fuego danzaban sobre la hoguera desafiando la fría brisa del  desierto en calma. El silencio era total i absoluto, solo el silbido de la ventisca y el crujido de las llamas interrumpían la sosegada noche. El cielo plagado de estrellas se cernía sobre nosotros como un inavastable océano de oscuridad y dentro de ese océano infinito se escondían las luces más brillantes y puras que el universo hubiera concebido jamás. Eran pequeñas, diminutas pero brillaban con tal pureza que casi podías beber su tenue luz. Las grandes dunas de arena que plagaban el desierto se veían ahora reducidas a simples siluetas oscuras que con la magia de sus curvas moldeaban el paisaje para darle vida. El calor de la hoguera era lo único que nos mantenía a salvo del frio fantasmagórico que penetraba junto al silencio en ese mar de arena. El anciano decrépito que me acompañaba en esa larga travesía lucia adormecido, reposando su frágil cabeza sobre sus estriadas manos. Sus ojos entrecerrados seguían encandilados, los movimientos acrobáticos de las llamas con un aire a nostalgia. Sus párpados medio caídos reflejaban el peso de los años en sus espaldas. Su respiración ronca y entrecortada, parecía anunciar un inminente desmayo que nunca llegaba, al compas de ésta, el anciano acariciaba lentamente su larga barba blanca que le colgaba del mentón cual cascada espumosa. No sabía más de ese anciano que los granos de arena que nos rodeaban y solo un dudoso vínculo de sangre nos mantenía unidos. Mi madre me había dicho que era mi abuelo y que me fuera con él a ver mundo, pero cada vez más, la teoría que había pagado al viejo para que se me llevara cobraba más fuerza. Durante las últimas semanas mi madre había dejado insatisfechos a varios clientes importantes, había estado estresada, nerviosa, la angustia carcomía su ya debilitada mente. Nunca había temido a la muerte, al menos no a la suya, pero en cuanto se trataba de su hijo, la cosa cambiaba. Decía que yo era el hijo del único hombre al que había amado, aunque yo sabía que eso también era una mentira, como tantas. Mi madre había sido siempre, pese a su oficio, una mujer de buena fe, manipulada y usada por todos, había tratado de proteger a su hijo con mentiras, pero mentir no estaba en su naturaleza y si no podía engañar a sus clientes, menos podía hacerlo con su hijo. No me importaban las mentiras, no me importaba irme a otro lugar, lo que me atormentaba era dejar a mi madre sola.  Una ráfaga repentina sacudió el fuego, iluminó mi rostro. Las intensas llamas se vieron reflejadas en las lágrimas que se deslizaban sinuosamente a través de mis mejillas. Solo fue un instante fugaz un destello espontáneo, apenas pude darme cuenta del calor salpicando mi rostro. Pero el anciano si pareció percatarse de ello. De repente se alzó i empezó a hervir agua en una pequeña vasija, sus movimientos eran lentos y calmados como el propio desierto, pero sus pasos eran cortos y bruscos, sus piernas parecían estar a punto de desmoronarse por su propio peso, pero no lo hicieron. Cuando el agua empezó a hervir, el anciano echó unas hierbas al agua, su aroma encandilaba el ambiente con un tono místico. Acto seguido se volvió a sentar, pero esta vez a mi lado, se quedó un largo rato contemplando las estrellas, mientras la fragancia de las hierbas se esparcía en todas direcciones.
- Cuando yo perdí a mi madre, lloré durante días.
El tono amable i sereno de su voz me sorprendió, lo había imaginado como un viejo cascarrabias que se pasaba las horas quejándose y dando órdenes, pero ahora me daba cuenta de que era la primera vez que oía su voz.
-No estoy llorando
La mentira podía olerse en cada palabra, yo lo sabía, pero aún así, inducido por un orgullo absurdo, empecé a sentir rabia por ese anciano que me había llevado lejos de mi madre que tanto me necesitaba.
- Pues yo sí que lo hacía y mucho.
Sus palabras eran sinceras, su serenidad era tal que junto al aroma que se esparcía por el aire me transmitían una necesidad casi asfixiante de decir la verdad, de soltar todo el dolor que oprimía mi pecho y de unirme a la serenidad del paisaje.
-Lo siento, si que estoy llorando…
El alivio que sentí al reconocer la verdad que mi madre me había enseñado a ocultar me hizo derramar una lágrima más y otra y otra, hasta que acabé gritando a pleno pulmón, descargando toda la rabia que se había acumulado durante los últimos días de viaje. Después de eso, el anciano me ofreció un tazón de sopa que yo bebí apuradamente. Cuando se lo entregué de nuevo, dándole las gracias, él, simplemente lo agarró lo volvió a llenar y me lo entregó de nuevo junto a una amable sonrisa, él, no había comido des de hacia ya varios días, ninguno de los dos lo habíamos hecho y era lo suficiente listo para adivinar que esas eran las últimas provisiones que nos quedaban, pero yo acepte el tazón de buena gana. Pasó un largo rato en silencio, mientras yo me bebía el tazón con calma, esperaba que el anciano dijera algo, hasta que comprendí que era yo quien debía hablar.
- Mi madre, me contaba un cuento antes de acostarme cuando era pequeño… lo hacía cada noche y cada noche era el mismo, recuerdo que no me gustaba pero, era el único momento en que mi madre sonreía… daría lo que fuera por volver a oír ese cuento.
El anciano pasó largo rato mirando fijamente las estrellas, inmóvil, como meditando, cuando empezaba a convencerme de que no me había oído contestó.
- Yo sé muchos cuentos.
Durante un instante, mi rostro se iluminó y volvieron a mi mente los recuerdos de aquellas noches acurrucado en la cama de los cuartos traseros del burdel oyendo a mi madre cantar la historia de un humilde molinero que llegaba a ser rey.
- Mi madre me cantaba el mismo cuento cada noche…
El anciano se quedó unos instantes observando la arena antes de contestar.
- Hubo un tiempo en que cantaba canciones y cuentos en cortes y pueblos, pero ahora solo soy un viejo anciano cuya voz no tiene ni el cabal ni la avidez para adentrarse en esos relatos juglarescos.
Las manos del anciano arrugadas y famélicas como estaban se agarraban con fuerza a sus rodillas mientras sus ojos transmitían la nostalgia triste de tiempos pasados.
- Yo creo que aún tenéis fuerza suficiente para entonar un cuento más.
Esta vez el anciano se me quedó mirando fijamente a los ojos, como escudriñando en mi interior, leyendo mi alma, buscando la verdad detrás de mis palabras.
- Esta no es la historia de una princesa ni de un príncipe, no es la historia de un dragón o un caballero y tampoco es el relato heroico de un rey o de una dama en apuros. Esta es la historia de un joven que quería ser caballero y cuya caballerosidad le impidió serlo y de un bellaco que quería fama y poder y cuya avaricia acabó matándolo… Hace mucho tiempo en algún lugar cuyo paradero olvidé hace ya demasiado tiempo, vivía un joven que siempre había soñado con ser caballero, combatir a los malvados y proteger a los débiles, pero pese a su gran fuerza i valía, jamás había tenido oportunidad de abandonar su pueblo en busca de un nombre. Cerca de este vivía un bellaco avaricioso que se pasaba los días contando las monedas de su mísera fortuna, esperando que el destino le labrase una oportunidad para conseguir la fama y el poder que siempre había deseado. La vida era tranquila, cosecha tras cosecha en ese pequeño pueblo campestre, la guerra no había sacudido esas tierras fértiles durante decenas de años, dotando al pueblo de una paz y harmonía difíciles de encontrar en esos tiempos agitados. Era un día tranquilo, que nada parecía deparar a los pueblerinos del lugar, pero  un hombre vestido con una brillante armadura blanca se apareció en el centro de la plaza afirmando ser un importante Duque que buscaba hombres valerosos para armarlos en el oficio de caballería. Así que el hombre ordenó que se difundiera la noticia y que se buscara al hombre más fuerte y honesto de aquella región. La noticia llegó pronto a oídos del joven y del bellaco, que impulsados por sus respectivos motivos presentaron sus respetos ante el imponente Duque. Fueron muchos los muchachos valientes que acudieron a la llamada del lustroso jinete de blanca armadura, pero el Duque solo podía llevarse a uno de ellos, así que ordenó a los hombres que lo acompañaban que improvisaran unas justas para decidir cuál era el hombre cuya fuerza y valía eran más grandes. Los torneos duraron varios días, fueron días de celebraciones y fiestas donde se ofreció al Duque exquisitos manjares y la mejor cerveza de las cosechas mientras los jóvenes contendientes a caballero se debatían por alcanzar el título que tantas promesas ofrecía.  En el último combate de las justas, se enfrentaron el joven y el bellaco, cuyas fuerzas y habilidades estaban muy equilibradas. Tras varios asaltos ambos contendientes cayeron exhaustos al suelo, por lo cual se decidió posponer el combate unas horas. Pocos minutos antes de que este se retomara, el bellaco se acercó al joven y le contó que necesitaba convertirse en caballero para partir en busca de los bandidos que habían asesinado  a toda su familia mientras él estaba labrando el campo, le contó que deseaba partir en su búsqueda y cobrar venganza para recuperar el honor perdido de su familia e impedir que más familias sufrieran el horror que el había pasado. El joven, conmocionado por la historia, consideró que su contrincante poseía más derecho sobre el título de caballero que él  y sus eterios sueños, así que se dejó tumbar al primer asalto. Al día siguiente, el Duque y su compañía partieron junto al bellaco  para armarlo caballero. Pocos días después montado en un corcel blanco y con el jubón del rey gravado en el pecho, apareció un mensajero que declaraba que una banda de bandidos se hacían pasar por un Duque y su compañía en busca de valientes contendientes a caballeros para celebrar festines y atiborrarse en los pueblos de buena fe. Pocos días después encontraron al cadáver del bellaco desollado en un bosque de las cercanías. Poco después el falso Duque y su compañía fueron arrestados por las fuerzas del rey en un pueblo de los alrededores.  Pese a los sucesos vividos, el joven no se rindió en su sueño de convertirse en caballero, aunque eso, es otra historia que quizás me aventuraré a contar en otra ocasión. Ahora muchacho cúbrete bajo las mantas y recobra fuerzas, el viaje de mañana será duro y largo.

Después de que el viejo contara su historia me quedé un largo rato pensando en ella recordando sus escenas y imaginando a sus personajes.
- La caballerosidad del muchacho le salvó la vida y la avaricia y las mentiras del bellaco lo llevaron a la muerte. El camino de la rectitud logrará salvarte, ¿eso es lo que trata de decir el cuento?
El anciano sonrió con entusiasmo, la alegría podía adivinarse en sus ojos cansados.
-Los cuentos son solo cuentos, la realidad es siempre más compleja, debes sacar tus propias conclusiones muchacho, es la única forma de seguir adelante.
Después de eso, me estiré junto al fuego y me cubrí con una tela gruesa para resguardarme del frio, mientras un silencio pausado se esparcía bajo ese enorme cielo estrellado.

1 comentario:

  1. los cuentos son solo eso cuentos, su significado depende de muchos aspectos a tener en cuenta, como en esta ocasion, ciertamente un cuento puede ser algo magico:)

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