domingo, 2 de octubre de 2011

HELLEN


El cuero curtido de mi chaleco se apegaba a mí como una segunda piel, adherido por el pegajoso sudor que impregnaba mi cuerpo tras el largo día de cabalgata. Bajo un sol bochornoso, que convertía la vida en desierto y el desierto en fuego, la cota de malla pesaba demasiado para esa contienda, sentía como se desvanecían mis fuerzas. Mi guantelete de acero agarraba con fuerza las riendas, aunque mis dedos, demasiado pequeños para aquel reluciente guante metálico, empezaban a escurrirse hacia el exterior. Pero más que mi cota de malla; mis guanteletes; o mi gigante mandoble de acero, casi tan grande como yo; eran mis parpados los que más me pesaban, llevaba días cabalgando, junto con todas sus noches.  Pasando hambre bajo el sol agotador de aquel desierto, o congelándome a través de las heladas montañas,  siendo cazada a través de los espesos bosques y empapándome bajo las lluvias torrenciales. Cabalgaba sobre mi quinto caballo des del inicio de mi viaje, todos muertos por cansancio y todos robados a media noche, igual que mi improvisada armadura y mi enorme espada. Solo mi chaleco de cuero se ajustaba a mis medidas, pero me oprimía el pecho como un corsé. Dos pájaros carroñeros surcaban el cielo trazando círculos sobre mi cabeza, esperando a que o yo o mi montura les ofreciéramos el banquete que llevaban días esperando. Empecé a bajar mi cabeza, mis parpados se habían cerrado y mi cabeza colgaba de mi cuello arrastrando consigo a mi cuerpo. El sonido del yelmo repicando contra el suelo precedió al aturdimiento que sentí pocos segundos después.
Cuando desperté, me dolía el costado, justo donde me había dado al caer del caballo. Todo mi torso me escocía, el motivo parecía estar relacionado con el color rojizo que había tomado mi piel, el mismo color que el de los jirones de carne que colgaban junto a mí, podía notar como varias costras se distribuían irregularmente por mi piel enrojecida. Pero donde más me dolía era en el pecho, donde el chaleco de cuero me había estado oprimiendo des del día en que lo robé, no tardé mucho en arrepentirme de habérmelo puesto,  pocas horas después de haberlo robado el picazón que me producía era insoportable, pero había decidido no quitármelo, tenía el presentimiento de que si lo hacía mi vida terminaría,  empezaba a arrepentirme de haber pensado de ese modo. Estaba desorientada,  mi cabeza daba vueltas y no podía pensar con claridad, varios minutos después logre alzar una mano y llevármela al pecho, un ungüento muy pegajoso y pestilente cubría todo mi torso, además de los brazos que habían sufrido graves quemadas bajo el sol. Intenté levantarme, pero no encontraba fuerzas para hacerlo, traté de reunir todas mis fuerzas, pero el único resultado que conseguí, fue un fuerte tirón en la parte interior de mis muslos. Cuando logre incorporar la cabeza lo suficiente para poder ver esa zona, solo pude distinguir un mar de costras. A los cinco días había dejado de pensar en ello, pero al principio me dolieron mucho los muslos al cabalgar, era normal, nunca antes lo había hecho, sentía esa zona tan aturdida que me veía incapaz de mover las piernas. Sin duda alguna, hubiera muerto en aquel desierto abrasador, pero estaba a salvo y dudaba seriamente que mi caballo fuera el responsable. Seguramente algún mercante me hubiera encontrado en su travesía, además de ellos, los únicos que se atrevían a cruzar el desierto eran los pueblos nómadas. Unos salvajes que no hubieran dudado en violarme allí mismo para devorar mis entrañas posteriormente, aunque con el mar de costras que descansaban entre mis piernas, dudaba que fueran muchos los salvajes que hubieran querido utilizarme.  El edificio donde me encontraba era rudimentario, hecho de barro y paja, con unas vigas de madera que sostenían el techo de donde colgaban hierbas medicinales y jirones de carne seca, era un edificio bajo y pequeño, sin más objetos que la cama donde me encontraba y un pequeño agujero en el suelo con restos de cenizas. Mi decisión de permanecer despierta a la espera de mi salvador era fuerte, pero cedí bajo la pesada insistencia de mis parpados. Una sensación húmeda en mis labios me despertó de nuevo, cuando abrí los ojos, no pude evitar soltar un grito, un anciano arrugado  y maloliente fue lo primero que vi al despertar, agachado a pocos centímetros de mi rostro. Sin ni siquiera darme cuenta de ello, había golpeado al anciano en la nariz con mi cabeza. Me quedé unos segundos mirándolo mientras un pequeño hilo de sangre le brotaba de la nariz. Me lleve una mano a los labios, estaban húmedos, mire a mi alrededor, el anciano sostenía un trapo con una mano  y un recipiente con agua en la otra, estaba humedeciendo mis labios, para que no secasen. Al darme cuenta de mi error acote la cabeza en forma de disculpa, a lo que contestó con una sonrisa alegre. Después del pequeño incidente, examinó mis heridas y me dio de beber. Después, me ofreció algo de comida, la rechacé con una sonrisa en el rostro, a lo que él me contestó dejando un plato de carne junto a mí. No pude superar esa tentación y engullí la carne rápidamente, era carne de caballo. Después de comer, volví a dormirme instantáneamente, cuando volví a despertar las costras y irritaciones habían desaparecido, junto con el anciano. Frente a la cama, yacían todas mis posesiones, un chaleco de cuero, una cota de malla, un mandoble de acero, un par de guanteletes, unos pantalones de tela basta y unas botas de montar de color negro lustroso. Agarré el chaleco, parecía que el anciano me había ofrecido otro regalo, había abierto un tajo en la delantera del chaleco para que pudiera ponérmelo de nuevo sin tener que dejar de respirar, después de todo un chaleco de hombre no era lo más indicado para una mujer. Sabía que toda esa vestimenta era una carga muy pesada para mí, pero también sabía que si no la llevaba conmigo, no sería capaz de emprender ese viaje. Así que me vestí con mis únicos atuendos y me colgué mi mandoble en la espalda. Al salir por la puerta, una luz cegadora acogió mi llegada, tardé varios segundos en acostumbrarme, cuando conseguí ver con claridad, la primera gota de sudor ya empezaba a caer por mi frente. Cerca de la cabaña, conseguí encontrar una vieja capa de viajero, con ella conseguiría alejar el calor y huir de las quemaduras. Un incansable desierto se mostraba ante mí, parecía no tener fin, pero yo sabía que al final de ese horizonte  se encontraba mi objetivo. Y de este modo, antes de que empezara a darme cuenta, logre marcar mis primeras pisadas en la arena



II
Mi cabeza daba vueltas, el calor me mareaba llevando a mi conciencia a los rincones más felices de mi memoria. Los chapuzones veraniegos en el rio,  las carreras por los prados,  las noches bajo las estrellas, las tardes construyendo cabañas con palos y peleando en el fango, todo eso lo había hecho con Joshua. Esos recuerdos eran lo más preciado para mí, ahora apenas lograba recordar su voz, y los rasgos de su rostro empezaban a oscurecerse en mi memoria. Pero lo que jamás podría olvidar serían esos recuerdos. Los más preciados los guardaba enterrados lo más profundo de mi corazón, esperando poder volver a revivirlos. Bajo la cascada, desnudos uno frente al otro, fue donde nos dimos nuestro primer beso, éramos pequeños muchachos que ignoraban la importancia de aquel hecho, pero yo atesoraba ese momento como el más preciado de todos. El segundo beso fue en la cima de un montículo, junto a un manzanero, en una noche estrellada. El tercero fue pocos días después en la bodega donde Joshua trabajaba, podía recordar todos y cada uno de nuestros besos con total claridad, los guardaba en mi memoria como una colección de trofeos, de los que recordaba el día y el lugar donde había logrado unirlos a mi colección, pero entre aquella colección de felices recuerdos, uno destacaba por su amargura, el último beso.
Un sonido lejano rescató mi conciencia de los recuerdos devolviéndola a la cruda realidad del desierto inagotable.  En cuanto  miré al horizonte supe que mi fin había llegado. Una nube de polvo se alzaba en la lejanía, pero no tardaría en aparecer frente a mí y cuando lo hiciera sería mi fin.  Hasta que no miré hacia atrás por segunda vez, no me di cuenta de que había empezado a correr, pero mis muslos aún me dolían, en realidad me escocían a cada paso, no lo había notado al caminar, pero al correr un intenso dolor aturdía mis piernas. Antes de darme cuenta deje de correr, deseando que mis perseguidores no me hubieran visto, pero al girarme, pude distinguirlos a pocos centenares de metros. Iban montados en camellos, con largas túnicas de color azul y pañuelos del mismo color con los que tapaban su cabeza. Además portaban unas largas lanzas que levantaban amenazadoramente  avisándome del destino que corría si intentaba defenderme. Sin ni siquiera pensarlo desenfundé mi espada, era pesada, mucho más de lo que había imaginado, nunca había sostenido ninguna, pero estaba dispuesta a usarla. Pronto me tuvieron rodeada, apuntándome con sus lanzas, uno de los hombres me habló en un dialecto que no logré comprender, como única respuesta solté un rugido y aparté una de las lanzas con mi espada. Entonces uno de los hombres dijo algo y los otros empezaron a reírse. Después uno bajó de su camello y se acercó hacia mí con una espada curvada en la mano. Yo instintivamente alcé mi espada y descargué todo su peso contra él, el hombre esquivó el golpe ágilmente con un salto hacia atrás y todos empezaron a reírse. En cuanto apartó la vista un instante, empujé con fuerza la espada hacia él, levantando una nube de polvo y arena. Antes de que pudiera saber que había ocurrido, vi mi espada atravesada en su pecho. Lo siguiente que pude sentir fue un duro golpe en la cabeza. Cuando recobré la conciencia estaba atada de manos y pies bajo la sombra de un Imahan. Mis ropas habían sido cambiadas por las mismas túnicas que llevaban esas gentes. Dejando a un lado el fuerte dolor que sentía en la cabeza, allí donde me habían golpeado, no parecían haberme infligido ningún daño. A duras penas, logré arrastrarme hasta la salida de la choza y sacar la cabeza al exterior, el sol empezaba a caer por el horizonte y el cielo estaba teñido de un rojizo precioso, el asfixiante calor del día empezaba a disiparse dando paso a una brisa fresca, pero pronto llegaría la helada noche.  Frente al Imahan donde me encontraba se alzaba uno de más grande, debía apresurarme a escapar, si las leyendas eran ciertas, esa noche me convertiría en la cena de esos salvajes del desierto. Conseguí arrastrarme por la arena hasta la choza de enfrente, tuve que tragar algo de arena para conseguirlo, pero me parecía un precio insignificante si con eso lograba salir de allí. Tras varios intentos, conseguí escabullirme por debajo de las telas de la cabaña. Por dentro era una estancia acogedora, estaba repleta de alfombras y telas de diferentes colores. Todo estaba bastante oscuro, pero de algún modo logré ver brillar el filo de una daga, me acerqué a ella tan rápido como me lo permitieron las cuerdas que me amarraban y me las ingenié para lograr cortarlas.  No tardé mucho en levantarme, al hacerlo, noté como el corazón se me salía del pecho, un hombre yacía a mi lado, tapado con varias telas  sin emitir el menor ruido. Por un momento me había dado la sensación de que iba a abalanzarse sobre mí para comerme, pero ese súbito espanto dio lugar a la calma. El hombre estaba desarmado y yo aún sostenía una daga entre mis manos. Me acerqué sigilosamente al hombre hasta poder notar su respiración, una respiración lenta i calmada, tan silenciosa como el desierto. Alcé la daga dispuesta a atravesar su corazón, pero algo me impedía ejecutar a aquel hombre, no podía matarlo, no mientras durmiese. Entonces el hombre abrió los ojos y me agarró el brazo, antes de que pudiera darme cuenta le había cortado la garganta y la sangre brotaba a borbotones desparramándose por el  suelo. Intenté alejarme rápidamente, asustada,  pero su brazo seguía agarrándome con fuerza, no fue hasta pocos instantes después que logré quitármelo de encima. Acababa de matar un hombre y me había asustado, pero solo al principio, ahora una completa serenidad  me llenaba. Sin soltar ni un momento la daga, asomé mi cabeza al exterior. A veinte metros, los camellos descansaban sobre la arena, eran mi única opción de salir de ese lugar. Solo logré ver a un guardia, vigilando junto a una pequeña hoguera con su lanza apoyada en el hombro, estaba de espaldas a mí, pero no podía llegar junto a los camellos sin que me viera, la única opción era matarlo. No me gustaba la idea, en realidad me aterrorizaba, pero mi cabeza de mantenía fría y sabía que esa era mi única alternativa. Así que empecé a acercarme cuidadosamente, procurando no hacer ruido alguno, paso tras paso sin apresurarse demasiado. Entonces el hombre me dirigió unas palabras, eso me heló el alma, temblaba de terror, pero no tardé en darme cuenta que no me había reconocido. Seguramente pensaba que era uno de sus compañeros, debía aprovechar eso o sería mi último día de vida. Por suerte, el hombre continuo hablando sin molestarse en girarse para ver con quien hablaba. No entendía nada de lo que decía, pero sabía que en algún momento esperaría una respuesta. Conseguí colocarme detrás del hombre, pero me quedé bloqueada, no podía hacerlo, ya había matado a dos hombres, pero me veía incapaz de matar al siguiente. Pero cuando el hombre se giró  todas mis dudas se desvanecieron en un instante y le corté la garganta con un tajo limpio. Sabía perfectamente que si no lo apuñalaba en el lugar correcto  el hombre podría suponer un peligro. Sentía un terror enorme antes de matar a un hombre y un terror incluso mayor después de matarlo, pero mientras lo hacia mi mano no temblaba y mi cabeza se mantenía fría, eso era lo que más me aterraba. Cuando llegué junto a los camellos, me dispuse a montar uno y marcharme a toda prisa. Pero aquellos hombres no dudarían en perseguirme y ellos conocían el desierto mucho mejor que yo, me habrían atrapado antes de que pudiera dar unos pasos. Así que me acerqué hacia las otras criaturas y le corté la garganta justo uno a uno como había hecho con los dos hombres que acababa de matar. Pero el último de los camellos soltó un gemido escalofriante que me heló las venas, era un grito de dolor, y mi perdición. Me subí rápidamente al único camello que quedaba vivo y lo espoleé con todas mis fuerzas, pero noté como algo me agarraba de la pierna y tiraba de ella. Lo siguiente que noté fue el impacto contra la arena. Un hombre grande y musculoso se encontraba ante mí y a lo lejos más hombres se acercaban. El hombre me agarró por la cabellera y me levantó del suelo yo sin dudarlo ni un instante empujé mi daga hacia su corazón. El hombre me soltó inmediatamente y agarró la daga que llevaba inyectada en el pecho con las dos manos. Yo aproveché la oportunidad para huir hacia el camello que se había parado unos metros más lejos. El resto del poblado me perseguía, pero si lograba llegar al camello antes que ellos, aún tendría una oportunidad. Cuando me subí al camello giré la cabeza para ver como el hombre que me había tirado al suelo caya muerto en la arena, los demás hombres estaban demasiado lejos como para alcanzarme. Así que piqué espuelas y me alejé rápidamente de esos hombres que gritaban y maldecían mi huida. El sol desaparecía en el horizonte cuando dejé de ver las chozas de aquellos hombres. El frio empezaba a inundar el desierto con suavidad, adentrándose en todos sus recovecos. Me daba demasiado miedo pararme, así que me abrigué con una manta de lana que llevaba el camello y seguí cabalgando en la oscuridad dirigiéndose hacia un futuro incierto.


III
Me despertó la suave caricia de los primeros rayos solares sobre mi piel, era una sensación agradable, aunque no faltaba mucho para que esa brisa cálida se convirtiera en un infierno ardiente de arenas infinitas. Mis miembros estaban entumecidos, la noche helada del desierto no me había tratado con amabilidad. Llevaba cuatro días de viaje deambulando por el desierto con un camello robado, aunque había agotado todas mis provisiones, comer no era algo esencial para mi, el camello iba cargado de agua cuando lo robé, pero el agua era un tesoro que desaparecía rápido en aquellas tierras, demasiado rápido, antes de darme cuenta, me encontré sin nada para poder aliviar mi sed. Mi único consuelo era que mis perseguidores no tenían medios para atraparme. De algún modo u otro, logré aprender a dormirme sobre el camello en marcha, por las noches abatida por el cansancio y reconfortada por el calor de la bestia me dormía a sus lomos, avanzando hacia lo desconocido, pero cuando despertaba, el camello siempre se había detenido y yo me encontraba acurrucada junto a su pecho tumbada sobre la arena. El frio de la noche agarrotaba mis miembros, era un gran esfuerzo lograr levantarme para retomar la marcha, el cansancio se acumulaba día tras día y cada vez me llevaba más tiempo lograr moverme al despertar. Pero la calma de la mañana no duraba, pronto los rayos del sol que me habían salvado de morir congelada se multiplicaban a miles y convertían las arenas silenciosas en un horno viviente. Mi cabeza se mareaba con el calor, caía inconsciente unos instantes para despertar a los pocos segundos, a menudo en el suelo. Había visto un par de charcas en el horizonte, pero estas desaparecían al aproximarme, sentía como mis fuerzas se desvanecían, mi garganta reseca me pedía aquello que no podía ofrecerle. Empezaba a caer en la locura, me di cuenta de ello cuando la voz del desierto empezó a susurrarme palabras incomprensibles, pero podía entender el mensaje, se acercaba mi fin. Cuando llegué al límite de mis fuerzas una sombra oscura se abalanzó sobre mí, dirigí mi mirada al horizonte y lo vi, una nube  inmensa  tapaba al sol, un soplo de esperanza se abrió en mi corazón, hasta que pude distinguirlo, esa nube no se alzaba en el cielo, era una nube de polvo, una nube de polvo y viento. Había oído hablar de ella en las tierras blandas, antes de adentrarme en el desierto, tormentas de arena. Sabía el peligro que representaban, sabía que no tardaría mucho en llegar a mí, sabía también como lograr una oportunidad de salir viva de ella, pero ¿realmente valía la pena? ¿No era preferible eso  a morir de sed? Finalmente aposté por la esperanza de una nueva oportunidad. Logré encontrar unas rocas a poca distancia, cuando llegué allí, la tormenta empezaba a abalanzarse sobre mí. Rápidamente me coloqué entre el camello y la pared y me escondí bajo todas las telas que tenía. Pronto empecé a notar el repiqueo incesante de los miles de granos de arena que golpeaban intensamente las telas que me protegían, era un sonido como de tambores un sonido parecido al de aquella noche, la noche donde ocurrió todo. Una noche fría, los primeros copos de nieve habían empezado a regar las tierras altas,  impregnando el ambiente de una fría humedad. Esa noche había escapado de mis aposentos saltando por la ventana hacia el cerezo que crecía junto a ella, era un árbol enorme, inclinado y fácil de trepar. La noche me protegía de ser descubierta, era fácil escabullirse entre los matorrales sin ser vista, daba la vuelta al patio y me escurría por la ventana de las cocinas, que permanecían desiertas y silenciosas a esas horas de la noche. Luego abría la minúscula puerta que llevaba hasta el almacén y bajaba silenciosamente por esas oscuras escaleras, hasta llegar a esa estancia maloliente llena de cajas y barriles colocados de forma desordenada. Y allí siempre estaba él, medio dormido cargando cajas de allí para allá, junto a unos cuantos hombres fornidos que realizaban la misma labor. Joshua me había enseñado a imitar el sonido de un Búho, era la señal para avisarle. El acudía de inmediato, con el rostro sucio y húmedo por el sudor, su cuerpo desprendía un olor fuerte, pero me gustaba ese olor, todo lo que fuese estar junto a él era placentero para mí. Cuando apareció entre las columnas de cajas no pude evitar soltar una sonrisa, el me agarró de la cintura y me abrazó con fuerza, yo alcé la cabeza ligeramente y me quedé mirándole a los ojos unos instantes, luego el me dio un largo y dulce beso, apasionado lleno de amor, cuando me besaba, me sentía como si flotase en el aire, pero ahora ese beso era un recuerdo amargo. Entonces se hoyó el ruido de una explosión y un temblor agitó el edificio, yo caí al suelo y cerré los ojos durante unos instantes. Cuando los volví a abrir, todo estaba oscuro y hacía mucho calor, cerca de mí se oían los murmullos de unos hombres en una lengua que no lograba comprender, encima de mí un enorme peso me impedía levantarme. Sentía el pecho oprimido, como si no tuviera aire para respirar, entonces noté como algo se agitaba encima de mí y una débil luz empezó a filtrarse, pocos segundos después un hombre musculoso de piel morena retiró unas telas que me cubrían, noté como el aire me llenaba y volvía a respirar con normalidad, mi cuerpo desprendía un tremendo olor a camello. Me puse de pié y miré a mi alrededor, por un momento había pensado que aún estaba en casa, con Joshua, pero continuaba en aquel árido desierto, la tormenta había cesado y me hallaba medio enterrada en la arena, a mi lado el camello yacía tranquilamente mirándome con sus grandes ojos calmados, como si nada hubiese pasado, entonces me fijé en el hombre, su piel era de un color muy oscuro, como la noche, su torso era ancho y musculoso igual que sus brazos, tenía la cabeza rapada, resplandeciente bajo el sol. Llevaba pendientes de oro en las orejas y la nariz, en cada brazo lucía un brazalete también de oro. Su torso estaba completamente desnudo, igual que sus pies. En las piernas llevaba unos anchos pantalones blancos que brillaban levemente con el sol. El hombre llevaba en el fajín un enorme cuchillo curvado, aunque por su tamaño quizás se trataba de una espada pequeña.  Me acerqué al hombre e intenté pedirle agua, pero mi reseca garganta no me respondía. Intenté indicárselo con gestos, pero el hombre no dio ningún indicio de advertir  mi presencia. Entonces me miró durante un segundo y con una sola mano me agarró de la cintura y me cargó sobre su hombro. Entonces pensé en los hombres del desierto a quien había robado el camello, quizás lo habían enviado para matarme, intenté alcanzar mi cuchillo, pero recordé que lo había dejado en el camello. Entonces el hombre agarró las riendas del animal y empezó a avanzar. Al mirar al frente, me percaté de un grupo de camellos que estaba a pocos cientos de metros de donde nos encontrábamos, pronto llegamos al lugar, varios grupos de hombres estaban abrevando a los camellos o registrando las mercancías que estos cargaban. Entonces el hombre grande me soltó y caí al suelo con un golpe seco. Un viejo que yacía sentado bajo una especie de sombrilla y  fumaba apaciblemente una pipa, le dijo algo al hombre que me había llevado, este le contestó con un tono que indicaba una disculpa. Entonces el hombre viejo me miró unos instantes y empezó a dirigirse a mí en varios dialectos, finalmente dijo algo que pude comprender.
- ¿Me entiendes ahora?
Yo me afané a asentir con la cabeza, mis ojos estaban llorosos, aunque no sabía la razón.
-Bien, has tenido suerte de que Guh te haya encontrado, de no ser así seguro que hubieras muerto.
Dijo el viejo mientras señalaba al hombre que me había rescatado, hablaba la lengua de las tierras altas con fluidez, aunque su acento estaba gravemente marcado por las lenguas del desierto, cuando hablaba, daba la sensación de que estuviese escupiendo las palabras una detrás de la otra.
- Encantado señorita, mi nombre es Absalom, comerciante reconocido  des de las montañas de Kahal hasta los dominios del rey muerto,  como ya te he dicho este hombre es Guh mi esclavo personal. Le debes tu vida, y por ello debes pagarme a mí. Tengo un trato que ofrecerte.
Después de decir esto hizo una larga calada en su pipa y me soltó una bocarada de humo en la cara. Yo intenté toser, pero mi garganta seca no me permitió hacer-lo.
-Entiendo.
Dijo mientras bajaba la cabeza como si pensara en algo complicado. De golpe, levantó la cabeza y  le dijo algo a Guh que desapareció entre los camellos para reaparecer con una vasija llena de agua. Yo bebí un largo trago, pero en cuanto me dispuse a tomar un segundo el viejo me arrebató la vasija de las manos y mirándome con una sonrisa maliciosa empezó a hablarme lentamente.
- No beberás más agua hasta que hayamos negociado, ¿Cuál es tu nombre muchacha?
Me quedé con la mente en blanco unos segundos, hacia tanto tiempo que no oía mi nombre, entonces recordé la voz de Joshua, tenía la rara costumbre de susurrármelo continuamente.
- Hellen
Dije con la voz todavía seca.
-Bien, mi trato es muy sencillo, no te puedes negar, podría matarte aquí mismo y quedarme tu camello, pero preferiría no manchar mi reputación en algo tan banal como esto, así que a cambio de tu camello, te ofrezco transporte y avituallamiento hasta la próxima ciudad. Puede que mis servicios no sean generosos, pero te aseguro que son preferibles a una muerte en el desierto, entonces ¿Aceptas?
No dude en asentir con la cabeza, entonces el hombre me acercó la vasija de agua, yo bebí afanosamente refrescando mi reseca garganta con aquel líquido milagroso. Cuando terminé Guh me llevó hasta el camello que había robado y me ayudó a montar en él, entonces el grupo retomó la marcha, yo no tuve más remedio que seguirlo avanzando lentamente hacia el sol que empezaba a ponerse entre las dunas del horizonte. Ahora el cálido aliento del desierto me llevaba una esperanza, casi podía oír la voz de Joshua en los susurros del viento.

Continuara.....(o no?)

3 comentarios:

  1. Dedicado esclusivamente a mi amiga Hellen Skarleth Videa Dubón, jijij espero k te guste:)

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  2. Marc!!! me gusta.. pero esto es por la encuesta que me hiciste hace ya mucho?
    Es Guh mi principe?

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  3. Guh? No!!! es Joshua, Guh, es mas como un amigo k te alluda en el camino

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