domingo, 9 de octubre de 2011

HELLEN (2)

La travesía del desierto estaba resultando ser más dura de lo que había imaginado, pese a que estaba suficientemente abastecida y podía dormir junto a una hoguera, el agotamiento acumulado de todo el viaje estaba cayendo sobre mí, al final de cada jornada acababa exhausta, deseando acurrucarme junto a una hoguera y dormir plácidamente sobre el lecho de arena, pero Absalóm no me trataba diferente que a los demás trabajadores, mientras el fumaba los demás corrían de un sitio para otro cargando mercancías de aquí para allá,  asegurando la zona, alimentando a los camellos y haciendo un sinfín de tareas para prepararlo todo para el día siguiente. En cuanto a mí, Absalom me obligaba a darle masajes y lavarle los pies. Me había convertido en una especie de asistente personal, que debía cumplir todos los deseos de ese viejo encorvado.
- Eres la única con algo de delicadeza aquí, aunque sigues siendo una bruta.
Le decía siempre que ella intentaba negarse a sus peticiones. Pocos días atrás, Absalom le había contado mientras recibía un masaje como había conocido a Guh, al parecer en el pueblo de Guh se creía que si un hombre te salvaba la vida debías servirlo hasta devolverle el favor.
-No pienso dejar que ese inútil me salve la vida, lo veo en sus ojos, en cuanto ese zopenco me devuelva el favor que tanto espera, me arrancara la cabeza, me odia más que a cualquier cosa en el mundo.
Guh permanecía siempre callado e impasible, obedeciendo sin rechistar las tareas que le mandaba su amo, pero en sus ojos podía verse un destello de odio cada vez que miraba a Absalom. Me costaba imaginarme a ese viejo canoso, que se pasaba el día borracho, salvándole la vida al pobre de Guh. Pero cuando las palabras brotaban de los labios del gran Absalom, lo increíble se hacía creíble y la realidad pasaba a ser un mundo lejano.
- Hace más de veinte años viajé desamparado por las lejanas tierras de Kalajan, en un desierto cien veces más grande y ardiente que este, donde según la leyenda, el gran guerrero Kagh Azzul tiñó las arenas con la sangre de sus enemigos. Yo lo he comprobado en persona y esas arenas huelen a sangre y portan el mismo color que el que corre por nuestras venas. Se dice que el odio de sus enemigos desolados aún vaga por el desierto buscando venganza y llevándose consigo las vidas de los viajeros que osan cruzar su tumba. Yo mismo pude comprobar cómo los espíritus se llevaban mis mercancías una a una junto a los hombres que las transportaban. Fue una travesía arriesgada y peligrosa y a excepción de mi vida perdí todo lo demás, más de cien camellos y cincuenta hombres con sus respectivas mercancías, una perdida que aún hoy me entristece. Viajamos durante semanas, aunque más bien parecieron siglos. Los hombres fueron cayendo uno tras otro, incluso los camellos se desorientaban, puede que alguno lograra salir de ese infierno de arenas escarlatas, aunque apostaría 500Kahs a que fui el único superviviente en ese viaje al mismísimo infierno. Finalmente después de haber perdido a todos mis hombres y mercancías, habiéndome comido varios días atrás al último de mis camellos, logré alcanzar con unas pocas monedas en los bolsillos, el pueblo de ese malnacido de Guh, esos malditos caníbales querían devorarme, pero conseguí engañarles. Un buen comerciante debe conocer las costumbres y leyendas de los lugares que visita, fui capaz de convencerles de que era un enviado de los dioses que venía a comprobar el buen corazón de las gentes de esos rincones del mundo. Pero los muy desgraciados solo adoraban al dios de la batalla y así que para comprobar mi identidad me dieron una espada para que luchara contra el hombre más fuerte de su tribu, un gigante más negro que la noche, con unas manos tan grandes que con una sola, podría aplastar una sandía. Consciente de que me era imposible vencer a semejante monstruosidad, les sugerí, astutamente, realizar una celebración por mi victoria antes del combate. Los ignorantes aceptaron mi propuesta, solo tuve que añadir unas gotas de veneno en la bebida de ese gigante para que se quedara inmovilizado en medio combate, en el estado en que se encontraba desparramar sus vísceras por el suelo fue más sencillo que cortar una zanahoria. Esos idiotas me adoraron y me dieron todas sus riquezas, demasiado pocas para mi gusto. Y de regalo con todo lo necesario para recuperar mi fortuna vino este estúpido de Guh. Al parecer, al matar a ese gigante de nombre impronunciable evite la muerte del chico que había sido condenado por acostarse con la esposa del gigantón, al acabar con este yo salvé su vida y a cambio el me dio su servidumbre. No tardó mucho en darse cuenta de mi juego sucio, pero cuando lo hizo  yo ya estaba lejos de aquel maldito desierto y él ya había jurado servirme. Aunque admito que a veces es escalofriante oír como maldice mi nombre en sueños.
Me había contado decenas de historias, algunas de fantásticas, con dragones centauros y un sinfín de seres mágicos. Otras de amores imposibles y otras de hazañas increíbles. Cuando pensaba en ello podías darte cuenta de que esas historias estaban más basadas en sus fantasías que en sus vivencias. Pero mientras Absalom hablaba no había palabra que tuviera espacio fuera de la realidad, su historia pasaba a ser la realidad y la realidad pasaba a ser un sueño lejano. Le gustaba contar historias, aunque siempre hiciese como si fuera un estorbo hacerlo. La última historia que oí de él fue la de una bella princesa con ojos como la luna y cabellos como la noche a la que logró enamorar, la chica planeó una fuga para marcharse con Absalom, pero al parecer su guardia de confianza, la única persona a quien contaba sus intimidades, estaba secretamente enamorado de ella y prefirió matarla y luego suicidarse antes que verla partir. Absalom contó esa historia con una voz triste y amarga, casi parecía que esa historia también fuera real.
Era un atardecer precioso y el grupo de mercantes se había aposentado en un pequeño pueblo  en los límites del desierto. Según Absalom, ya quedaban pocos días para llegar a la gran Basha, la ciudad de blanco. Decía que sus edificios eran una mancha blanca en el desierto, construida alrededor de un gran Oasis. Era una esperanza para muchos viajeros y según Absalom una inspiración divina para muchos profetas. Pero esa ciudad aún estaba lejos de nuestro alcance. Tanto los camellos como los hombres estaban agotados tras la larga travesía y Absalom había ordenado  guardar reposo durante tres días. Llevábamos allí des de la mañana,  la cual me había pasado durmiendo, ahora el sueño había huido de mi cuerpo y su vacío había sido llenado por una extraña sensación de incertidumbre. El sol empezaba a caer por el horizonte, hundiéndose en el mar de arenas, me quede mirando ese precioso paisaje anaranjado. El desierto era aterrador sin duda, lo había experimentado. Pero ahora, ahora solo podía admirar su belleza.
Entonces frente al sol poniente aparecieron varias manchas negras, cada vez más y más cercanas, extrañas siluetas abultadas con largos palos tambaleantes. Eran unas formas familiares, el terror empezó a inundar mi cuerpo. Entonces un hombre gritó algo, me pareció oír la palabra “tuareg”. Los tuaregs se acercaban, cada vez más grandes, cada vez más cercanos, venían y eran muchos y venían a por mí.


1 comentario:

  1. Continuación de este regalito para un frend, tenemos aqui una continuación que puede parecer algo floja, pero que simplemente nos prepara para lo que viene (ahunque eso no le quita lo de ser floja...):)

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