viernes, 4 de noviembre de 2011

HELLEN (7)

IX
Yacía junto a mí el cadáver de el hombre que había tratado de mancillar mi cuerpo con su esencia, mi corazón seguía latiendo al ritmo intrépido de una lluvia torrencial, pero solo llovían mis ojos. Mi boca aún conservaba el sabor ferroso de su sangre, un sabor desagradable y amargo que me impedía olvidar lo ocurrido, quería deshacerme de ello, dejarlo a un lado y seguir adelante, pero simplemente no podía hacerlo. A pesar de que ese hombre había intentado violarme, no sentía despecho por él, había salvado mi vida y de algún modo debía agradecérselo. La sangre continuaba brotando de ese cuerpo inerte, pero yo me sentía demasiado débil para hacer algo al respeto. Mi cuerpo pesaba, pesaba demasiado, más de lo que nunca me había pesado, el cansancio se apilaba sobre mi substrato a substrato, hasta que el peso del agotamiento hizo que abandonara mi cuerpo para volver a recuerdos lejanos.
Las llamas se alzaban frente a mí como el espectro de todo aquello que había sido,  el candente espectáculo de luces que se ultimaba en el edificio que acababa de abandonar para siempre se reflejaba en las últimas lágrimas de mi niñez. Mi rostro abrasado por el calor de las llamas no se despegaba de la imagen de aquella villa ardiendo,  los chillidos de las llamas se reflejaban en el cielo y congelaban mi alma. Todo lo que había vivido, todo lo que había sentido, todo lo que había sido, se estaba carbonizando junto a la madera de lo que había sido mi hogar. El panorama solitario de aquella colina, amenazaban con hundirme en la desesperación, mientras pasaba los últimos momentos en esas tierras mirando hipnotizada el candor escarlata del fuego. El ruido ignifugo de las llamas se vio interrumpido momentáneamente por un extraño bramido parecido al ruido de un ave rapaz. El estrépito surcó los cielos, como anunciando la llegada de algo, pero lo único que lo precedió fue el continuo chisporroteo de las llamas. Poco después, me sorprendió el crujido de unas ramas a mi espalda y al girar la vista, pude vislumbrar ante mí a la atrocidad que me perseguiría en sueños durante varios años después.  Una criatura deforme y grotesca,  erguida sobre dos famélicas piernas que precedían a un demacrado tórax con la espalda encorvada hacia delante, sus larguiruchos brazos que rozaban el suelo, acababas en afiladas zarpas ennegrecidas. Su piel, lucía un pálido grisáceo descolorido que recordaba más a la piel de un pescado que a la de un hombre, los huesos se le marcaban sobre la piel, mientras las venas violáceas reseguían todo su cuerpo.  Su cabeza, era pequeña y redonda, con unas orejas enormes, solo comparables al tamaño de sus ojos, unos agujeros negros encavados en el cráneo sin nariz de aquella escuálida criatura. En su cabeza colgaban unos escasos cabellos de un color mohoso que alcanzaban la altura de sus rodillas. Me quedé mirándolo a los ojos y él se quedó mirando los míos, carecía de párpados, pupilas y cejas, solo tenía su profunda mirada, sin nunca pestañear, siempre con esos enormes ojos abiertos, eran unos ojos tristes.  Sus pálidos labios, escondían una hilera de dientes triangulares que esperaban ansiosos catar una presa, un pequeño riachuelo de sangre fresca brotaba de sus fauces, tenía hambre y podía intuir que era lo que esa criatura homínida devoraba en sus banquetes, pero por algún motivo que aún hoy no alcanzo a comprender, la bestia desapareció entre los arbustos en cuanto parpadeé.  Fue entonces cuando se secaron mis lágrimas y eché la última ojeada a lo que había sido mi vida hasta aquel momento.
Cuando pude darme cuenta de que había empezado a andar ya me encontraba lejos de mi antigua casa, la humareda de polvo y humo se alzaba en el cielo tiñendo el azul de negro. Mi padre se había hecho construir una villa en lo alto de un montículo, una casa hecha de madera, vulnerable al ataque de los enemigos, el resto de los señores de las tierras cercanas se encerraban en castillos de piedra, fortificados hasta los dientes, alzados sobre montañas inexpugnables, temerosos de una guerra que ya había acabado. Pero mi padre decidió escapar de su castillo y criar a su única hija en una casa de madera en lo alto de un montículo, creía que su hija era una princesa como la de las canciones de gesta, bella como la luna y dulce como la miel, quería que fuera su princesa bonita, quería que algún día acudiera un caballero para pedir mi mano, pero yo no era una mujer bella como la luna y dulce como la miel, no tenía los ojos azules ni los cabellos de oro, los caballeros no combatían por mi belleza y los trovadores no me escribían canciones. Lucía una larga cabellera negra como la noche y unos ojos del marón más oscuro, lucía un busto digno de una tabernera, no de una princesa y sobretodo, mi corazón pertenecía a un aldeano corriente, no a ningún príncipe o caballero sacado de una canción. Pero, pese a todas las evidencias que negaban el destino que quería que viviese, mi padre se empeñaba en llamarme princesa y en cantarme canciones de amor. No sabía dónde estaba mi padre, no sabía dónde estaba nadie, tras despertar después de la gran explosión, simplemente habían desaparecido, sin dejar mas rastro que las llamas que calcinaban la casa. Cuando por fin logré divisar el pueblo, noté como mis débiles piernas empezaban a flaquear,  caí al suelo de rodillas, la imagen que se mostraba ante mi me llenaba de nuevo de desesperación, el silencio espectral que cubría la aldea solo era cortado por el sonido de las llamas, que abrasaban los techos revestidos de paja de las casas de aquel poblado. Allí descubrí el fin de mis fuerzas y empecé a caer en el mundo de los sueños mientras una voz ronca gritaba mi nombre, mientras una silueta borrosa se acercaba corriendo.
***
Desperté con el amargo gusto a sangre reseca en mi boca, mi garganta me pedía agua y el reciente recuerdo del incendió que acabó con mi hogar años atrás no hacía más que incrementar esta falta. Un fuerte olor putrefacto cubría el aire a mí alrededor. Cuando giré mi cabeza pude admirar el cadáver lleno de moscas del hombre que había matado tiempo atrás, ¿durante cuando había estado durmiendo? El mercader había muerto con una expresión de ahogo en el rostro, tenía la espalda adolorida y me dolía cada vez que intentaba mover mis piernas, pero el cansancio se había atenuado y me encontraba con fuerzas para seguir mi camino. Alargué mi brazo hasta la daga que atravesaba el pecho de aquel individuo que yacía a mi lado, las moscas se apartaron zumbando por el aire cuando arranqué el puñal, para volver a colocarse sobre la piel del cadáver pocos segundos después.  Después de limpiar el puñal de la sangre reseca y guardármelo en mi fajín, me arrastré hasta la puerta y apoyándome en la pared donde conseguí incorporarme. Aparté el cáñamo que cubría la entrada para dejar que la luz del sol acariciara mi piel. Me constaba esfuerzos mantenerme erguida, pero tras apoyarme en la pared durante varios minutos y apoderarme de un bastón que reposaba en la pared, conseguí alejarme lentamente de la choza.
El intenso calor que el sol del desierto me ofrecía me cogió de improvisto, me costaba trabajos caminar incluso con la ayuda del bastón. Me sentía como si estuviese muy alta, como si mi cabeza estuviera más arriba de lo normal, eso mas el calor, producían en mi un mareo sofocante que drenaba rápidamente las pocas fuerzas que había conseguido recuperar. Finalmente conseguí acercarme al pozo del poblado y llevarme a la boca algo de agua que apaciguara mi sed. Una vez me hube hartado de agua, me tumbé junto a la pared del pozo a contemplar mí alrededor. Los cadáveres de la batalla aún permanecían inertes sobre la arena, como si nada hubiera pasado des de entonces, solo el hecho de que estaban medio cubiertos de arena indicaba que había pasado el tiempo. Las moscas y demás animales carroñeros hacían su trabajo, el lugar desprendía un hedor a muerte tan fuerte que casi resultaba vomitivo, pero era quizás el hecho de haber dormido junto a un cadáver, la razón por la cual ese hedor no me afectaba tanto.  Había muchos muertos, juzgando por los cadáveres en el suelo no sabría decir quién fue el vencedor, pero le resultaba bastante fácil adivinarlo considerando que yo permanecía con vida, al parecer, fuesen quienes fuesen, los ganadores habían decidido abandonar ese lugar y dejarlo a la suerte del olvido. Solo yo y mi salvador nos habíamos quedado y ahora solo quedaba yo.
El silencio del desierto me ofrecía una paz interior, que nada antes, había sabido darme. La placidad de sus susurros se adentraba en mí vaciándome de todo aquello que no quería recordar, dejando caer mi mente en un estado de letargo. El berrido de un camello llamó mi atención, no había planeado aún cómo salir de aquel pueblo abandonado infestado por el odio y la muerte. Me acerqué hacia el ruido y pude alegrar mi vista al ver a dos camellos aprovisionados. Pero aunque tuviera camellos, aunque tuviera comida, no sabía a dónde ir, Absalom había prometido llevarme a la ciudad Blanca de Basha, pero ahora él estaba muerto, yo lo había matado. No tenía ningún medio para adivinar la dirección que debía seguir,  nadie podía guiarme, tenía un pozo, tenía alimentos y transporte, pero estaba igual de pérdida que cuando el gran Guh me encontró cubierta por la arena del desierto. Sin saber qué hacer ni a donde ir, logré llegar a la conclusión de que si no había ningún vivo que pudiera darme la respuesta, quizás algún muerto podría hacerlo. Registré uno por uno los cadáveres que se hallaban repartidos por el poblado, estaba claro que después del combate los supervivientes habían saqueado a los muertos indefensos para llevarse todas sus pertenencias. Solo fui capaz de hallar un par de mapas escritos en árabe, pero dejando a un lado que no podía entender nada de lo que había escrito, me resultaba imposible situarme. En los mapas el desierto aparecía como una enorme extensión vacía con algún que otro topónimo en árabe repartido por el papel. Solo en la costa cerca del mar, había una inmensidad de nombres, nunca debí haberme adentrado en el desierto. Después de dar un par de vueltas por los alrededores para ver si podía hallar una pista que me orientara me senté junto a los camellos, el frio de la noche empezaba a penetrar en el desierto y el calor de sus pieles me reconfortaba. El sol empezaba a caer en el mar de arena tiñendo el cielo de un color anaranjado que empezaba a teñirse de oscuro y colgada en medio del cielo, había una estrella, una única estrella que brillaba con todas sus fuerzas, tan brillante y tan lejana, la única estrella que se divisaba en el firmamento. Entonces fue cuando recordé una de las historias del viejo Absalom, la historia de un niño que fue capaz de regresar a su hogar siguiendo la luz de una estrella, una luz brillante y firme colgada en el firmamento, la luz que me guiaba hacia mi destino mientras me adentraba de nuevo en el mar de arenas.

7 comentarios:

  1. Molt bé Marc, continua escrivint que ho fas molt bé, no se d'on treus totes aquests paraules, aventures, situacions ets un crac.
    Núria

    ResponderEliminar
  2. Gracies, els comentaris com aquest realment hem fan feliç:)

    ResponderEliminar
  3. Hola Marc,
    M'agrada molt que m'hagis convidat al teu blog. Escrius de forma poètica i original alhora. Et felicito per la feina feta i t'animo a continuar.

    ResponderEliminar
  4. Holaaaaaaaa , m' agadat mol el teu blog mu e llegit tot i em sembla mol be . et felicito i continua aixi un petonas mol fort per tu wapissim

    ResponderEliminar
  5. gracies, apreciot molt els vostres comentaris, gracies:)

    ResponderEliminar
  6. Prety Blood me ha encantado!!!!!!!!!!!!

    ResponderEliminar