domingo, 20 de noviembre de 2011

HELLEN (8)

X

-Era un día lluvioso, los cielos se arremolinaban en torbellinos negros que presagiaban una gran tormenta. Samhuel, como cada día, se había alejado del poblado para ir a recoger agua al pozo, que se encontraba a medio día de camino. Era una travesía larga y agotadora, que seguía un camino arduo y pedregoso. Cuando el sol estaba en lo más alto, las piedras ardientes abrasaban los pies del pobre Samhuel. Pero ese día el cielo estaba oscuro y encapotado, se olía la lluvia en el aire,  y con la lluvia el agua llegaría al pueblo sin necesidad de ir en su busca. Pero pese al regalo que los cielos le enviaban, el padre de Samhuel ordenó al muchacho partir hacia el pozo como cada día, temeroso de que el agua no se dignase a caer. Samhuel, fiel a la palabra de su padre, cumplió la orden sin osar contrariar a su protector. Y emprendió el camino angosto como lo hacía cada día.
Cuando llegó junto al pozo y alzó la vista al cielo, diviso ante sí un mar de nubes negras que todo lo engullían, como una bestia mandada por los dioses para consumir este mundo, el rugido de la bestia rugía acompañado de relámpagos fugaces que se adentraban en el suelo cual espadas de luz. Pudo divisar un millar de rallos junto a un millar de truenos que los acompañaban. Samhuel no podía regresar a su hogar, un océano de relámpagos se interponía en el único camino de vuelta. Solo le cavia esperar a que la tormenta cesase y el camino de vuelta quedase despejado para su retorno. Pero la tormenta no hacía más que crecer, acercándose más i más con cada minuto que pasaba. Finalmente, un rayo irrumpió frente a Samhuel, atravesando el suelo entre sus piernas. Entonces Samhuel comprendió que esa espada de luz que se había cruzado ante él, era un aviso de los dioses, que apiadándose de su pobre existencia le habían lanzado una advertencia. Si se quedaba en ese lugar, acabaría siendo pasto de la furia de los dioses.
Samhuel, ante el peligro inminente de perder su vida no tuvo más remedio que alejarse del pozo para adentrarse en tierras inhóspitas más allá de donde sus pies habían osado pisar jamás. Alejándose cada vez más y más de su hogar, siempre hacia delante huyendo de la tormenta, pasaron a su lado montañas y valles, ríos y lagos, días y noches, el tiempo pasaba ante sus ojos, con la tormenta pisándole los talones. Hasta que por fin cuando su cuerpo estaba a punto de desfallecer, la tormenta se desvaneció del mismo modo en el que había aparecido. La alegría invadió los ojos del pobre Samhuel que acabó desplomándose por los suelos.
Cuando volvió en sí, después de dormir por un largo periodo, no sabía dónde estaba ni por donde había llegado, se encontraba perdido en medio de una tierra desconocida. Mirase donde mirase solo lograba ver arena a su alrededor, ante él se extendía un mar de muerte, sin alimentos ni agua con los que abastecerse, temeroso de una muerte inminente, Samhuel pensó durante todo el día una solución al problema que se le planteaba, pero al caer la noche, ninguna solución había acudido a su cabeza. Viendo que llegaba su fin, alzó la vista al cielo y agradeció a los dioses la vida que le habían dado hasta el momento. Entonces, la diosa de la noche, consternada por su bondad, encendió en el cielo, una estrella que apuntara siempre hacia su hogar. El muchacho, agradeciendo la oportunidad que se le había concedido, se alzó y emprendió el largo camino de vuelta, siguiendo la luz de esa estrella.
Cuando por fin Samhuel pudo regresar a su hogar, nadie reconoció su apariencia, todo el mundo lo había olvidado. Cuando el muchacho empezaba a perder las esperanzas, apareció su ya anciano padre. Este, le miró a los ojos durante un largo silencio, y pudo reconocer en aquel hombre adulto, el que había sido su pequeño hijo al que antaño había mandado ir en busca de agua. Fue entonces cuando el padre de Samhuel derramó su última lágrima de felicidad, antes de  que la diosa de la noche se lo llevara al otro mundo en pago por la estrella que había encendido en el cielo para salvar la vida de su hijo. Samhuel, no se quejó por esa acción de los dioses, ya que podía intuir que su padre, arrepentido por haber mandado a su hijo a la muerte, l había estado esquivando a la espera que un milagro le devolviera aquello que había perdido. 
Samhuel vivió muchos años más, había partido como un niño y había regresado como un hombre, contrajo esposa y tuvo hijos, defendió a su familia hasta el final procurando ayudar siempre a los desfavorecidos. Y cuando le llegó el momento de partir, volvió a agradecer a los dioses la vida plena que le habían dado. Dicen los antiguos manuscritos, que antes de morir, en reconocimiento a su bondad, los dioses le concedieron a Samhuel un último deseo. Él, con una sonrisa en los labios, pidió que se encendiera una estrella en el cielo que indicara a los viajeros perdidos el camino como volver a su hogar. Los dioses, como recompensa a su benevolencia, cumplieron su deseo nombrándolo protector de la estrella para custodiara por la eternidad y procurar que su luz nunca se atenuara. Des de entonces encendida en lo más alto del firmamento, más brillante que todas las demás, se encuentra la estrella que guía a los viajeros hacia el camino de vuelta.
 Esta, mi querida muchacha, es la historia de esa estrella que des de antaño ha guiado a viajeros y comerciantes como yo para que encontraran el camino de vuelta a casa, por eso cada vez que mires al cielo, debes agradecer a esa pequeña estrella. Puede que algún día salve tu vida.

 Esa era la historia tal y como la había contado el gran Absalom, la imagen de ese anciano decrépito se yacía cada vez más borrosa en mi mente, pero el legado de sus historias se mantenía intacto en mi cabeza. Absalom había muerto, pero aún después de eso, seguía mostrándome el camino para lograr escapar de ese desierto. La más brillante en el firmamento, Absalom la había señalado con sus manos, no había duda de cuál era la estrella que debía seguir. Ahora solo quedaba esperar, esperar hasta dejar atrás el desierto. Mi mayor temor era morir antes de lograr salir de esa inmensidad de arena. Aunque ese no  era mi único temor, había partido de mis tierras, dejando todo atrás, en busca de aquello que más deseaba, pero podía notar como las pistas que llevaba persiguiendo por años se desvanecían en mis manos como la misma arena, mientras me alejaba cada vez más de mi objetivo.

Según la historia de Absalom, la estrella me llevaría de vuelta a mi hogar, pero ¿Cuál era mi hogar? Mi casa se hallaba lejos, muy lejos, más allá del océano. Era un lugar al que no podía regresar. La noche en la que partí de lo que había sido mi hogar, dejando atrás las llamas que lo consumían para partir en busca de mi amado, abandoné todo lo demás, esa noche perdí mi casa y mis tierras. Ese lugar ya no podía ser llamado mi hogar. Solo había una cosa, algo que aún podía nombrar como mío, algo a lo que aún tenía esperanzas de regresar, la única cosa por la que me había mantenido viva todos estos años, Joshua.


3 comentarios:

  1. Una historia dentro de una hostoria, he intentado crear un mito parecido a aquellos de las religiones antiguas, aver k tal, jeje :)

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  2. en patric rothfuss ho fa,a el nom del vent. ¿per que no ? es un molt bon recurs literari.

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